domingo, 30 de octubre de 1994

APARICIO SARAVIA Y LA FRUSTRADA INTERVENCIÓN DE LOS "MARINES" YANQUIS

Gral. Aparicio Saravia
Tras el exitoso levantamiento armado encabezado por el caudillo Aparicio Saravia en 1897, el Partido Nacional (popularmente denominado "blanco") había obtenido importantes logros de la vieja dictadura que el Partido Colorado -a través de un serie ininterrumpida de gobernantes militares o civiles -había ejercido en la República Oriental desde la caída de Paysandú ante las fuerzas armadas del Brasil en 1865.

Constituían ellos: a) La incorporación de reglamentaciones electorales que garantizasen la representación de las minorías. b) La coparticipación en el gobierno,  -concretada inicialmente y en carácter provisorio a la espera de disposiciones más adecuadas -mediante el ejercicio de la titularidad en la Jefatura Política de seis departamentos de notoria mayoría blanca, de los 19 existentes. c) Una aún tímida autonomía de los citados departamentos, entonces constreñidos a una casi absoluta dependencia de Montevideo.

En el marco de estos leves esbozos de iniciación democrática -resistidos  sin embozo alguno por importantes elementos del partido gobernante- tuvieron lugar en noviembre de 1900, durante la presidencia de Juan L. Cuestas, elecciones senaturiales en seis departamentos. Los blancos triunfaron en cinco  -tres de ellos con Jefatura Política colorada- perdiendo únicamente en Tacuarembó por escaso margen. Semejante resultado -inimaginado por el oficialismo- provocó agria controversia dentro del mismo. José Batlle y Ordoñez, partidario de la tradicional línea dura, cuestionó y condenó en el senado, tan incipiente atisbo de liberalismo político. Expresa su biógrafo, el norteamericano Milton Vanger ("José Batlle y Ordoñez"): "Después de la sesión una muchedumbre escoltó a Batlle hasta las puertas de EL DÍA (su diario), donde habló antes de entrar. Había llegado el momento, anunció, de abandonar el trato deferente hacia los nacionalistas" proclamando meta prioritaria para el próximo gobierno colorado "...la reconquista de los departamentos...".

En 1901 se celebraron elecciones de diputados en todo el país. Manifiesta el historiador Eduardo Acevedo, que de la Casa de Gobierno
 "sólo salían notas discordantes: listas de candidatos repartidas entre los empleados públicos, reclutamiento de votantes en comisarías y cuarteles...".

Los colorados triunfaron por 5.324 votos contra 3.543 de los blancos. Como dato sugestivo, extraemos de la misma fuente que, para la fecha, la población del departamento de Montevideo,  ascendía a 336.766 almas.

En marzo de 1903 la nueva legislatura eligió, con el voto decisivo de un pequeño grupo de blancos disidentes - encabezados por el famoso político y novelista Dr. Eduardo Acevedo Díaz- a Batlle como nuevo presidente de la República. Era el único candidato colorado expresamente vetado por el Partido Nacional, el que de inmediato expulsó a los acevedistas de sus filas. Batlle, por lo contrario, los premiará, otorgándoles dos de las seis Jefaturas Políticas a asignar a los blancos y hasta una embajada. La respuesta fue fulmínea: en una semana Saravia concentró 15.000 lanceros con 50.000 caballos en Nico Pérez, a
 200 km de Montevideo.

Impresionado, el gobierno ambientó gestiones de paz que Saravia, con el mejor espíritu patriótico y no poca cuota de ingenuidad aceptó. Muchos de los suyos afirmaban enfáticamente que Batlle no deseaba paz sino tregua. Lamentablemente los hechos les darían la razón, pues el gobierno comenzó a verificar importante compra de armas, principalmente artillería, así como las flamantes ametralladoras norteamericanas Colt, cuyo uso se ensayaba febrilmente en Punta Carretas.

Hacia fines del 1903 el gobierno se considerará suficientemente fuerte y hará inevitable la guerra a consecuencias de un incidente fronterizo suscitado en el departamento de Rivera, de Jefatura Blanca.

