miércoles, 25 de noviembre de 1992

EN TORNO A LA ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD


Con fecha 18 de febrero pasado, publicamos en LA REPÚBLICA una página titulada “Las mentiras no prescriben” encarando el tema de la abolición de la esclavitud en nuestro país y algunos equívocos manejados en torno al mismo, que dejamos documentadamente aclarados.

Cumpliéndose este 28 de octubre un nuevo aniversario del magno hecho, abordaremos algunos otros aspectos no mencionados entonces, aunque no por ello de menos importancia.

Promulgada la ley en plena Guerra Grande (1846), el ministro de gobierno de Montevideo en Río, Andrés Lamas, de inmediato trató de sacar ventaja del disgusto con que los brasileños miraban esa medida que económicamente tanto les afectaba.  En la prensa carioca comenzó este mal oriental a azuzar la invasión militar brasileña, destacando el perjuicio que la ley infería a los hacendados norteños de nuestro país a quienes Oribe les quitaba “los brazos con que trabajaban” (A. Magariños, “El Gob. Del Cerrito”).

Claro que el gran cangrejo bajo la piedra no era ese, sino la inminente evasión de esclavos de algodonales, cafetales, yerbatales y fazendas de Brasil hacia nuestro país, en procura de la soñada libertad. Porque Oribe había sido además bien clarito en su oficio a sus comandantes de Frontera: “En cuanto a negros esclavos venidos del Brasil, La Ley los ampara y no pueden ser entregados después que han hallado asilo en nuestro territorio” (“Magariños, o.c.).

También  los periodistas de la Defensa vieron con alborozo la gran oportunidad para provocar  en su favor la intervención del Imperio en el conflicto, agitando estridentemente el fantasma de Rosas y su notoria popularidad entre los negros y demás desposeídos en Argentina. Escribía Magariños Cervantes: “El Dictador aspira nada menos que a derribar el Imperio, declarando en su ‘Gazeta’ que la monarquía es planta exótica y un escándalo en América y que ya es tiempo que ese ‘emperador Banana’ deponga una corona y un cetro carcomido… Hay en el Brasil 20 negros, mulatos, etc., para cada blanco, y el día que el moderno Atila traspasase victorioso sus fronteras proclamando la libertad de los esclavos, la igualdad de derechos y el comunismo en acción, porque no merece otro nombre el despojo y exterminio de la clase ilustrada y opulenta por la ignorante y miserable cuyo número es infinitamente mayor…” (Estudios Históricos…” Clás. Nacionales t.35).

Sería así como el 4 de setiembre de 1851, cuando Oribe marchaba a la cabeza de su ejército a enfrentar la invasión de Urquiza, el duque de Caxías al mando de una poderosa fuerza de veinte mil hombres, cruzaba nuestra frontera por Cerro Largo y ocupaba Melo. Uno de sus oficiales, Ladislao Títara, entre los argumentos con los que pretende justificar el atropello, destaca que, desde la abolición de Oribe, se había cuadriplicado la cifra de esclavos fugados a nuestro país y que éste se negaba a devolver. (“Memorias do Grande Exército…”).

En vista de ello, el día 7 de octubre Oribe se ve obligado a firmar con Urquiza un tratado de paz de seis puntos. Dice Pivel (“El fin de la Guerra Grande”): “El 7 de octubre se firmó el pacto con Urquiza que ponía término a la Guerra Grande”. Pero al otro día, 8 de octubre, informado el gobierno de la Defensa por Garzón que ya Oribe había depuesto las armas, rechazó cinco de los seis artículos, incluso el último, por el que Urquiza ofrecía “…sus buenos oficios para que el gobierno de Brasil no presente ninguna reclamación al Oriental por un mínimo de seis meses”.  (Silva Cazet, Ap. Rev. Histór. t.XLI).

Nada de esperar. Cuatro días después, 12 de octubre, Andrés Lamas firmaba en Río los famosos cinco Tratados uno de los cuales, el de Límites, entregaba un tercio de nuestro territorio, mientras que el de Extradición obligaba a devolver los esclavos fugitivos y a permitir a los hacendados brasileños de nuestro país a seguirlos explotando en sus estancias uruguayas. Para ello, el ministro de Gobierno, doctor Manuel Herrera y Obes, notificará a su colega de guerra, general Lorenzo Batlle “las instrucciones necesarias sobre devolución de esclavos que le sean reclamados por súbditos brasileros” (AGN, fondo Min. De Guerra).

De acuerdo con Eduardo Acevedo (“Anales Históricos”), aún a mediados de 1876 nuestra policía entregaba al Brasil una esclava fugada y sus dos hijas, en servil cumplimiento de aquellos tratados que, según dicho autor “…convertían a nuestras policías fronterizas en carceleras del Brasil”.


JORGE PELFORT
LA REPÚBLICA
25 noviembre 1992

No hay comentarios:

Publicar un comentario