domingo, 23 de agosto de 1992

CUANDO EL AMOR DE UNA MUCHACHA CAMBIÓ NUESTRA HISTORIA - Oribe y la Conspiración Isas-Turreyro

Barón de la Laguna, Carlos F. Lecor
Alto, magro, erguido, el cabello renegrido enmarcando el rostro de tez muy blanca donde refulgían los ojos verdosos, ha de haber sido el joven Manuel Oribe elemento de indudable atracción entre las montevideanas de entonces. Su conocida relación íntima con la diecisieteañera actriz Trinidad Guevara, no fue seguramente "...su única aventura amorosa" como alguno de sus biógrafos ha afirmado. Basta al respecto un párrafo de una carta de Lucas Obes a Rivera, en la que le informa de la sorda animosidad existente entre Santiago Vázquez y Oribe, y que éste "... no se liga con Vázquez sino por alguna travesura de amores" (Pivel: Hist. de los Partidos...").

Ello desvirtúa totalmente, además, la absurdidad de ese Oribe retraído y "enigmático" que se nos ha pintado, aproximándolo, por el contrario, al "mancebo imperioso y ardiente" que nos describe el oficial de la marina portugués Sena Pereira en sus "Memorias" de la época. Si acaso, la transcripción de Obes nos estaría señalando cierto espíritu selectivo en la materia: nadie "se liga" con un cuasi enemigo para farras comunes y corrientes. Valga pues, lo precedente, como introducción al tema.

UN NOMBRAMIENTO INFELIZ.- Producida la captura de Rivera en Monzón y en consecuencia su pasaje a filas patriotas, el 7 de mayo de 1825 las fuerzas orientales ponen sitio a Montevideo. Lavalleja y Rivera dejan a cargo del mismo a sus hombres de más confianza. Lavalleja, al sargento mayor Manuel Oribe y Rivera al de igual clase Bonifacio Isás (aliás "Calderón") quien, por ser su graduación de más antigüedad asume la jefatura de la línea sitiadora, quedando Oribe en carácter de segundo.

Cordobés de nacimiento, Isás había luchado bravamente por la causa artiguista a órdenes de Rivera hasta que, siguiendo a éste, pasó al servicio de los invasores y -junto con Julián Laguna- fueron los principales jefes riveristas durante la Cisplatina. Fue Isás quien, al frente de la vanguardia de Rivera, desbarató la revolución patriota de 1823, aprehendiendo en Arroyo Malo al jefe de la misma, el capitán Pedro Amigo, ahorcado en consecuencia en la plaza pública de Canelones, pese al denodado alegato de su defensor, don Joaquín Suárez.

Los antecedentes más recientes de Calderón, para nada lo hacían confiable en cargo de tal responsabilidad. Según un protagonista de los acontecimientos, don Luis De la Torre, en la marcha hacia Montevideo, ocupada San José por los patriotas el 1º de mayo, "... en la noche intentó Calderón una contrarrevolución pero sabido por Rivera lo contuvo y lo hizo subordinarse a la situación".

Implantado el sitio, continúa De la Torre en sus "Memorias":
 "Los enemigos repetían sus salidas a forrajear para sus caballos, bajo fuertes guerrillas. En una de ellas se comprometió seriamente el comandante Oribe contando con la protección de Calderón, quien se mantuvo frío espectador, y que por esta falta hubo de sufrir Oribe un descalabro del que lo salvó el valor desesperado. Este hecho tan notable hizo desconfiar a Oribe de alguna traición".

LA TRAICIÓN FRUSTRADA.- No era vana su desconfianza. Con fecha 28 de mayo el Dr. Nicolás Herrera oriental cuyos importantes servicios a los invasores habían sido retribuidos por el Emperador con los valiosos campos del Rincón del Rosario y el correspondiente título nobiliario de Conde, escribía a su cuñado e íntimo amigo, Dr. Lucas Obes ("Caballero del Lazo Verde"), que había mantenido contactos con el mayor Juan M. Turreyro. Este le aseguró estar dispuesto junto con el coronel Julián Laguna y el mayor Calderón, a sublevar al regimiento de Dragones "...única fuerza respetable con que cuenta Lavalleja para llevar su empresa adelante" para -en combinación con los brasileños del general Barreto- dar el golpe de gracia a la revolución asesinando a sus jefes. Finaliza Herrera su carta a Obes: "Si el plan se realiza, cuente Ud. que todo acaba del modo más feliz" (Pivel, "La Epopeya Nacional de 1825").

Dice en su "Diario" el abanderado de los "33", Juan Spikerman:
 "Lavalleja estaba en Canelones y había ya una persona destinada a asesinarlo. Una mujer era la conductora de la correspondencia entre Calderón y el general Lecor". Según Pivel (o.c.) esa mujer era Teodora Ituarte. Casada en agosto de 1804 con Francisco Antonio Villagrán y Artigas, primo y cuñado del prócer (A. Apolant, "Génesis de la familia uruguaya"), tenía una hija que era en aquellos momentos la amante de Manuel Oribe. Esta muchacha estuvo destinada a cambiar el rumbo de nuestra historia.

