domingo, 22 de octubre de 2000

ARTIGUISMO Y ANTIARTIGUISMO

Gral. José G. Artigas
A mediados de Febrero de 1820, tras la derrota de Andrés Latorre en Tacuarembó, Artigas atraviesa el río Uruguay cerca de la barra del Cuareim, y no volverá ya en vida al suelo patrio. Sus enemigos habían triunfado. Los portugueses más visiblemente, pero también, tirando la piedra y escondiendo la mano, el Directorio unitario porteño, presidido por su “querido tocayo, compadre y amigo”, así encabezaba sus cartas a Artigas, a la vez que urgía a Lecor  que nos invadiera- el siempre falso y mediocre José Rondeau, el de la avenida montevideana. También disfrutaban del hecho muchos orientales, porteñistas en primera instancia, pero, según el desarrollo de los acontecimientos, aportuguesándose sin demoras ni sonrojos, dando pruebas del más ágil pragmatismo. Sus nombres figuran en chapas de avenidas y calles de los barrios residenciales capitalinos.

Tan sólo cuatro meses después de ese cruce del río Uruguay, en la misma fecha en que obtenía Artigas contra Pancho Ramírez el sangriento triunfo de La Guachas (E. Ríos), uno de sus ex tenientes, Rivera – vistiendo ya uniforme portugués- escribía a dicho jefe entrerriano el 13.6.820, ofreciéndosele a pasar a su provincia para ayudarle a “... ultimar al tirano de nuestra tierra”. (Ant.Ma. de Freitas. “El levantamiento de 1825).

 Esos mismos orientales serán los que un año después, en el llamado Congreso Cisplatino (18 de Julio de 1821), votarán nuestra anexión a la corona portuguesa. Y cuando un único congresal, Luis Eduardo Pérez, sugirió para acto tan trascendente, un procedimiento más democrático, más de acuerdo con los que Artigas dispensaba a su pueblo, el vicepresidente Dámaso Larrañaga le replicó airado “... que se habían levantado facciones que se llamaban Pueblo y sin embargo no era tal, ni la votación que las elevó fue efecto de otro principio que la fuerza o la intriga”.  Pérez no se animó a contestarle, pero, de ese modo, - seguimos con Alfonso Fernández Cabrelli y su  “Presencia Masónica en la Cisplatina”, “... legó a la Historia una prueba más del arraigo que la prédica artiguista había logrado en el espíritu de los mejores patriotas”.

No obstante el “sosegáte” antiartiguista de Larrañaga, obtuvo oportuno efecto y el acta de anexión a Portugal fue votada por unanimidad, llevándola los congresales Jerónimo Pío Bianchi y Fructuoso Rivera ante el procónsul portugués, Carlos Federico Lecor, para su visto bueno.

Pero no ya en el Congreso Cisplatino – organizado y coaccionado por las bayonetas portuguesas y orientales a su servicio - , sino que en la muy libre Asamblea de la Florida se llegó a hacer alarde de ese antiartiguismo desembozado y jactancioso que campeó en la Cisplatina y así, en la sesión del 17 de Noviembre de 1826, un representante, Francisco A. Vidal, se felicitaba de que ya “... ellos no estaban, afortunadamente, en el tiempo de Artigas”.

La creación de la constitución elitista de 1830 no resultaba propicia para una reivindicación de la figura del Prócer, máxime que sus principales gestores – Vázquez, Zudáñez y Ellauri -  habían sido notorios antiartiguistas; sin embargo no ha quedado constancia de que en la oportunidad se hayan emitido los consabidos exabrutos de otrora.

Los primeros atisbos de reivindicación de la figura de Artigas se perciben durante la presidencia de Oribe. El 16 de diciembre de 1835 en el periódico EL MODERADOR aparece un proyecto de cambio total de la nomenclatura montevideana, hasta entonces nominada exclusivamente en base al santoral. Lo más notable era que se proponía para la calle de San Benito (hoy Colón) – en cuya esquina con la de San Luis (hoy Cerrito) nació nuestro Prócer - , el nombre de GENERAL ARTIGAS. Pensamos que haya sido una propuesta inconsulta de algún elemento menor de EL MODERADOR, en cuya redacción figuraban conspicuos antirrosistas, como Agüero, Pico, Alsina. La cosa fue que a las ¡48! Horas el periódico cambiaba su propuesta – evidente veto al nombre de Artigas – sugiriendo ahora para la calle de SAN BENITO el nombre de TUPAMBAY.

