martes, 12 de mayo de 1987

EL ABRAZO DEL OSO

Gral. Juan Antonio Lavalleja
Con contumacia lindante en el masoquismo los colorados suelen revivir en todos sus aniversarios el ya documentalmente agotado episodio de la Emboscada de Monzón, que ellos gustan denominar "abrazo".

EL FRAUDE DE EDUARDO ACEVEDO.- Por ejemplo, cuando recientemente leímos el primer capítulo de una serie que en LA MAÑANA escribió el señor Efraín Quesada, vimos que su autor se había ensartado con la versión fraudulenta que de las "Memorias" de Spikerman fragua Eduardo Acevedo, con el obvio propósito de mejorar la desairada posición de Rivera en el episodio, arguyendo trascribirlas del diario EL NACIONAL del 19 de abril de 1899 ("Anales Históricos" I, 291, ed. Barreiro y Ramos 1933 y "Artigas, Alegato Histórico" III, 752, ed. oficial 1950). Quienquiera que consulte el diario aludido comprobará que su versión se ajusta exactamente a las "Memorias" de Spikerman depositadas en el A.G.N y publicadas en la Revista del I. Histórico y Geográfico, y no a los agregados y tijereteos a que las somete el tan mentado historiador.

UNO A UNO ES UN EMPATE.- Pero lo más gracioso es que en este caso nadie debe molestarse demasiado para comprobar la vieja estafa que engañó a tantas generaciones de estudiosos. Basta confrontar el artículo del señor Quesada del 27 de abril (columna central) con la versión Acevedo, contra el del 30 de abril (columnas 1 y 2) con la auténtica de Spikerman.

Allí se comprueba que la frase que reza: "Conoció el engaño, pero como había sido uno de los que tres meses antes había tenido aviso de nuestra empresa no trepidó en adherirse a ella inmediatamente", está indubitablemente referida a Leonardo Olivera y no a Rivera, como gusta presentarla la historiografía colorada haciendo pie en la burda trampa mencionada.

LOS CUENTOS DE DON ISIDORO.-
 Los dialogados que a continuación reproduce el articulista y que nada agregan a la cosa, carecen además de fundamento ya que provienen de don Isidoro De María (de 10 años de edad a la sazón) y que creó su versión casi medio silgo después en base a los recuerdos del septuagenario general Possolo.

Pero, por lo demás, el primer historiador colorado no era tampoco muy de confiar en la materia, por su tendencia a
 "suplir la verdad documentada con suposiciones o referencias de dudosa autoridad y a salir del paso por aproximación...con muchos datos erróneos que hoy es dificilísimo rectificar después de tanto tiempo y de tanto repetirse sin control", según su colega y correligionario Fernández Saldaña (Dicc. Biogr. Urug. p.394).

Esa es la base sobre la que han tejido su novelita rosa todos los escritores colorados que se han ocupado del tema hasta el presente - con la excepción de Carlos Manini Ríos ("Diálogo de los Compadres")- haciéndose los distraídos acerca de la abundantísima documentación oriental y brasileña existente. Así también toda la hojarasca que amontona en el suplemento LA SEMANA el señor Florencio Vázquez, que no vale la pena entrar a analizar especialmente desde que nos cuenta que se encontraron los caudillos
 "...produciéndose de inmediato un fraternal contacto".

BRITO DEL PINO AUSCULTA Y OPINA.-
 Si hay algún libro que jamás podrá ser objetado de parcialidad por parte de los colorados es el "diario de la Guerra del Brasil" escrito durante dicha campaña por el general José Brito del Pino. A lo largo del mismo, el autor trasunta una indisimulable simpatía por el general Rivera y una ácida antipatía por Lavalleja. Pero en su anotación del 22 de agosto de 1827, al consultar entre varios protagonistas del Monzón su opinión sobre el hecho -principalmente el entonces Ayudante de Campo del primero, el coronel Leonardo Olivera- Brito anota:

"Se puso (Rivera) al galope y cuando llegó, recién se apercibió de su engaño y de que se hallaba prisionero de los mismos que iba a combatir. Como al verlo todos desnudaron sus espadas, creyó que iba a ser muerto  y lleno de terror le dijo a Lavalleja: 'Compadre, no me deje Ud. asesinar' Entonces Lavalleja mandó que envainasen los sables y le contestó: 'Aunque no merecía otra suerte que morir a mano de sus paisanos a quienes ha traicionado como igual a su patria, he querido demostrar toda la generosidad que nos anima y ver si con conducta tal de nuestra parte, olvida Ud. su pasado de crímenes y traiciones y entra a hacer causa común con nosotros para libertar la patria' Ya repuestos Rivera de su primer terror, se negó a cooperar, fundándose en que estaba al servicio del Imperio y no podía traicionarlo, añadiendo otras excusas hijas de su mala voluntad".