Increíblemente, buena parte de los blancos -con el propio Saravia a la cabeza- estaban convencidos que tras el pacto de Nico Pérez los enfrentamientos armados habían pasado a la historia. Incrédulo hasta último momento, recién el 2 de enero Saravia ordenará la movilización. Según el ya mencionado Milton Vanger:
 "...Daniel Muñoz, ministro uruguayo en Buenos Aires, había avisado confidencialmente a Batlle, que Roca, Presidente de Argentina, deseaba actuar como mediado y que tenía manera de alcanzar a Saravia antes de que empezara la batalla. Batlle quería victoria, no negociaciones".

Porque bien seguro estaba de que el caballo y la lanza nada podrían -no ya contra las mortíferas ametralladoras - sino contra el telégrafo y el ferrocarril debidamente sincronizados con los elementos bélicos. Urgía pues a los nacionalistas la adquisición de armas de fuego y municiones, y eso sólo era posible en los países linderos, por lo cual el contrabando de armamentos era cosa de vida o muerte para la revolución.

El gobierno argentino, recientemente desairado por Batlle en su generosa mediación, por cierto que no se esmeraría en impedirlo. Por su parte, el gobierno de Brasil -tradicional aliado de los colorados- prometió celoso contralor en la frontera. Mas ello no pasaba de constituir una buena intención, mientras que el poderoso caudillo riograndense Joao Francisco
 "...cobraba religiosamente sus envíos de armas a los blancos y vendió o permitió vender abundantes caballadas a los comisionados de Batlle" (Enrique Mena  Segarra, "Aparicio Saravia").

Los cálculos optimistas del gobierno, empero, resultaron fallidos respecto a la poca perdurabilidad de la revolución. Aún muy escasa de armas, tras los primeros combates desfavorables, hábil maniobra de Saravia mediante, el oficialismo creyó que este había huido al Brasil. Pleno de sarcasmo afirmaba EL DÍA (28.1.904):

"Saravia, fracasado como general... ha resuelto transformarse en jockey criollo, de los que corren con media vincha en la frente para alivianarse y andar más ligero".

Tres días después en el paso de Fray Marcos, a tan sólo
 89 km de Montevideo, el "jockey" aplastaba a los 2.000 hombres del general Melitón Muñoz, cuyos restos entraban al otro día, desperdigados y azorados a la estupefacta capital.

A pesar de subsiguientes contrastes, la revolución seguirá airosa mientras se va proveyendo paulatinamente de armamento en los países vecinos. Los días 22 y 23 de junio se produce la cruenta batalla de Tupambaé y el general gubernista Pablo Galarza hubo de retirarse hacia el sur, perseguido sin demasiado apremio  por Saravia, exhaustos ambos ejércitos. La preocupación  a nivel de gobierno alcanzó límites que jamás había soñado. Es entonces que Batlle decide solicitar al presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt, el envío de buques de guerra para patrullar nuestro litoral.

Expresa el ya citado Vanger:
 "La presencia norteamericana podía hacer que en el futuro la Argentina se mostrara menos dispuesta a permitir que llegaran a Saravia nuevos cargamentos de armas".

Desde Montevideo, el embajador Finch hace la solicitud al Secretario de Estado John Hay:
 "La influencia moral de los Estados Unidos expresada de alguna forma... podría resultar eficaz, piensa el Presidente (Batlle), para detener toda ayuda futura de los vecinos limítrofes a los insurrectos".  La Armada, empero, informará a Hay de inconvenientes de orden práctico, ya que "...no hay ningún barco de ningún tipo más cerca que el Cabo de Buena Esperanza".

El historiador compatriota Carlos Real de Azúa, en artículo que ocupó varios números del semanario MARCHA, titulado "Las grietas en el muro" (1963), reafirma:

"En sus buscas entre la papelería del departamento de Estado, Vanger ha podido retrazar la historia fidedigna de esta gestión, cumpliendo una tarea cuya importancia parece ocioso subrayar. De acuerdo con esa reconstrucción, nuestro ministro en los Estados Unidos, Eduardo Acevedo Díaz, cumpliendo órdenes de Batlle, solicitó al Secretario de Estado John Hay, en nota del 4 de agosto de 1904, una entrevista con el presidente Theodore Roosevelt que tuvo lugar pero cuyo protocolo no fue establecido (1). Se sabe, sin embargo, por anotaciones personales de Hay, que el pedido del gobierno uruguayo fue rechazado. Se trataba de traer una división de la flota estadounidense al Río de la Plata para imponer al gobierno argentino del general Julio Roca, la observación de una neutralidad que Batlle alegaba se viola reiteradamente".