Seis meses después de tan curioso episodio, el gobierno de Oribe concreta un primer y resonante homenaje oficial al Prócer.

Dice al respecto el historiador Luis Alberto Reyes Thevenet en su obra “El Generalato de Artigas”: “La ley de 3 de junio de 1836, sancionada durante la presidencia del General Manuel Oribe, abre la serie de leyes y decretos que han otorgado al Jefe de los Orientales el tratamiento de GENERAL, consagrando así por los órganos constitucionales, lo que ya le había conferido la soberanía popular en el decenio de la gesta emancipadora, por la voz de sus Congresos y Cabildos. Esta justiciera Ley del año 1836 merecería un comentario más detenido que el presente, por las siguientes fundamentales razones que desvanecen la equivocada general de que el país, en los primeros tiempos de su organización política, echó al olvido el nombre del Protector:

1º) Porque es la primera y única vez que en vida del Héroe, la nación le tributó honores y reconoció sus grandes servicios “prestados a la República” durante la época de la Revolución.
2º) Porque es la primera vez que se consagra oficialmente el título de General.
3º) Porque es la primera vez que en la historia de la tenencia de la tierra en el país, que el Parlamento Nacional “adjudicó en propiedad” bienes fiscales a un particular.
4º) Porque tanto por las opiniones vertidas durante su elaboración, como por las firmas que lo refrendan, tiene el carácter de una anticipada y definitiva reparación histórica sancionada por sus contemporáneos.

En efecto, en el dictamen de la Comisión de Peticiones de la Cámara de Representantes del 3 de Mayo de 1836, se estampa por primera vez en un documento parlamentario el grado de GENERAL, y se tributan al Precursor los más cálidos y expresivos elogios...”. “El Senado, por su parte, con iguales muestras de reconocimiento, aprobó el proyecto venido de Diputados y así quedó sancionada esta extraordinaria ley (hoy No.122) que “adjudicó en propiedad al General Artigas” la inmensa fracción de campo comprendida entre los arroyos Arerunguá, Cañas e Isla de Vera, y exoneró al peticionante, José María Artigas de la retasa y todo otro gravamen como lo pedía.”    

El afán reivindicativo de Artigas no quedó en eso. Dice Alfredo Castellanos en “Nomenclatura de Montevideo” (1977) : “Durante nuestra segunda presidencia constitucional, ejercida por Don Manuel Oribe, con fecha 31 de Agosto de 1837, dictóse un decreto por el cual se designaba una Comisión con encargo, decíase en su art.1º, de “...formar el proyecto de una nomenclatura para las calles y plazas”. Antes de una semana, el periódico oribista EL DEFENSOR DE LAS LEYES, insiste en su edición del 6 de setiembre en adjudicar el nombre de GENERAL ARTIGAS a su calle natal de San Benito.

Pero al mes siguiente, se produce la segunda invasión de Rivera – ahora con muy fuerte apoyo riograndense además del unitario argentino – y así, continúa Castellanos, “... la consecuente resignación de Oribe al mando presidencial (1838), dejó en suspenso los trabajos de la antedicha Comisión, y con ello la primera iniciativa de mudar los nombres de las calles de nuestra ciudad...”.

Ya en la dictadura de Rivera, el diario EL NACIONAL publica el 5 de mayo de l841 una carta contra Artigas al clásico estilo unitario, lo que no era de extrañar, desde que estaba redactado por emigrados antirrosistas de aquel partido. Sorprendentemente, a los cuatro meses (22.9), el mismo órgano lanza la idea de repatriar a Artigas desde el Paraguay, con un entusiasmo y fervor realmente llamativos. Ello ocultaba evidentemente un fin netamente político, cual sería aprovechar su prestigio aún vigente en estas regiones, para predicar contra Rosas.

Afirma Eduardo Acevedo en su “Alegato” tomo III, p.833: “La campaña periodística iniciada por EL NACIONAL, que era el órgano mas caracterizado de la intelectualidad del Río de la Plata, tendía a que el gobierno de Rivera dictara un decreto abriendo las puertas de la Patria al vencedor de Las Piedras, y costeara los gastos de su vuelta”.

