viernes, 16 de mayo de 1997

UNA MISMA DIGNIDAD

Hitler y Stalin

Cuando Hitler y Stalin invadieron Polonia, previo acuerdo de su repartija, todos los partidos comunistas del mundo viraron 180 grados en su antinazismo, tornándose súbitamente en furibundos antialiadófilos.

En nuestra Cámara, el diputado comunista Eugenio Gómez se opondrá al "telegrama de solidaridad que votó el Parlamento a los gobiernos de Bélgica y Holanda cuando se produjo su invasión" por Hitler, y justificó los ataques de la aviación nazi a núcleos civiles: "los que aparentan indignarse porque la aviación alemana siembre el terror en las poblaciones, no pueden ocultar el hecho de que los anglo-franceses borraron con el hecho del bloqueo integral, la distinción entre combatientes y no combatientes".

Nuevo giro súbito de 180 grados cuando Alemania inesperadamente invade la URSS. Nuestros comunistas -aliadófilos de vuelta- respaldarán con su característico estrépito de entonces, diversas medidas militares supuestamente defensivas, entre ellas, la construcción por parte de Estados Unidos, de cinco bases aeronavales en nuestras costas "... disposición de cualquier país que esté en lucha contra el nazismo" (a lo que Herrera se oponía con tenacidad) y apoyarán el proyecto de instaurar el servicio militar obligatorio.


Producido el autogolpe de estado de febrero de 1942, "...el P. C. apoya las medidas adoptadas por el presidente Baldomir... que se encarcele a Herrera, se clausure  'El Debate' y se tomen drásticas medidas..."

Acota el historiador socialista Carlos Machado ("Historia de los Orientales") de quien tomamos las precedentes citas: "El herrerismo con fidelidad, transitó por viejos derroteros del nacionalismo: condena la intromisión extranjera en nuestra política interna y denuncia de los apetitos del imperialismo. Recogió precedentes nacidos con Oribe".

Continuamos ahora con Eduardo Víctor Haedo ("Herrera, caudillo oriental"): "Herrera combatió por igual los dos imperialismos actuantes... La presión internacional desbordó todos los límites... Los adversarios tradicionales con todo el poder del gobierno, masivamente enfrente... El cansancio, la desorientación llegó a abrumar a quienes nos manteníamos insobornablemente fieles. Ya ni nos era posible andar por las calles: nos cercaba la violencia enardecida de comunistas y aliadófilos. Había que hacer algo. Fui a la Quinta: "Me parece oportuno, doctor, reiterar públicamente una definición democrática que nos permita situarnos en las polémicas del parlamento y de la prensa, que aclare el clima popular".

Como era su táctica, simuló que no me entendía. Insistí. Súbitamente se para y me interrumpe: "Ud. no viene solo, vienen mandado por los que tienen miedo. ¡Y Ud. también tiene miedo! Nosotros no tenemos que absolver posiciones... ¡No faltaba otra cosa! Quienes han vivido prendidos a la teta del Estado, sacándole todo lo que han podido... ¿nos van a pedir títulos de sanidad democrática? No han pasado una sola mala noche por su país y todos los días los han dedicado a usufructuar. Nosotros no dialogamos con la podredumbre. Vaya y dígalo en el Senado. Diga que se lo dije yo". Concluye Haedo: "Nunca lo vi más grande".

"Yo os acompaño, y como siempre, veréis a vuestro frente participando en vuestras fatigas y peligros, a vuestro compañero: MANUEL ORIBE".

Así finaliza la proclama publicada en "El Defensor de la Independencia Americana" del 2 de agosto de 1851, con la que Oribe arengaba a sus hombres a salir a enfrentar la invasión de Urquiza, muy pronto seguida por la que desde el norte iniciaría Caxías al frente de 20.000 brasileros.

En tales circunstancias, su Ministro de Gobierno, Bernardo Prudencio Berro, consideró necesario ampliar la misma en torno a cierto aspecto que, a su juicio, el Presidente debió haber mencionado, y en tal sentido le escribió, mereciendo la siguiente respuesta:

"He recibido la apreciable de usted fecha 30 del ppdo. que me entregó el Gral. Díaz, y en cuanto a las reflexiones que ella contiene debo decirle que la proclama ya estaba concebida y hecha en los términos que he creído deber hablar a los orientales en esta circunstancia, haciendo al mismo tiempo justicia a la lealtad y sentimientos del Gral. Rosas. Cualquier idea que se vertiere referente a los derechos de nuestra soberanía con relación a ese ilustre aliado, sería una ofensa tanto más irreparable cuanto que ningún antecedente me autoriza a manifestar una duda tan injuriosa. En cuanto a nuestros paisanos, ellos saben y no de ahora, cuáles son mis principios y los sacrificios que en todo tiempo he consagrado a la independencia y la dignidad de nuestro país: no creo pues necesario asegurar ahora a los Orientales por medio de protestas lo que con hechos he acreditado toda mi vida. Fuera de eso, sería una satisfacción para los salvajes unitarios, la sola idea de hallarme en la necesidad de decir a la nación que prometo respetar las leyes y los derechos del pueblo.  Este me conoce y conoce también el espíritu que dirige a los malvados, y le ofrecen paz e instituciones uniéndose a los que las han derrocado, y que protestan no violar la independencia del estado uniéndose al indigno y pérfido extranjero que aspira a usurparla".

Comenta Elisa Silva Cazet ("Manuel Oribe"), Apartado de la Revista Histórica T.XLI): "A través de estas breves líneas en las que Oribe expresa con la concisión tan peculiar en él, su pensamiento, se perfila nítidamente su fisonomía moral. Dotado de un sentimiento si se quiere excesivo de la dignidad personal, oribe fue siempre reacio a dar cuenta expresa de los principios que guiaban su conducta o a justificar su proceder. A su juicio, los actos de su vida pública constituían el testimonio más valioso que podía ofrecer de su adhesión constante a la causa de la independencia y la soberanía del país.  Sus paisanos, testigos de los sacrificios que les había prodigado durante cerca de cuarenta años, no habían manifestado, por otra parte, duda alguna sobre su lealtad a la causa nacional... Por el contrario, la categórica afirmación que hace de que "... ningún antecedentes me autoriza a manifestar una duda tan injuriosa" más que una aclaración parece una reconvención dirigida a su Ministro quien, por colaborar con él en las tareas de gobierno, considerara el menos indicado para dirigirle una observación al respecto".

Y como Herrera a Haedo en tan similar circunstancia casi un siglo después, bien pudo espetarle: "¡No faltaba otra cosa!".

JORGE PELFORT
LA DEMOCRACIA
16 de mayo de 1997

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