viernes, 23 de enero de 1998

ORIBE Y LOS NIÑOS (I)

Brig. Gral. Manuel Oribe
Es deber primordial de todo gobernante de un país, velar y proveer por la felicidad de todos sus habitantes. En el marco de tan elementales normas, hay quienes han puesto énfasis especial en su tarea en determinados sectores de la sociedad. En el caso de Oribe, segundo presidente constitucional de la República, no vacilo en afirmar que la mayor preocupación de su política interna estuvo centrada  en la educación de los niños y los jóvenes, es decir, en los hombres y las mujeres del mañana.

Ya antes de su Presidencia, siendo ministro de Guerra y Marina en 1834 –según nos refiere el historiador Jacinto Carranza-, Oribe fundó y presidió una llamada Sociedad de Agricultura que, de acuerdo con su acta fundacional, estaba destinada a “…mejorar y adelantar la agricultura nacional, mediante la organización de un establecimiento o casa de labor experimental, perfeccionar los instrumentos y los métodos de trabajo: indicar los terrenos más propios para cada cultivo; popularizar las publicaciones útiles; dar educación en la casa experimental a un cierto número de jóvenes pobres de los departamentos”.

Señala Eduardo Acevedo que, a pocos días de asumir la Presidencia, “…entre las medidas adoptadas por el gobierno de Oribe para mejorar las condiciones de la enseñanza primaria, se destaca un decreto de marzo de 1835 encaminado a metodizar la provisión de útiles escolares a los establecimientos de campaña... y de fijar el costo de lo que hubiese necesidad de comprar”.

Por su parte, Orestes Araújo, educacionista español radicado de joven en nuestro país y, al igual que Acevedo, acérrimo enemigo político de Oribe, en su “Historia de la Escuela Uruguaya” reconoce que las escuelas “…estuvieron bastante bien atendidas durante la segunda administración constitucional, si consideramos la época tumultuosa que le deparó la suerte a don Manuel Oribe. No le faltaron a los maestros los medios necesarios para cumplir la delicada tarea”.

Al año exacto de haber asumido la Presidencia, expresará Oribe en su mensaje a la Asamblea General: “La educación de los jóvenes, el deber más grave y más importante de la administración de un país regido por las formas constitucionales, puede suministrarnos los elementos de nuestra organización social… Sólo ella podrá darnos ciudadanos ilustrados que, transmitiendo sus conocimientos en cualquier ramo a que se dediquen, serán tan buenos defensores de la Patria, como amigos de sus instituciones y libertades”.

Palabras éstas que se identifican y sintetizan cabalmente en el Lema artiguista de “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”.

Pero será a partir de su segundo período de gobierno, ejercido desde el Cerrito de la Victoria –a pesar de coincidir con la época aciaga de la Guerra Grande-, cuando la obra educacional de oribe adquiere su mayor importancia.

Ordenará la realización de censos en todas las capitales departamentales, a cuyos alcaldes requerirá la relación del número de escuelas en función, nombres de los niños y sus edades, nombres de los padres y los maestros, datos éstos que deben hacerse “…extensivos a todos los pueblos de ese Departamento donde existan escuelas”.

Posteriormente, Oribe designará una Comisión de Instrucción Pública integrada por el doctor Eduardo Acevedo, el señor Giró y el ingeniero militar José María Reyes, con el objeto de “…llevar a la enseñanza pública todas las mejoras de que sea susceptible en la actualidad”.

El 27 de junio de 1850, la Comisión publicó el Reglamento General de la Enseñanza, de entre cuyo extensísimo articulado destacaremos solamente dos:
“Art. 1º. La enseñanza primaria será gratuita y obligatoria”. Era la primera vez que se establecía esto en el país. Y luego el artículo 58º, queda prohibida terminantemente los hasta entonces muy comunes “…castigos corporales como azotes, palmetas y toda penitencia pública que tienda a envilecer y degradar el carácter de los alumnos”.
En todo el país, devastado y empobrecido por la guerra, empiezan a levantarse y a reacondicionarse escuelas de niños y niñas –que en aquellos tiempos eran absolutamente separadas- bajo la mirada atenta del Presidente, quien controlaba todo de manera personalísima.
Hemos demostrado oportunamente (1) cómo ni bien llegaba a conocimiento del Presidente Oribe que un hecho cualquiera podría impedir a un niño recibir la educación a la cual tenía derecho, de inmediato impartía las órdenes pertinentes para que aquella no le faltara.
Un ejemplo más que omití en la publicación citada –es el del doctor Hipólito Gallinal. Un escritor tan antioribista como los mencionados Araújo y Acevedo, el doctor José Luciano Martínez, en su libro “Laderas y Cumbres” nos narra que, siendo Gallinal un niño de ocho años, jugaba un día –a inicios de la Guerra Grande- junto al rancho familiar próximo al río San José. De pronto, el jefe de una partida que acertó a pasar, conociendo sin duda la filiación política del padre, “…le hizo fuego con un fusil de caños recortados, hiriéndolo en las dos piernas y usando estas palabras: “¡Tomá, para que nunca sirvas a los blancos!”.
Una de las piernas hubo de serle amputada, quedando la otra con serias lesiones.
Relata el autor que, “…enterado Oribe del caso, tomó al niño bajo su protección, lo educó, lo orientó en su carrera de abogado y propúsole mandarlo a Europa a fin de que adquiriese una pierna postiza”.
Fue así como aquel minusválido, a quien normalmente las circunstancias habrían condenado a transitar por la vida como un lastimoso mendigo, a los 24 años de edad se recibía como abogado. En 1861 llegó a ser diputado por su San José natal, en 1875 vicerrector de la Universidad y, hasta el fin de sus días, un altísimo referente de nuestra jurisprudencia. Tanta era su adoración por don Manuel Oribe, que la rúbrica de su firma era casi un calco de la de éste. Agrega el doctor Martínez –quien dice haber sido condiscípulo y amigo de un hijo del doctor Hipólito Gallinal- que éste jamás toleró que en su presencia alguien hablase mal de Oribe pues, decía, “ustedes saben que para mí primero es Dios y después Don Manuel”.
El 26 de agosto de 1992 se cumplió el bicentenario del nacimiento de don Manuel Oribe. Un par de semanas antes me telefoneó a  Montevideo quien resultó ser el maestro Carlos Martínez Latorraca, socialista, Director de la Escuela Nº 1 de la ciudad de Florida, manifestando que, siendo frecuente lector de mis artículos de índole histórico en la prensa, me invitaba a disertar sobre el personaje –el mismo día del bicentenario- ante las clases de cuarto, quinto y sexto reunidas. Pregunté sobre algún tema en especial y lo dejó a mi elección. Le expresé entonces que, en una escuela, ningún tema mejor que “Oribe y los niños”. Y así se dio. Tal, pues, el origen de esta nota.

(1)      “Oribe, Precursor de nuestra educación” Jorge Pelfort, Ediciones de la Plaza, Montevideo, 1988.

JORGE PELFORT
“PATRIA”
23 enero de 1988

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