Es entonces que Rivera envía al Paraguay al mayor Federico Albín para repatriar a Artigas. Prosigue Acevedo: “Artigas devolvió, sin enterarse siquiera de su contenido, los dos pliegos del presidente Rivera, y reiteró a las autoridades paraguayas su propósito de morir en el ostracismo...”.

Continúa el autor: “Hemos buscado inútilmente en la prensa de la época el eco de esta resolución de Artigas. Los diarios de Montevideo, que tan entusiastamente se habían ocupado de la repatriación, no llegaron a conocer el resultado tan negativo del esfuerzo del Presidente, o conociéndolo, quisieron evitarle la divulgación del gravísimo desaire que acababa de sufrir”. El 16 de enero de 1842, regresó el mayor Albín e informó a Rivera del fracaso de su gestión. (AGN).

Descartado así su nombre como elemento utlilizable en la lucha antirrosista, no es de extrañar que,  año y poco después, el 25 de mayo de 1843, al inaugurar Montevideo – sitiado por Oribe – su nuevo nomenclator, el nombre de Artigas no figure en él. Y su calle natal de San Benito, la que durante la presidencia de Oribe  se proyectó designar General Artigas, pasó a denominarse Colón como hasta el día de hoy.

Por otro lado, sin embargo, en ese mismo año 1843 en que comenzó el sitio de Montevideo, Oribe estableció dos líneas sitiadoras. En la llamada “Línea de Avanzada”, nos señala Magariños de Mello con muy ilustrativo mapa, “... en la parte más alta del predio”  de lo que hoy es Palmar y Duvimioso Terra, estaba la batería “Artigas”. Cuadras más atrás, hacia el Este, se extendía la llamada”Línea Principal”,  que pasaba por el cantón de las TRES CRUCES, bautizado poco después, según el historiador Felipe Ferreiro, Fortín ARTIGAS, evidente homenaje al Congreso que allí tuvo lugar en abril de 1813.

Pocos años después, el 24 de Mayo de 1849, Oribe emite un decreto designando a la calle principal de su capital de la Villa Restauración, con el nombre de “General Artigas”. A un joven empleado de la Imprenta del Cerrito, se le encomendó pintar las tablitas de madera dura, luciendo el nuevo nombre en sus esquinas; ese joven aún desconocido, se llamaba Juan Manuel Blanes.

Un año y cuatro meses después de habérsele brindado en vida el tan diferido homenaje de una vía pública que recordara al héroe, Artigas fallecía. No sabemos si este acto de gratitud de una gran parte de sus compatriotas habrá llegado a su conocimiento. De todos modos, apenas producida la caída de Oribe, los triunfadores de la hora arrancaron como mala yerba las plaquitas pintadas por Blanes, y hoy esa importante vía de tránsito luce el nombre absurdo de 8 de Octubre. Menos mal que en una de sus intersecciones, una placa de bronce adosada a un monolito nos recuerda que en aquella vía fue que se realizó “... el primer homenaje de la República a nuestro Héroe”.

Mediados de 1850 comienza a publicarse en la prensa de Montevideo un folletín titulado “Montevideo, o una nueva Troya”, luciendo la firma del novelista francés más cotizado en el momento: Alejandro Dumas (padre). Obvio es decir que para el autor de “Los Tres Mosqueteros”, la existencia de Montevideo era tan ajena como la de la última estrella de las lejanas galaxias. Dumas, pues, se avino a firmar, mediante el suculento  argumento de cinco libras, aquél célebre libelo que escribiera el general Melchor Pacheco y Obes, contra Artigas en el comienzo de la obra, y contra Rosas y Oribe más adelante. En todo él campea, además, un generoso elogio a si mismo, hacia su padre, el general Jorge Pacheco, así como a parientes y amigos diversos.

¿Era imprescindible fustigar a Artigas en un folleto destinado a condenar a Rosas y Oribe? Pacheco juzgó que sí, que era necesario resaltar sus afinidades con los enemigos del momento. Así, su portentosa imaginación le llevará a escribir que su padre “... persiguió a Artigas venciéndolo siempre donde lo encontrara...”, por más que la historia no registró jamás dichas hazañas. Y continúa: “Todos los elementos de antipatía fueron puestos en juego contra Buenos Aires por el antiguo jefe de contrabandistas. Poco le importaban los medios que utilizaba... la vuelta de Artigas significaba la sustitución de la fuerza brutal a la inteligencia... los que habían previsto esta vuelta a la barbarie no se habían equivocado... Así, con Artigas dictador comienza un período... Artigas, menos crueldad y más el coraje ( reconoce ¡menos mal! su heroica lucha contra Portugal), fue lo que Rosas es actualmente... Fue entonces cuando, semejante a una de esas trombas que se evaporan después de dejar tras de sí desolación y ruinas, que Artigas desapareció y se hundió en el Paraguay”.

