miércoles, 23 de diciembre de 1998

BLANCOS Y COLORADOS

Oribe, fundador del Partido Blanco,
Rivera, fundador del Partido Colorado
Aunque parezca poco creíble, aún queda gente que escribe –o qué cómodamente transcribe- en la esperanza de que sus eventuales lectores sean ignorantes.  Tal lo que sucede con un cronista que, en los días de lobizón aparece en un diario de mínimo tiraje para, con óptica implacablemente actual –y tapándose un ojo para ver sólo una mitad- exhuma y se regodea con muertes violentas acaecidas hace un siglo y medio, las que adjudica, no faltaba más, a la sevicia de esa casta de sádicos de sus adversarios políticos, capaces hasta de hacer decapitar a una infinidad de desgraciados prisioneros. Todo, claro está, en base al arcaico truco de omitir prolijamente esbozo alguno de información que insinuare que los del bando de sus amores perpetraren similares o aún peores tropelías. Porque, inexorablemente, cuando alguien confronta esos híbridos de verso payadoresco con novelita rosa contra la contundencia de los documentos, todo el artificioso escaparate se les viene al suelo. Y como para muestra basta un botón, nos limitaremos a esbozar la ejecutoria de tan sólo uno de sus ídolos predilectos, en ese aspecto. 

“¡FRUTOS MATANDO AMIGOS!”. Y ya que “nos obligan a salir”, comencemos con la trampa traidora de Salsipuedes y el grito desgarrado e iracundo de Vaimaca Pirú. ¡Ingenuo y leal cacique! ¿Cómo no iba a matar a sus amigos charrúas el mismo que una década atrás escribía (13.6.820) al entrerriano Ramírez para ayudarle “…ultimar al tirano de nuestra tierra” , más concretamente, para asesinar a su mentor Artigas? ¿Qué escrúpulos le impedirían masacrar a tu pueblo a quien –apresado en Monzón- portaba en sus alforjas lo que narra su compadre Lavalleja?: “Cuando tomé prisionero en 1825 al general Rivera, se le halló en la cartera una autorización para que ofreciese mil pesos al que le entregase mi cabeza y otros mil al que le presentase la del entonces mayor y ahora general Manuel Oribe” (“La Gaceta Mercantil”. B. Aires, marzo 1833, cit. A.M. de Freitas).

¿Cómo tú, leal cacique artiguista, ibas a sospechar que aquel a quien acompañaste con tus lanceros para pelear contra los portugos en las Misiones, apelaría nuevamente tres años después a tu patriotismo (“…pa ir a guardar las fronteras del Estado…”) y les tendería la sangrienta trampa que derivaría en tu destino de fiera de circo en la remota Ciudad Luz? ¿Cómo ibas a imaginar que dos semanas antes de tamaña rastrería, tu amigo el presidente escribiría (28.3.831) a su confidente porteño Julián de Gregorio Espinosa, anticipándole –pletórico de fruición- la gran hazaña que estaba urdiendo, “…una ovra que los desvelos de 8 Birreyes no lograron rrealisarla. Será Grande. Será lindicimo” (Rev. Histór. XXXIV).  Y que apenas verificado el genocidio, le remitiría jactanciosos a Buenos Aires diversos objetos charrúas, “…esa trivo Salvage, q.e ya no eciste” (Rev. Histór.íd). Algo así como la “prueba de la infamia” del tango de Navarrine.

LA BABA… Y LA SANGRE.- Mientras tanto, Bernabé continuaba la limpieza étnica –culminada con los restos charrúas del cacique Venado- por medio de la repugnante maniobra de la estancia de Bonifacio Benítez. Ni bien enterado de la misma, don Frutos, exultante de orgullo por la eficiencia de su sobrino, escribirá (12.6.832) a su alter ego de Buenos Aires que “se te avra caído la vava como me asucedido ami alver q.e Bernabe…asugetado todo yvuelto al reposo anuestrapatria” (Rev. Histór. XXXV). Pero, un mes después enterado que a Bernabé se le había “caído la sangre” en Yacaré Cururú, el tono eufórico y triunfal del presidente tendrá un vuelco sustancial al contestar (16.7.832) el pésame de su amigo, suplicándole “… nomeables tú mas de ello p.r. q.e. mearas llorar”. (Rev. Hist. Íd.).