Sabedora de los planes de su madre y angustiada ante el tremendo dilema, optó por salvar a su hombre, y en un momento de intimidad confesó a este, según Spikerman, "...que su madre conduciría durante la noche la correspondencia de Calderón para el general Lecor".

Refiere por su parte De la Torre:
 "Oribe se situó personalmente en la guardia que debía pasar, la sorprende y registrada, se le tomaron las cartas que, abiertas, se vio manifiesta la traición que era extensa a ultimar a todos los Jefes. Oribe por su cuenta prendió a Calderón y lo remitió al Cuartel General con el cuerpo del delito".

Veamos cómo procedió al arresto de su superior, de acuerdo con el relato de Eduardo Acevedo Díaz muy posiblemente basado en versión de su abuelo, general Antonio Díaz, contemporáneo de los sucesos:
 "Un ligero diálogo se había suscitado a su llegada al vivac, con el presunto traidor, luego algunos ademanes violentos... Calderón retrocedió algunos pasos con la mano en el pomo del sable. Oyóse que decía: 'No le reconozco autoridad para prenderme y no me entrego'. Entonces Oribe, sin preocuparse de los que estaba a su espalda, sacó las dos pistolas que tenía cruzadas delante y las amartilló apuntándole a la cabeza. Calderón se desprendió su sable y lo entregó sin más resistencia".

Todos los mencionados en las cartas fueron citados a declarar, quedando finalmente libres de sospecha, a excepción de Calderón, Turreyro, Justo González y José Alvarez Del Pino, los que fueron sometidos a Consejo de Guerra. Desde su cuartel general de Canelones, Lavalleja informó a Rivera, a la sazón en Durazno, de los acontecimientos.

Rivera le contesta  por carta del 1º o 2 de junio en la que después de expresar sorpresa, se aboca decididamente a tratar de salvar a su gente de confianza. Afirma que
 "...no lo creo, muy particularmente de Bonifacio y Laguna... él (Calderón) nunca pudo traicionar la fidelidad del país... por lo mismo esto carece (léase: requiere) todo el secreto y pulso necesario hasta ver esclarecido o el crimen o el impostor que los acusa... Todo me hace creer compadre una impostura de la que ni yo mismo estoy libre y muy natural en forjarla por los mismos enemigos para ganar así terreno a sus miras e introducir entre nosotros la desunión... le recomiendo a Vmd. pulso en la causa de Bonifacio y los demás, este hombre y Laguna son patriotas de decisión, de esto hay pruebas cuantas se quieran por lo que dudo que sea infidelidad ni traición" (Rev. Histo. t. XXX).

Pruebas cuantas se quieran, pero en contra de Calderón y Turreyro, aportó el Tribunal presidido por el mayor Pablo Zufriategui, a pesar de los esfuerzos de los defensores, mayor Pedro Lenguas y teniente coronel Gregorio Planes. Ambos fueron condenados a muerte por el Consejo de Guerra y a prisión Justo González y José Alvarez sentencia confirmada por el Gobierno Provisorio con fecha 23 de junio, la víspera del onomástico de Lavalleja. Asombra que Rivera afirmase que Calderón "nunca pudo traicionar la fidelidad del país" cuando hacía tan sólo 30 días que él mismo había impedido su traición en San José.

Refiere De la Torre que cuando Rivera supo
 "que habían sido condenados Calderón y otros y proponiéndose salvarlos se dirigió a la Florida, y aprovechando el 24 de junio, santo de Lavalleja, promovió y obtuvo el perdón, generosamente puestos todos en libertad y sólo exigiendo a Calderón su palabra de no tomar parte en la guerra; pero este traidor faltando a su palabra fugó a los enemigos y los sirvió en toda la guerra hasta llegar a morir de Brigadier del Imperio. Los demás señores perdonados, fueron después leales a la Patria".

UNA PERSECUCIÓN A DESGANO.- En efecto, a los cuatro meses el mayor Isás (a) Calderón, peleaba contra los orientales en Sarandí. Otro de los "33", Juan Acosta, actor en dicha batalla, expresa en sus "Memorias" (dictadas al coronel Lucas Moreno): "Hubo dicho Calderón caer prisionero al otro día de la batalla de Sarandí, pues marchando en el grupo en que huían Bentos Manuel y Bentos González, en dirección al paso de Polancos del Yí, pudieron salvarse atravesando el crecido río en un bote, porque el general Rivera que los perseguía, hizo un alto innecesario para descansar y dar de comer a la tropa".

Para Luis De la Torre, quien también peleó en Sarandí, dicho descanso fue destinado a la salvación de los fugitivos, dándoles "... el tiempo suficiente como para que llegase y operasen el pasaje".

Difiere muy levemente un protagonista de la propia persecución, el entonces teniente Brito del Pino ("Diario de la Guerra del Brasil p.253):
 "Para alcanzar al enemigo era preciso no perder un instante y el general Rivera hizo hacer dos altos, cada uno de casi una hora, a pesar de las observaciones del capitán don Servando Gómez y otros, que se desesperaban al considerar que se les iba a escapar el enemigo. En efecto, cuando llegamos al paso de Polancos que estaba crecidísimo, ya los enemigos estaban del otro lado y habían destruido los botes".