Gran éxito tuvo la obra en la sitiada Montevideo. Después de publicada como folletín en la prensa, se editó como libro en castellano, en francés y en italiano.

Muy distinta fue la reacción en el gobierno sitiador de El Cerrito. El periódico de Oribe, EL DEFENSOR DE LA INDEPENDENCIA AMERICANA, (29.9.850) saltará a la palestra a defender a la figura de Artigas: “Es bien mezquina la idea que el novelista da del General Artigas, de quien debiera hablar con más mesura, no sólo en obsequio de la verdad, sino en consideración al respeto con que en todos los países del mundo es debido tratar a los hombres grandes, El nombre del ínclito general Don José Artigas es conocido mucho más allá de la América Meridional, no solo por su bravura y denuedo, sino por los sagrados intereses que defendió y los principios que guiaron su carrera pública. Su país fue siempre por él amado, el orden fue la religión de sus soldados, y la felicidad de todos sus conciudadanos fue para el una necesidad de su existencia. En demanda de tanta justicia y de tan caros intereses fue que acaudilló las masas de la campaña y proclamó, el primero entre los orientales, la Independencia de la Banda Oriental”.  Y continuará su defensa de Artigas EL DEFENSOR DE LA INDEPENDENCIA AMERICANA contra MONTEVIDEO O UNA NUEVA TROYA durante unos cuantos números más.

Establecida finalmente la paz entre los orientales el 13 de Octubre de 1851, y entre el inmenso quehacer que aquello conllevaba, no faltaron quienes insistieran en cultivar su artiguismo a todo trance. Transcurrían poco mas de dos años de la irrupción del célebre libelo importado de Francia con mano de obra uruguaya, y menos aún de la erradicación de las primorosas plaquitas callejera elaboradas por Blanes, cuando nos narra Acevedo en su “Alegato Histórico” (T.I p.239: “En abril de 1853 el senador (por Cerro Largo) don Dionisio Coronel, presentó un proyecto por el cual se daba el nombre de VILLA ARTIGAS al pueblo fronterizo conocido entonces con la denominación de ARREDONDO, hoy Río Branco.

Prosigue el historiador con el dictamen con que (en la sesión del día 21) lo patrocinó la Comisión de Legislación, compuesta por Antonio Luis Pereyra y Fco. Solano Antuña: “La denominación que se dé de “Artigas” a aquella villa, será un monumento de gratitud a la memoria del Primer Jefe de los Orientales, que levantó la enseña de la Libertad y que nos abrió la senda que debía conducirnos a la independencia de nuestro país y su constitución. Facilitando el Poder Ejecutivo la translación de nuevos pobladores a aquel pueblo fronterizo, prosperará pronto y será de suma utilidad para la República, si se pone especial cuidado en que sus vecinos sean en su mayor parte de origen y lengua española. De otro modo, cree la Comisión Informante, que nunca recuperaremos el fruto de nuestros esfuerzos en la fundación de pueblos en la frontera del Brasil”. ¡Artiguismo puro y genuino, aún más allá del propio hecho en sí, en su proyección! Continúa Acevedo: “El señor Ramón Masini habló en el mismo sentido, y concluyó diciendo que el Senado se honraría disponiendo que los restos del General que existían en la República del Paraguay, fueran traídos al país y colocados en un monumento a su memoria”. ES ESTA LA PRIMERA MENCIÓN OFICIAL EN CUANTO A REPATRIACIÓN Y MONUMENTO. (1)

Gracias a este ambiente de entusiasta reivindicación artiguista que se vivía mientras duraba la presidencia de Giró, fue que el mayor Leandro Gómez juzgó oportuno hacer donación de la espada de honor que Córdoba otorgara a Artigas en 1815 y que él rescatara de un cambalache bonaerense en 1842, según su biógrafo Washington Lockhart “... en momentos en que padecía verdadera pobreza”.  Su idea era donarla a la República, pero el sangriento motín del 18 de Julio de 1853 – que dejara muy mal herido al gobierno legal – le hizo reconsiderar su iniciativa.