FUSILANDO, DECAPITANDO Y LANCEANDO.- Al mes siguiente, empero, nuestro primer mandatario luce muy reanimado cuando informa (10.10.832) desde el arroyo Conventos: “El día 5 del cte. Han sido fusilados al frente de las tropas constitucionales los oficiales y sargentos rebeldes…”. Se trataba de los siguientes revolucionarios lavallejistas: capitán Bustamante; tenientes De la Rosa, Gómez y Ximénez; oficiales Cameón y Juan José y Lucio Romero; sargentos Gutiérrez, Romero y Medina. Es el “puntapié inicial a la práctica de ejecución de prisioneros en nuestras guerras civiles.

La represión no se detuvo ahí por cierto. Tan así que, siete meses después, en su correspondencia (12.5.833) con Espinosa, lamenta las circunstancias que “…me hicieron cometer el error deaser decapitar a una infinidad de desgraciados que avlandote la verdad atodos oasu mayor parte no los conocía…” (Rev. Histór.íd) La celada del Monzon, ya vimos, le impidió debutar con cabezas conocidas como las de Lavalleja y Oribe.

La cuestión es que, tal vez arrepentido de haber decapitado a tanto desconocido, el señor Presidente vuelve al sistema anterior pues, otro parte suyo (25.3.834), ahora desde el arroyo San Francisco, comunica que ha procedido a otros fusilamientos de oficiales capturados en Río Negro, como ser el coronel Félix Aguirre (ex gobernador de las Misiones), coronel Roldán, capitanes Núñez, Sebastián y Rodríguez, en tanto que Lavalleja logró escapar a duras penas hacia el Arapey.

Aducirán los idólatras del efímero Barón de Tacuarembó que la matanza de prisioneros era un procedimiento común en la época, argumento que no vacilamos en compartir; pero que ellos con la más flagrante impudicia endilgan como baldón exclusivo e intransferible a sus odiados blancos y federales, y hasta densos novelones como “Amalia” o “La nueva Troya” se han escrito en dicho sentido, inspirando a tanto maniqueo escritor de historia.

Es notorio que el delito de traición –que dudamos fuese el caso de la totalidad de los catorce fusilados nombrados ni de la “infinidad” de decapitados anónimos – solía castigarse con la muerte.  Es lo que hizo Artigas en Perugorría por pasarse al enemigo, y Oribe con Facundo Borda por idéntica razón.  Así también, cuando el joven Juan Quintiano es derrotado junto a Rivera en Carpintería, acepta el indulto del presidente Oribe y se reintegra a las filas legales. Por lo contrario, cuando Quintiano es apresado por Rivera tras su triunfo en Palmar (15.6.838), este de inmediato lo condena a morir por traidor, según el coronel Cázeres: “…haciendo lancear al Alf.z Quintiano q.e estaba prisionero y q.e se abrazó a sus rodillas pidiendo por la vida” (Rev. Histór. XXIX), Rivera, según otra versión, golpeó entonces con su látigo (¿el que esgrime en el monumento?) al joven alférez, “…que en el acto cayó atravesado por diez o doce lanzas” (Rev. Histór XXIX pág 456 y XXXXV pág 454).

LOS EDUCACIONISTAS Y SUS LÍMITES.- Si el delito de traición podía ser justificativo de las anteriores ejecuciones, para nada es aplicable el caso del prestigioso maestro sorianense Mateo Gurruchaga. Según A. Saldías (“Hist. De la Conf. Arg.” Cap. XXIV), a fines de 1837, Rivera, insurreccionado contra la presidencia legal de Oribe, “…iba saqueando los pueblos en sus tránsito. En Mercedes impuso una contribución de cuatro mil pesos y fusiló al preceptor de la escuela pública, don Mateo Gurruchaga, porque era partidario del Gobierno”. Aclara Orestes Araújo –riverista  y gran apologista de la emboscada del Salsipuedes- en su “Historia de la Escuela de Uruguay” que, según el alcalde de Mercedes, el maestro fue encontrado “…el día 30 de noviembre en una zanja con un tiro en el costado y degollado”. Para Nicandro Fernández Braga, educacionista mercedario, Gurruchaga “apóstol de la instrucción, fue asesinado por creerlo complicado en asuntos políticos y adepto al partido blanco”. (Mariano Berro, “La escuela antigua de Soriano”). ¡Y hoy los docentes se quejan de la dureza de Rama!