El embajador Finch empero - anota Vanger- estaba tan seguro del éxito de su pedido, que
 "el 19 de agosto el consulado norteamericano de Montevideo anunció la inminente llegada de un escuadrón naval".

Proseguimos con Real de Azúa:

"Si Estados Unidos le denegó en esta oportunidad, era por no tenerlo de la condición adecuada, aún cuando el 23 de setiembre de 1904, ya concluida la lucha, cuatro navíos de guerra estadounidenses, sin explicación muy clara, hicieron su aparición en el puerto de Montevideo. Para quien tenga interés en ella, toda la trama puede seguirse en los 'Diplomatic Dispatches' (vol. 17) y en 'Note from foreing missions: Uruguay, National Archives" (vol. 2).

Hasta aquí -
continúa Real de Azúa- los hechos. Hechos que si no pasaron de configurar una tentativa hacen luz sobre una de las más hondas flaquezas de la visión y aún de la obra de Batlle. Puede alegarse que 1904 no era 1963, pero si se atiende a que dos -tan solo dos años antes- el propio presidente ante el que Batlle intercedía había enarbolado el "garrote" y fabricado la republiqueta de Panamá, si se conoce la indignación que este hecho provocó entre la opinión decente de Sur América, no parece exagerado concluir que Batlle era totalmente ciego a las eventualidades de una intervención norteamericana en nuestros asuntos. Y que si esta intervención no se produjo (juego de niños era pasar de una vigilancia naval a un desembarco y éste, en una guerra civil tener nutridas consecuencias) no fue por voluntad de Batlle sino por la ajena circunstancia de que los Estados Unidos estaban ocupados en la digestión del Caribe como zona decisiva para sus intereses estratégicos y sus capitales inversores... Batlle, un poco por el inmediatismo de la lucha política a que estaba lanzado y un poco por lo precario de su equipo cultural, tenía de los Estados Unidos la concepción optimista, sarmentina, que fue común a la generación liberal de la que descendía... Ajeno totalmente (iniciando la tradición del desarraigo uruguayo de lo americano) parece haber sido Batlle a ese estado de espíritu (2)  ... Nada parece haberle advertido que ciertas excelencias, que ciertas madureces de naciones jóvenes o viejas no se persiguen sin enajenación no sólo del alma, sino también del propio interés".

Herido de muerte Saravia en el atardecer del 1º de setiembre, en momentos en que tenía prácticamente ganada la durísima batalla de Masoller (3), la noticia del hecho corrió como centella por el ejército revolucionario produciendo confusión y desánimo. Se ha considerado la posibilidad de que aquel disparo efectuado desde
 1.000 a 1.500 metros y que derivó en la finalización de la contienda poco después de sobrevenir la muerte del caudillo el día 10, haya provenido del arma de algún campeón del tiro Federal argentino, de los que se rumoreaba que el ministro uruguayo en Buenos Aires, Daniel Muñoz, había intentado contratar. Al respecto, Saravia desoía burlonamente la advertencia constante de sus íntimos acerca del fácil objetivo que representaba para un buen tirador (sintomático que minutos antes de caer herido, su caballo recibiera un balazo en la paleta), con su gran sombrero blanco, precediendo en un par de metros a la bandera nacional desplegada por su abanderado, mientras recorría las primeras filas animando a sus hombres con su voz y su presencia.

Cabe preguntarse entonces -si Saravia con una cuota razonable de prudencia hubiese sobrevivido a Masoller y así acrecida la chance de la revolución ¿qué papel habrían desempeñado los cuatro cruceros de la U.S: Navy en su tarea de patrullar el río Uruguay y controla el pasaje de armamentos? Puede que  la nave capitana del contralmirante Chadwick, el crucero "Brooklyn" (9,915 toneladas, 618 hombres y 20 cañones) no hubiese podido por entonces internarse por aguas jurisdiccionales uruguayas más allá de Nueva Palmira o Fray Bentos; no así el "Atlanta" (3.000 toneladas, 300 hombres y 8 cañones), el "Castine" (1117 toneladas, 158 hombres y 8 cañones) y el "Marietta" (1000 toneladas, 150 hombres y 6 cañones). ¿En qué grado de estos ansiosos aprendices de potencia naval mundial, reclamados desde estas tierras vía El Cabo, Santa Elena, Santos, para cumplir con su tarea represiva del contrabando, iban a ser respetuosos de la soberanía fluvial argentina?