En Abril de 1854, Flores, ya establecido como dictador decidió retomar la propuesta de la repatriación de los restos, y a tales efectos comisionó a tramitar la gestión ante el gobierno de Paraguay al Dr. Estanislao Vega. Tras larga tramitación, los restos de Artigas llegaron a Montevideo desde Buenos Aires en el barco de la carrera “Menay”, el 19 de Setiembre de 1855, y al otro día serán transportados a la Isla de Ratas, donde permanecerán 14 meses. Presidía interinamente la República, el Pres. del Senado José Basilo Bustamante, por renuncia de Venancio Flores. Poco después accedido a la presidencia en  marzo de 1856 don Gabriel Antonio Pereira – pariente político de Artigas -, Leandro Gómez aprovechó para replantear su ofrecimiento de la espada, a la vez que escribía con reiteración en la prensa clamando por dar destino decoroso a los venerados despojos. En carta al presidente fecha 8 nov. 1856 ofrece la espada – que el presidente acepta – y agradece contestando: “Como particular y como presidente de la República, tributo a usted los más cordiales agradecimientos por la honorífica distinción, asociando su nombre al reconocimiento de esa demostración de gratitud de un pueblo hermano a su Protector.”

Eufórico, escribe entonces Leandro Gómez en “La República” con visionaria intuición, que la vida de Artigas “...formará parte de la educación de nuestros hijos, que también aprenderán a venerar sus virtudes”. Las exequias serán realizadas el 20 de noviembre de 1856, quedando provisoriamente las cenizas en el panteón de Pereira en el cementerio Central, hasta tanto no se construyera la Rotonda para el Panteón Nacional proyectado. En ese mismo 1856, el periodista, político y escritor José Pedro Pintos, refutaba desde LA NACIÓN las calumnias  con que LA TRIBUNA de Buenos Aires insistía, decía Pintos, “...en denigrar la memoria del General Artigas, faltando a verdad histórica y atribuyendo a ese ilustre libertador hechos odiosos y tendencias reaccionarias”. Seguimos ahora con Pivel (“ Una etapa en la reivindicación del juicio sobre Artigas”, Gaceta de la Universidad, julio 1964): “Pintos reunió elementos para escribir la vida de Artigas, aspiración que no pudo cumplir por su muerte prematura en 1859”. En enero de dicho año había alcanzado a publicar una biografía de Manuel Oribe, su gran amigo, la que había iniciado apenas muerto éste.

Lo que Pintos no pudo concretar, si lo hizo al año siguiente de su muerte Isidoro de María, ligado por doble parentesco con Artigas. Se trata de un folleto titulado “Vida del Brigadier General José Gervasio Artigas” que narra y defiende la obra y procederes del personaje.

En ese mismo años de 1860 sucede a Pereira en la presidencia Bernardo Prudencio Berro. Este eleva un pedido a la Asamblea General para cancelar los sueldos devengados desde el retiro de Artigas en 1820 hasta su fallecimiento, con el más alto grado, Brigadier General, a favor de su nieto José Pedro Artigas. También hizo colocar en su tumba una placa e mármol con la inscripción: “Artigas, Fundador de la Ncionalidad Oriental”. En junio de 1862 la Cámara aprobó un proyecto del diputado Tomás Diago (2) proponiendo erigir el primer monumento a Artigas en la plaza Independencia, hecho que quedó en aguas de borraja al verificarse al año siguiente la invasión de Venancio Flores que derivará en el holocausto de Paysandú. Sobre la ciudad heroica sobrevolará el nombre de Artigas de labios de sus defensores, siempre presente en las emotivas arengas de su comandante en jefe. Dirá en ellas: “Constancia, valientes hijos de Artigas, que el sol de la libertad brillará... arde en nuestro pecho el valor tradicional de los hijos del inmortal Artigas...”. Y alude a la escuadra brasilera como ese “...elemento de vasallaje y conquista con que pretende el Imperio dominar la patria del inmortal Artigas”.

