Con fecha 18 de febrero pasado, publicamos
en LA REPÚBLICA una página titulada “Las mentiras no prescriben” encarando el
tema de la abolición de la esclavitud en nuestro país y algunos equívocos
manejados en torno al mismo, que dejamos documentadamente aclarados.
Cumpliéndose este 28 de octubre un nuevo
aniversario del magno hecho, abordaremos algunos otros aspectos no mencionados
entonces, aunque no por ello de menos importancia.
Claro que el gran cangrejo bajo la piedra
no era ese, sino la inminente evasión de esclavos de algodonales, cafetales,
yerbatales y fazendas de Brasil hacia nuestro país, en procura de la soñada
libertad. Porque Oribe había sido además bien clarito en su oficio a sus
comandantes de Frontera: “En
cuanto a negros esclavos venidos del Brasil, La Ley los ampara y no pueden ser
entregados después que han hallado asilo en nuestro territorio” (“Magariños,
o.c.).
También los periodistas de la
Defensa vieron con alborozo la gran oportunidad para provocar en su favor
la intervención del Imperio en el conflicto, agitando estridentemente el
fantasma de Rosas y su notoria popularidad entre los negros y demás desposeídos
en Argentina. Escribía Magariños Cervantes: “El
Dictador aspira nada menos que a derribar el Imperio, declarando en su ‘Gazeta’
que la monarquía es planta exótica y un escándalo en América y que ya es tiempo
que ese ‘emperador Banana’ deponga una corona y un cetro carcomido… Hay en el
Brasil 20 negros, mulatos, etc., para cada blanco, y el día que el moderno
Atila traspasase victorioso sus fronteras proclamando la libertad de los
esclavos, la igualdad de derechos y el comunismo en acción, porque no merece
otro nombre el despojo y exterminio de la clase ilustrada y opulenta por la
ignorante y miserable cuyo número es infinitamente mayor…” (Estudios
Históricos…” Clás. Nacionales t.35).
Sería así como el 4 de setiembre de 1851,
cuando Oribe marchaba a la cabeza de su ejército a enfrentar la invasión de
Urquiza, el duque de Caxías al mando de una poderosa fuerza de veinte mil
hombres, cruzaba nuestra frontera por Cerro Largo y ocupaba Melo. Uno de sus
oficiales, Ladislao Títara, entre los argumentos con los que pretende
justificar el atropello, destaca que, desde la abolición de Oribe, se había
cuadriplicado la cifra de esclavos fugados a nuestro país y que éste se negaba
a devolver. (“Memorias do Grande Exército…”).
En vista de ello, el día 7 de octubre
Oribe se ve obligado a firmar con Urquiza un tratado de paz de seis puntos.
Dice Pivel (“El fin de la Guerra Grande”): “El
7 de octubre se firmó el pacto con Urquiza que ponía término a la Guerra
Grande”. Pero al otro día, 8 de
octubre, informado el gobierno de la Defensa por Garzón que ya Oribe había
depuesto las armas, rechazó cinco de los seis artículos, incluso el último, por
el que Urquiza ofrecía “…sus
buenos oficios para que el gobierno de Brasil no presente ninguna reclamación
al Oriental por un mínimo de seis meses”. (Silva
Cazet, Ap. Rev. Histór. t.XLI).
Nada de esperar. Cuatro días después, 12
de octubre, Andrés Lamas firmaba en Río los famosos cinco Tratados uno de los
cuales, el de Límites, entregaba un tercio de nuestro territorio, mientras que
el de Extradición obligaba a devolver los esclavos fugitivos y a permitir a los
hacendados brasileños de nuestro país a seguirlos explotando en sus estancias
uruguayas. Para ello, el ministro de Gobierno, doctor Manuel Herrera y Obes,
notificará a su colega de guerra, general Lorenzo Batlle “las
instrucciones necesarias sobre devolución de esclavos que le sean reclamados
por súbditos brasileros” (AGN,
fondo Min. De Guerra).
De acuerdo con Eduardo Acevedo (“Anales
Históricos”), aún a mediados de 1876 nuestra policía entregaba al Brasil una
esclava fugada y sus dos hijas, en servil cumplimiento de aquellos tratados
que, según dicho autor “…convertían
a nuestras policías fronterizas en carceleras del Brasil”.
JORGE PELFORT
LA REPÚBLICA
25 noviembre 1992
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