Aquel dedo de nacionalidad incierta que apretó un gatillo en la fría tardecita de Masoller obvió toda especulación al respecto. Desembarcados en nuestro puerto, los "marines" desfilaron desde la Aduana por la calle Sarandí hasta la plaza Independencia, realizando una ceremonia ante la estatua de Joaquín Suárez, que era la que se levantaba entonces donde hoy está la de Artigas. Según EL SIGLO (11.10.904), la flotilla abandonó nuestro puerto el día anterior. Por gentileza del historiador amigo Rafael de Santiago, sabemos que el "Brooklyn" se dirigió a Puerto Belgrano para ser carenado, mientras los barcos menores lo hicieron hacia Buenos Aires para saludar el día 12 la asunción a la presidencia del Dr. Manuel Quintana, sucesor de Roca.

NOTAS

1). Considerado "top secret", durante una década en Uruguay se negó oficialmente el motivo de la visita de la flotilla yanqui. Dice Carlos Machado, "Historia de los Orientales":
 "El gobierno argentino formulará la acusación. Herrera denunció varias veces el hecho. Recibió desmentidos tajantes. La documentación publicada por EE.UU a medio siglo del episodio, confirma la verdad con el agravante de la simulación posterior".

La frustrada intervención empero, dejó notoriamente un lazo de afinidad entre Roosevelt y Batlle, que se evidenciará en ocasión de visitar aquél nuestro país en
 1913, a fines de la segunda presidencia de este último. En la gran recepción en la Casa de Gobierno, Batlle le rendirá su tributo de admiración con este brindis: "Os invito a brindar por el coronel Teodoro Roosevelt... en quien celebramos al paladín esforzado de todas las causas justas que han requerido su apoyo, al defensor de la doctrina de Monroe en interés de toda América, al partidario acérrimo de la justicia internacional y de la paz con honor, al propagandista ferviente de la fuerza y el carácter puesto al servicio del bien". (Julio Lago, "Batlle").

Roosevelt contestará:
 "Estoy informado de todo cuanto se hace aquí y le presto mi aprobación completa. Usted y yo somos del mismo partido. Usted hace lo que yo digo que debe hacerse. Es así como hay que proceder" (Giúdice y González Conzi, "Batlle y el battlismo").

2) Esa ajenidad de Batlle a lo americano (hispanoamericano debió decirse), esa concepción sarmentina adoradora no sólo de los Estados Unidos sino que, por supuesto también de la Europa occidental -y en el entendido de que ésta comenzaba al norte de los Pirineos- se reflejará patente cuando, después de su primera presidencia, Batlle actúe en 1907 como delegado de Uruguay en la Conferencia Internacional de La Haya. Allí propondrá, para garantizar la paz mundial, que
 "... diez naciones, de las cuales cinco tengan por lo menos veinticinco millones de habitantes cada una...tendrán el derecho de ajustar una alianza con el fin de examinar las disensiones y los conflictos que surjan entre los otros países, y de INTERVENIR (mayúsculas nuestras) en favor de la solución más justa" (Giúdice y González Conzi o.c.) Con ello, el único país sudamericano que llenaba entonces las condiciones de interventor era Brasil. El Uruguay, en cambio sería así por siglos, sólo candidato a intervenido.

Fiel a tales conceptos, cuando en 1914 se hacía inminente la invasión de Estados Unidos a Méjico, EL DÍA afirmará (14.2.914) que el presidente Wilson era
 "...como un hermano mayor que da consejos a los pequeñuelos barullentos". Verificada la agresión, Batlle sostendrá (17.6.914) que "...cuando una nación incurre en desvaríos internos, es un derecho legítimo que deben aplicarlo con urgencia sus vecinos, intervenir por las armas y llevar tranquilidad a ese hogar convulsionado por la anarquía" (Carlos Machado, o.c.).

3) Terminada la sangrienta jornada del 1º de setiembre, el comandante en jefe gubernista, general Eduardo Vázquez, telegrafiará a Montevideo:
 "Peleamos a cinco mil enemigos; municiones se agotan y si mañana peleamos tendremos que retirarnos. Tenemos muchísimas bajas. Enemigo nos desalojó tres veces de nuestras posiciones".

JORGE PELFORT
"DESMEMORIA" - Bs. As Nº 5

octubre-noviembre de 1994

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