No debe ser ajeno a este episodio el tajante apartamiento de Servando Gómez del general Rivera, oficial de su máxima confianza y adhesión hasta Rincón, y primo hermano de doña Bernardina. Igual transmutación denota Brito del Pino a lo largo de su "Diario".  Continúa éste:
 "El general Rivera invitó a una conferencia río por medio a los jefes brasileños y después de una conversación animada, le dijo a Bentos Manuel que se preparase, porque iba a pasar y los iba a perseguir hasta Río Grande" no sin antes advertirle:" No piense el Sr. Bentos Manuel que ahora pelea con Artigas o con don Andrés Latorre"... "Nos retiramos y apenas subimos las barrancas vimos que la fuerza brasileña se había puesto en marcha. Nada más fácil que hacer pasar más abajo o más arriba una fuerza para perseguirlos, pero nada se hizo... Todo esto contribuyó a que el general Lavalleja se exasperase más contra él y desde entonces se estableció una marcada desinteligencia".

Por segunda vez, pues, en cuatro meses, la amista de Rivera había salvado a Calderón de una segura ejecución. Siempre en abierta violación de su palabra y ascendido por el imperio a teniente coronel, al mando del regimiento de milicias riograndenses Nº 39, volverá a pelear contra los orientales -y sus propios compatriotas- en Ituzaingó.

LA CARAMBOLA DE CALDERÓN: GRATITUD Y VENGANZA.- Ya coronel, y siempre mano derecha de Bentos Manuel, eran los principales jefes de la situación en Río Grande cuando Rivera se interna en dicho estado, tras su derrota en Carpintería.

Ambos se abocan de inmediato a auxiliarle con el fin de hacerle recuperar la presidencia de nuestro país. Dice Eduardo Acevedo ("Anales" I):
 "Entonces Rivera y Lavalle (el general unitario porteño) seguidos de algunos centenares de fugitivos, cruzaban la frontera y pedían asilo en Río Grande... Pues bien, los vencidos de Carpintería se alistaron en el ejército de Bentos Manuel".

Este, desde Candiota (27.1.837), escribe al presidente de Río Grande, Araújo Riveiro (traducimos de "Seudo Historia para el Delfín" II):
 Es facilísimo cambiar la actual administración del  Estado Oriental sin que el gobierno del Brasil pueda ser acusado de haber colaborado directa o indirectamente a tal hecho. Está en la Provincia el general Fructuoso Rivera con casi 500 orientales y argentinos emigrados, y la mayor parte están enganchados a sueldo del Imperio, sirviendo contra los rebeldes (farrapos) bajo el comando del coronel Bonifacio Isás Calderón y, para perseguirlos se reunieron con aquellos, diferentes contingentes de guaraníes que están en servicio, componiéndose así una división de 700 hombres. Esta, marchando sobre la línea con el pretexto de guarnecerla o de acosar a los rebeldes, se considerará rebelada. El  general Rivera, tomando entonces el mando de ella operará como conviene y, apoderándose del departamento de Paysandú, el más populoso del Estado Oriental (entonces todo el norte de Río Negro y con mucha población brasileña), seguirá su carrera hasta Montevideo. El coronel Calderón está dispuesto a prestarse a ese manejo. Dándose parte de haberse sublevado aquella fuerza, que la operación tenga lugar del otro lado de la línea o de éste, el gobierno queda a cubierto de cualquier argumentación, tanto más aparentemente real cuando se considere que la fuerza destinada a esta acción está compuesta de los emigrados y los guaraníes, lo que acredita que jamás puede ser responsable por un acontecimiento de esa naturaleza ... Para aprontarse la División es necesario se envíe para Alegrete por lo menos 300 chaquetas, otros tantos pantalones, de 600 a 700 calzoncillos de algodón, camisas de brin, ponchos de paño y de brin y suficiente número de chiripás del mismo género. De este auxilio tampoco se podrá increpar al gobierno, por cuanto los emigrados orientales  fueron enganchados para servir contra los rebeldes con la expresa condición de percibir el sueldo...". Sin duda que de caballada y armamentos estaban bien nutridos al no pedir refuerzos en tan principalísimos rubros.

Cómo no iba a estar "dispuesto a prestarse a ese manejo" el perjuro Calderón. Si con ello daría cumplimiento a sus dos más caros anhelos: devolución de favores y, a la vez, venganza por aquel humillante arresto a que lo sometiera su subordinado de entonces, el ahora presidente Oribe.

Impredecible transcendencia de los pequeños hechos que van conformando la historia, como la fortuita coincidencia de un cumpleaños con una sentencia de muerte. Sin ella, por ejemplo, ¿habría tenido lugar nuestra Guerra Grande?

Y sin el arranque pasional de aquella muchacha cuyo nombre de pila ni siquiera conocemos, ¿existiría esta república?

JORGE PELFORT
EL PAIS
23 agosto 1992

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