Mientras tanto, en Montevideo, la Guardia Nacional acababa de fundar un periódico con el nombre de ARTIGAS. Dice su primer número: “Cuando la independencia de la Patria peligra, ¿qué nombre pudiéramos poner al frente de nuestro diario como símbolo del pensamiento que preside su fundación? ... El nombre de Artigas resume la primera y más gloriosa tradición del pueblo oriental: Artigas es la personificación de la Patria... Artigas es la Independencia... Queremos la Patria como Artigas la concebía... digna de su Fundador, para que no tenga que avergonzarse de sus hijos aquel padre venerando”.

Bueno es recordar todos estos hechos en momentos en que es última moda, entre algunos historiadores, devaluar la figura de Artigas en el sentido de que en buena medida habría sido agrandada artificialmente – en el último cuarto del siglo pasado -  por un par de gobiernos militares que buscaron así unificar a nuestro pueblo – tan tajantemente dividido por nuestros dos partidos políticos -, en torno a una figura que pudiera concitar una conciencia nacional que hundiera sus raíces en un pasado común del que pudiéramos enorgullecernos. Nadie mejor que Artigas para llenar ese menester, obviamente, y sugieren que se aprovecharon a tales efectos historiográficos de Ramírez, Fregeiro, Maeso, “La Leyenda Patria” de Zorrilla, y hasta parte de la obra pictórica de Blanes.

Y yo digo que eso es falso, que esos compatriotas mencionados no le estaban haciendo un mandado a nadie ni muchísimo menos, cuando con mayor o menor inspiración daban a luz el fruto de su capacidad intelectual, porque Artigas, mal que le pese a alguno, no es un producto de marketing, y estuvo latente – creemos haberlo demostrado – en el pensamiento de muy buena parte de sus compatriotas – contemporáneos o no – desde los tétricos momentos que sucedieron a su derrota militar definitiva. Y lo hemos visto ir renaciendo paso a paso en aquellas modestas propuestas de homenajes frustrados en el nomenclator montevideano; en aquella, su airada defensa por parte del anónimo columnista de El Cerrito contra los infundios bajo firma gringa de la NUEVA TROYA; en los proyectos parlamentarios de Dionisio Coronel, de Ramón Masini, de Tomás Diago; y en los clamores periodísticos del joven Leandro Gómez, exigiendo que los restos de Artigas regresaran de su deprimente exilio de más de un año en la Isla de las Ratas.

Y vamos a terminar con la lectura de un testimonio palpitante, demostrativo como pocos, de que Artigas no ha sido en este país un mero elemento de cohesión artificial inventado por el poder para exacerbar  el sentimiento de nación, es decir, más un producto de la política que de la Historia. Para ello nos basta imaginar al capitán Hermógenes Masante, velando con su arma al alcance de la mano entre las ruinas de Paysandú, esa última noche del año 1864, mientras escribía en su conocido diario acerca del ya incontenible avance brasilero sobre la ciudad:

“En las líneas atacadas, sitiadores y sitiados luchan calle por medio. El individuo que se descubre una cuarta es hombre muerto. La guarnición disminuye hora por hora, pero los que sobreviven no desfallecen. La imagen de la Patria los alienta y el ejemplo del valor y de la tenacidad de Artigas anda de labio en labio. ¡ Seremos tus dignos compatriotas, heroico jefe de los Orientales!”

Ojalá que todos nuestros compatriotas hicieran suyas tales palabras.

(1) ¿Quiénes eran estos otros auténticos reivindicadores de Artigas?  Digámoslo sucintamente: CORONEL, uno de los principales caudillos militares de Oribe. ANTUÑA, jurisconsulto, ex constituyente y bajo su primera presidencia Fiscal General del Estado, cargo que volvió a ejercer en el Cerrito, a más de Presidente del Tribunal de Apelaciones. PEREYRA, abogado español, naturalizado oriental, Vicepresidente del Senado en el Carrito, codificador. MASINI, conspirador junto a Oribe en los “Caballeros Orientales” y a quien siguió firmemente ligado, integrando la Asamblea legislativa y además, muy valioso colaborador en su importantísima tarea educativa.
(2)     Diago fue durante la Guerra Grande, diputado por Cerro Largo en la Asamblea del Cerrito e  “... íntimo amigo y fanático partidario del presidente Oribe” (Mateo Magariños de Mello, “El Gobierno del Cerrito”).

 Jorge Pelfort

(Conferencia en Junta departamental de Cerro Largo. Melo 22-10-00)

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