"Entonces replicó Lavalleja: 'Pues bien, compadre, piénselo bien hasta la madrugada; si entonces no se ha decidido a volver al camino del honor, será fusilado y la patria vengada'. Se le hizo retirar en seguida a una tienda de campaña guardada por centinelas de vista. Estos hacían su servicio una hora relevados por otros y eran Don Manuel Oribe, Don Manuel Lavalleja, Don Manuel Freire, etc. Entregado quedó a sus reflexiones hasta que a las 2 de la mañana, mas viendo que el término fatal se aproximaba, mandó llamar al general Lavalleja y le dijo: ¡Compadre, estoy decidido, vamos a salvar la patria y cuente Ud. para todo conmigo'. Lavalleja lo abrazó entonces y lo comunicó a los demás".

Por supuesto que, según lo que el señor Vázquez trascribe de De María y de Berra, Rivera quería dar la impresión -especialmente así informaba a sus partidarios- que era él quien mandaba, aunque el propio De María (libro V, p.64) aclara que Lavalleja lo nombró
 "Segundo Jefe del Ejército Libertador", lo cual será ratificado por la Asamblea de la Florida.

LA PALABRA DE LAVALLEJA.-
 TRES días después del episodio, sin pensar obviamente que su carta íntima pasaría a la Historia, Lavalleja describía a su mujer el "inmediato fraternal contacto":

"...tuve noticias que Frutos venía en marcha de la Colonia a incorporarse a una fuerza de 300 portugueses... y me propuse perseguirlo día y noche y el 29 a las once de la mañana lo hice prisionero con 6 oficiales y 50 soldados que le acompañaban. No te puedo pintar cuál fue la situación de aquel hombre cuando se vio entre mis manos: me suplicó le librara su vida... Yo traté de sacar de este acaso IMPREVISTO todas las ventajas y lo primero fue HACERLE HACER un oficio para el coronel Borba que se hallaba en San José para que saliera con toda su tropa y poderlo sorprender..."
.

Pasemos por alto las opiniones coincidentes de los otros dos jefes principales como Oribe y Zufriategui o de oficiales brasileños y veamos qué se escribían entre sí los dos mentores políticos de Rivera, servidores de la usurpación, o sea Nicolás Herrera a Lucas Obes (23.V.25): 

"De allí Lavalleja destacó partidas a tomar dos pasos... lo que consiguió en término de haberle servido para SORPRENDER a Frutos. PILLADO éste, LO HIZO Lavalleja entrar en sus planes a lo que se prestó, o de miedo o porque abrigaba estas ideas y le pareció oportuna la ocasión".
  Más que oportuna: de "sí o sí" como se dice ahora.

EL DOCUMENTO QUE FALTO A MANINI.-
 Y pongamos fin al tan manido tema de la conocida frase de que "a confesión de parte relevo de prueba", con estos párrafos de una carta escrita tan sólo 6 meses después (28.X.25) a uno de sus protagonistas, el general Pablo Zufriategui, que puede leerse en "correspondencia Militar de 1825" tomo II, pág. 258, publicado en 1935 por la División Historia y Archivo del Estado Mayor del Ejército:

"...desde que YO ME RENDÍ al Ejército, e impartí las órdenes que HALLABA BIEN IMPARTIR EL SEÑOR GENERAL
 (Lavalleja)..." firmado: Fructuoso Rivera.

EL INGENUO DR. GOEBBELS.-
 Cuando Joseph Goebbels estableció su famosa teoría que para hacer creer que la luna es de queso no hay más que repetirlo constantemente, ignoraba que la misma llevaba ya un siglo de existencia en u pequeño y remoto país sudamericano. Pasará otro medio siglo y cuando pocos ya recuerdan la existencia del locuaz Ministro de Propaganda del Tercer Reich, la idea que él ingenuamente creyó haber inventándose sigue manejando.

Esperemos que a fines de abril de 1988 si aún andamos por estos mundos, no nos obliguen a salir nuevamente a la palestra a rebatir los mismos puntos, aburriendo al país y a nosotros mismos con el tema.

JORGE PELFORT
LA RAZÓN
12 mayo 1987

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