viernes, 24 de agosto de 2007

EL PONCHO DE SARAVIA

Gral. Aparicio Saravia
@| "Acabo de enterarme que en El País del 5 ppdo., sección B, en nota referida al Museo de Saravia, se afirma que el poncho con el que éste fue herido de muerte en Masoller "… tiene sangre y el agujero de la bala que lo mató". Lo que es muy cierto. Pero agrega a continuación que en determinado momento fue llevado "… a Melo por la Intendencia de Cerro Largo". Lo cual de ninguna manera sucedió, al menos con ESA precisa prenda.

En el semanario La Democracia (6 set. 1985), Julián Murguía dedicó su contratapa -titulada "De Poncho Blanco"- al tema, que yo confirmé prácticamente en su totalidad en el siguiente ejemplar, página 2. Además, hace un año aproximadamente, hice en ese diario en Ecos precisiones sobre otras versiones antojadizas. 


Una vez más, a historiar el caso. El poncho, de fina vicuña marrón, había sido obsequiado a Saravia por su gran amigo José Villamil y Casas, conocido también como Pepe Villamil, a quien en 1903 Saravia designó Jefe Político de Melo en reemplazo de Basilio Muñoz, y en la revolución ejerció de tesorero, recaudador etc., como hombre de toda su confianza. Tío abuelo mío, aunque prácticamente mi abuelo, pues en su casa de 18 de Julio 1246 esquina Yí nací en 1925, me crié, y me casé en 1951.

A muy poco de muerto Saravia pues, su viuda envió a Villamil el poncho con su sangre, acompañado de una pequeña tarjetita, escrita con letra muy menuda y parejita, obsequiándoselo en reconocimiento de su gran amistad, enviando a la vez el sombrero blanco al Dr. Arturo Lussich. Más de una vez en mi infancia y adolescencia la leí, aunque casi sin sacarla de su lugar: el cajón de la mesa de luz de don Pepe. Lamentablemente se perdió en una mudanza. Fallecido Villamil en agosto de 1940, el poncho hizo una breve salida de la casa. Fue cuando fue solicitado en préstamo a su viuda, doña Leonor Jaureguiberry, por el Directorio del Partido Nacional en mayo de 1956, para ser exhibido en los homenajes a Saravia con motivo de la inauguración de su monumento en esta capital, siendo luego devuelto. Supongo que ello constará en actas del organismo.

A poco de fallecida doña Leonor (enero 1958), mi madre, única heredera, donó el poncho al Museo Histórico Nacional. Así consta en la nota de aceptación y agradecimiento firmada por su Director, profesor Juan Pivel Devoto fecha 14/6/1958, expediente 78/58 y Oficio 164/58 cuya fotocopia acompaño, junto con la de los dos artículos de La Democracia aludidos anteriormente. Y otras versiones al respecto son, sin duda alguna, indocumentables.

Radicado ya en Casupá, seis u ocho años después concurrí al Museo con el ánimo de ver el poncho, y ante mi enorme sorpresa me mostraron, colgado en una pequeña vitrina, un poncho marrón de lana ordinaria y sin mancha de sangre alguna. Acudí entonces al Presidente del Directorio del Partido Nacional, Dr. Roberto Rubio, denunciando lo sucedido. Fuimos al Museo a hablar con su Directora, Prof. Elisa Silva Cazet -excelentísima persona- quien, ante mi estupor, manifestó ser aquel el único poncho de Saravia que había.

En noviembre de 1989 por medio del Dr. Gastón Chaves y cumpliendo con mi deber de ciudadano, hice la denuncia de la desaparición del poncho ante el Juzgado de 12° Turno, atestiguando en mi favor el Ing. Julián Murguía Azpiroz y las señoras María Apolo de Murguía y María Isasa Jaureguiberry, como parientes de Villamil y su esposa, frecuentes habitué de la casa de 18 de Julio y Yí, y como blancos, adoradores del poncho como es lógico.

Por otra parte, declararon en contrario -que el poncho era de verano y no tenía sangre- la prof. Silva Cazet y el prof. Pivel Devoto, quedando así todo en una especie de indefinición.

En 1994 dirigí nota al Directorio del Partido Nacional historiando lo sucedido, contestándome (4/06/94) su presidente, Sr. José Luis Puig, que había elevado copia de mi denuncia al Ministro de Educación, Dr. Guillermo García Costa.

Reitero: que envío fotocopia de la carta-donación del poncho por mi madre, de su agradecimiento por el Museo, y de los dos artículos de La Democracia (set. 1985) alusivos al tema. Puedo agregar que están dispuestas a atestiguar lo esencial de lo aquí establecido, entre otras, las siguientes personas: Leonor Murguía de Welters, Raquel Apolo y Ofelia Murguía Azpiroz."

Jorge Pelfort

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