MATEMOS ORDENADAMENTE.-  Recién a los ¡dos años y medio! de derrocado Oribe –quien se encontraba ahora entre Córdoba y Tucumán- el “presidente” Rivera firmaba (12.4.841) una circular ordenando a todas las dependencias militares del país, cesar de “…fucilar hombres sin ninguna clase de autorización ni órdenes Superiores” pues eso vienen a ser “…abusos que trastornan la administración de la Justicia…” (Magariños de Mello, “El Gobierno del Cerrito I”. Claro que la cifra a que ascendieron tales “abusos” nunca se conocerá. Por la naturalidad con que se le considera, el tema parece constituir un problema burocrático común y corriente, ¿diario acaso?

…PERO NO TANTO.- Al año siguiente, en vista de que Oribe volvía desde Tucumán a Entre Ríos, Rivera escribe desde Melilla (15.8.842) a su yerno Labandera, para que instruya al coronel Luciano Blanco que “…no me ha de dejar vivos a cuantos blanquillos anden por esos mundos de Entre Ríos”. (La Gaceta Mercantil”, B. Aires 1842, cit. Aquiles Oribe) Así, al barrer.  “Vendrá un día q.e quizá no está lejos en q.e callen las pasiones y se publique enteramente la verdad. Entonces sabremos, quiénes y por q.e asesinaron al honrado vecino D. J.n Pablo Laguna, al Gefe polit.o del Durazno, á los de otros Departam.tos q.e aparecieron asesinados y no robados, y á tantos otros ofic.ª de la gua nac.l durante la Presid.ª de oribe, q.e han recibido en el campo muerte violenta, desde que el Presid.te Oribe llegó a Entre-ríos p.ª regresar á nro. País”. (Rev. Histo. XXXXV. Pág 454) 

De principios de 1844 tenemos otra del mismo tenor que dirige don Frutos desde Aiguá al coronel Bernardino Báez, ordenándole que “…intertanto persigue y mata a cuanto blanquillo se te ponga por delante; por acá vamos haciendo otro tanto…” (Eduardo Acevedo, “Anales”II). Lo último, para predicar con el ejemplo como se aconseja. Surge naturalmente la misma interrogante anterior: por estas dos cartas y similares que jamás conoceremos, ¿cuántos muertos por métodos varios que, como a sus decapitados de una década atrás “…a su mayor parte no los conocía”?

A LOS PROPIOS.- Dos años después, en el “Diario” llevado por F.S. Antuña en el Cerrito, leemos (6.12.846): “Los pasados que llegaron del Pardejón a ntro. campo, dicen que degolló a muchos que tomó en el acto de desertarse y que pidió una orden gral. que condena a la ult.a pena a todo el que a las 4 ½ de la tarde esté fuera de su acampamento”. (Rev.Histór. XLIX). Así que a la cucha tempranito, pues.

Exactamente un año después, un extenso y durísimo manifiesto del gobierno de la Defensa (16.12.847) denuncia que a un comisionado del mismo, Rivera “…lo mandó prender a a bordo del buque en donde permanecía, y so pretexto de resistencia a la fuerza encargada de la ejecución de las órdenes del General, se le asesina vil y cobardemente”. (V. Pérez Pallas, “La gran mentira”III). La víctima era Francisco Arriola, cuñado del caudillo minuano Brígido Silveira, para quien llevaba pliegos confidenciales que, como era su deber, se negó a entregar a Rivera. Entonces, un oficial de éste “…derribó de un pistoletazo a Arriola y lo hizo ultimar”. (El Def. de la Indep. Americ”, 30.8.847).  ¿No podía Rivera quitarle los papeles a su correligionario indefenso en medio de sus fuerzas sin hacerlo matar? Matar, matar para ejemplarizar a todo aquel que opusiera la mínima resistencia a su soberana voluntad.  Eso lo digo yo. Lo de “vil y cobardemente” lo dijo el gobierno de la Defensa que, un par de páginas adelante enrostra a Rivera su ataque combinado con la flota francesa sobre Paysandú (31.12.846) pues “…derramó a torrentes la sangre oriental y destruyó uno de sus más hermosos pueblos”, ya que la ciudad fue demolida por la artillería francesa, y buena parte de la población asesinada –sin límites de edad- por los atacantes terrestres.

