jueves, 12 de noviembre de 1987

¿QUIÉN MATÓ A VENANCIO FLORES? (I)

Gral. Venancio Flores

En reciente reportaje televisivo, un integrante de la comisión parlamentaria recientemente disuelta, que investigaba la muerte de dos legisladores compatriotas, sostenía resignadamente la imposibilidad de descubrir a los culpables "en un país en el que nunca se pudo averiguar quiénes fueron los asesinos de Venancio Flores y de Bernardo P. Berro" (casi textual).

Resulta sorprendente la desinformación revelada respecto a hechos como los mencionados, que dejaron de ser misterio a muy poco de producidos, pese también a la preocupación notoria de las autoridades y de la historiografía oficial para que todo quedase en la más impenetrable nebulosa.

Entrando al caso del referido magnicidio, perpetrado el 19 de febrero de 1868, el historiador colorado Washington Lockhart, en su conocido libro "Venancio Flores. Un Caudillo Trágico" señala algunas pautas por demás esclarecedoras y concretas. Por ejemplo, que además de los blancos, entre los opositores del dictador, "...el más notorio era Gregorio Suárez, conocido como Goyo Geta y después como Goyo Sangre, a cuyo nombre algunos agregaban el del general Francisco Caraballo, otro de los que deseaban el alejamiento de Flores a fin de satisfacer sus ambiciones de poder".

Continúa el autor detallando el significativo antecedente del fracasado "atentado de la mina", destinado a volar el Fuerte -casa de Gobierno en la época que ocupaba a actual plaza Zabala- en momentos en que Flores se encontrase allí. A raíz de dicho intento, varios sospechosos, pertenecientes al grupo colorado "conservador" fueron arrestados, entre ellos el mencionado general Suárez.

Con fecha 18 de febrero, víspera de su asesinato, Flores escribe al comandante Moyano ordenándole que "averigüe en qué pasos anda Gregorio Suárez" sin saber, por supuesto que éste ya una semana antes había "tanteado" a Moyano, rematando la carta tras muy significativas consideraciones en contra de Flores: "Ud. sabrá lo que conviene, si la salvación de su país o la persona de Juan o Pedro".

El día 19, a las dos de la tarde estalla la revolución blanca. El ex-presidente Dr. Bernardo P. Berro, toma el Fuerte al mando de veinticinco hombres
 "... a los gritos de ¡abajo el Imperio del Brasil! y ¡Viva la independencia oriental y del Paraguay! (...) El presidente interino Pedro Varela (Flores había renunciado el 15) y el Encargado de Negocios del Brasil, lograban escapar por la puerta del fondo", (W. Lockhart ob. cit.). Flores se encontraba en su casa de la Florida y Mercedes donde seguía siendo el dueño de la situación porque renuncias aparte, Varela era su hombre de paja. Al sentir los barullos, corajudo como era, sale en su coche con solo tres acompañantes ocasionales y sin esperar a su escolta con idea de dirigirse al Cabildo. Casi de inmediato le es cerrado el paso por un carro que le atraviesan oportunamente y su vehículo es asaltado por gente embozada y es terriblemente apuñalado. Dos de sus compañeros escapan heridos y otro ileso el comandante Evia llega al frente de la escolta y es herido tras breve refriega. Los asesinos se dan a la fuga.

Por supuesto que Berro no contaba sólo con los veinticinco "elegidos" con que copó el Fuerte. En el Cerrito aguarda el grueso de los revolucionarios, a órdenes del general Bastarrica, al arribo del chasque de Berro noticiando el éxito de su operativo, para entonces avanzar sobre Montevideo. Y si el aviso no llega a la hora convenida -señal del fracaso de la operación- la orden era dispersarse. El chasque sale a toda rienda con la noticia del éxito rumbo al Cerrito... pero muere a mitad de camino de un ataque del cólera, que asola a la capital. Bastarrica, después de esperar en vano, disuelve las fuerzas que Berro aguarda desesperadamente. La revolución había abortado al nacer.

Berro es apresado de lanza en mano y pistola al cinto y llevado al Cabildo. Enfrentado al cuerpo inerte de Flores, denota tremenda sorpresa, suscitándose una aguda crisis nerviosa. Encerrado en un calabozo, es maltratado duramente y luego baleado en su celda -según el cónsul francés Maillefer, viejo residente montevideano- por Segundo Flores, uno de los hijos del general. Su cadáver semidesnudo es paseado después en un carro de basuras por toda la ciudad a la vez que se le acusaba a toda voz como "el asesino del general Flores".

Paradojal, digno realmente de una tragedia griega, el final de Berro. Su pulcro, pero utópico institucionalismo que le hizo renegar de la más digna tradición oribista, en pos del espejismo de una perfección cívica inalcanzable para la época y las circunstancias, lo llevan a culminar su vida pública encabezando un operativo "comando" y blandiendo en su mano ¡una lanza!, símbolo el más acabado de ese caudillismo que, encorsetado en sus dogmas, pretendió eliminar. Digamos en su descargo que no estuvo solo, por cierto, en dicho error, aunque lo haya estado sí, a la hora del supremo sacrificio.

JORGE PELFORT
EL PAIS
12  de noviembre de 1987

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