EN EL CREPÚSCULO.-  Desterrado Oribe a España y derrocado el Presidente Giró, los colorados designan (25.9.853) como poder ejecutivo un triunvirato formado por Rivera – recién ingresado a Cerro Largo desde su destierro en Brasil-, Lavalleja y Flores.  Podría pensarse que Rivera, después de los seis años de exilio que le aplicaron sus correligionarios por querer pactar la paz con Oribe, regresaría con sus rencores atenuados, al menos para con quienes habían sido ajenos al penoso extrañamiento decretado.  Desde Cerro Largo, bien pudo en diez o doce días venir a ocupar su flamante cargo.  Pues no, señor. Increíblemente, a pesar de las insistentes exhortaciones desde Montevideo urgiendo su presencia – redobladas al morir Lavalleja el 22.10.853- permanecía  en aquel departamento. Hasta que la muerte lo sorprende en los aledaños de Melo el 13 de enero del año siguiente.

¿En qué se estaba entreteniendo por allá? ¿Qué prioridad se había fijado tanto más importante que ejercer el alto sitial al que lo habían elevado sus partidarios? Pues bien, desde Bañado de Medina así se lo había explicado en carta (29.11.853) al coronel José M. Solsona: “Yo creo no poder regresar tan pronto a la capital para ocuparme del gobierno y de la política; porque lo que más importa es el completo exterminio de los blancos…” (“El Día”, suplem. dominic. 6.3.977). ¡Es que en Cerro Largo había tantísimos blancos que exterminar, y de ahí su demora! A los 69 cumplidos, incólume su obsesión de matar a todo el que pudiera oponerse a sus designios, ¡incluso preventivamente como en el caso! Y eso, escrito cuando ya pisaba los umbrales de la muerte, un mes y medio antes de fallecer…

LA “ZONCERA” DEL BONDADOSO PERDONADOR.- Es imposible pretender disimular los verdaderos instintos del personaje, por más que sus admiradores, con frondoso y vacuo palabrerío suelen ornarlo con una aureola de ángel de la bondad y el perdón, llegando al extremo de representarlo en su monumento con un látigo en la mano (¿con el que azotó a Quintiano antes de hacerlo lancear? En lugar de espada… ¡para no derramar sangre innecesariamente en el combate! Todo lo cual se condimenta con una indispensable frasecita de Rodó, quien lo tildó de “…el más humano de los caudillos” porque experimentaba “…una satisfacción más alta que el goce de vencer y era el goce de perdonar”. Frasecita muy exprimida, que sirve si, para calibrar los conocimientos históricos de nuestro eminente, entrañable y purísimo filósofo –escritor, víctima también, -al igual que otro espíritu superior como José P. Varela denostando a Artigas en ámbitos universitarios-, de la falacias, medias verdades y omisiones deliberadas de la enseñanza oficial que aún hoy padecemos y que siguen repitiéndose impávidamente y sin pudores, confiando en la teoría del Dr. Göbbels.

Es en buena medida, lo que un gran argentino, Arturo Jauretche, denuncia en su notable “Manual de zonceras argentinas”: “Las zonceras que voy a tratar consisten en principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia – y en dosis para adultos- con la apariencias de axiomas, para impedirnos pensar las cosas por la simple aplicación del sentido común. A medida de que usted vaya leyendo algunas, se irá sorprendiendo - como yo oportunamente- de haberlas oído y hasta repetido sin reflexionar sobre ellas y, lo que es peor, pensando desde ellas…Tal es la situación: no somos zonzos, nos hacen zonzos; basta con que la zoncera lo agarre a uno desde el destete… y su eficacia no depende de la habilidad en la discusión, sino de que no haya discusión. Porque en cuanto el zonzo analiza la zoncera, deja de ser zonzo… La zoncera sólo es viable si no se la cuestiona”.

Tampoco el uruguayo medio es un ignorante congénito en materia histórica. Más que un “cero quilómetro” al respecto, es un “mal ablandado” por nuestra enseñanza, la que confía que su inocente víctima no tenga en su vida – y por lo general es así-  la curiosidad o el tiempo imprescindibles para verificar los ajustes y rectificaciones necesarios al daño infligido.

Finalmente, que no se diga que poner las cosas en su debido sitio ante quienes contumazmente insisten en hacer circo de la historia, constituya un “ataque” contra el personaje ni partido político alguno.

JORGE PELFORT
“BÚSQUEDA”
23 de diciembre de 1998

No hay comentarios:

Publicar un comentario