jueves, 10 de febrero de 2000

BENEDETTI Y LA HISTORIA

Mario Benedetti
Días pasados apareció en la prensa una carta del Dr. Enrique Tarigo, comentando un artículo que sobre la actualidad uruguaya publicó en diario madrileño Mario Benedetti, reproduciéndolo íntegro a su lado. Tarigo califica al artículo de "...conjunto innoble de falsedades" y de "...texto deleznable" que revela que su autor está "vetusto y desinformado".

Pero hay otro aspecto del artículo de marras que también merece comentarse y es cuando Benedetti decide incursionar también en nuestra historia con un par de encendidos elogios de tipo genérico a don José Batlle y Ordoñez. Más, cuando quiere entrar a concretar, su carácter de mero improvisado en el tema salta a la vista. Algunos ejemplos:


a) "...cimentó una paz política interna". Sí, pero no en base al diálogo, el consenso, la coparticipación, sino a puro cañón y ametralladora adquiridos a los efectos, no alcanzado a utilizar los buques de guerra solicitados a su admirado Theodor Roosevelt, porque éstos arribaron a poco de la muerte de Saravia y por ende, de la revolución. De paces internas así "cimentadas" la historia está llena hasta hoy día.  De cómo para ello el presidente Batlle atropellaba al Poder Judicial y al Legislativo, di ejemplos en "Búsqueda" (6.2.1987) mas basta con leer la página 25 de una obra tan favorable a Batlle como la del estadounidense Milton Vanger, referida a las elecciones senaturiales de 1900: "Los nacionalistas ganaron cinco de las seis bancas; ganaron incluso en dos departamentos gobernados por jefes políticos colorados... Batlle advirtió a los nacionalistas que se opondría a que su candidato por Río Negro, que había triunfado en las elecciones, se hiciera cargo de su banca (1901)... Había llegado el momento, anunció Batlle, de abandonar el trato deferente hacia los nacionalistas..."  Para el presidente del Senado de Cuestas era, pues, mera "deferencia", conceder a la oposición bancas ganadas inesperadamente en condiciones harto difíciles, el voto "cantado" entre ellas. A nadie extrañará que, ascendido a presidente de la República, su vocación absolutista suscitase las revoluciones de Saravia y, muerto éste, esa "paz política interna" que embelesa a Benedetti.

b)"...impulsó leyes sociales que en ese tiempo eran poco menos que inconcebibles". Admitido para la ley del divorcio por la sola voluntad de la mujer y las de sus derechos en materia política y educativa. Pero la mayoría de las restantes leyes nada tenían de "inconcebibles", desde que muy buena parte de ellas fueron concebidas y presentadas previamente a las cámaras por legisladores nacionalistas, principalmente Roxlo y Herrera, y luego también por los socialistas Frugoni y Mibelli.  La táctica gubernista era muy simple: los proyectos opositores de contenido social se ignoraban por completo, sin darle la correspondiente entrada y el trámite legislativo debido, desoyendo los más justos e insistentes reclamos, validos de mayorías fraguadas que distaban de reflejar el espectro político del país. Luego, más o menos maquillados, los que podían generar rédito político se presentaban como iniciativa del oficialismo (1).

En su exhaustivo trabajo "El Partido Nacional y la cuestión social", las profesoras Estela Abal e Isabel Ezcurra señalan "...quienes actuaban con amplitud de miras y quiénes con doblez, quiénes aportaban ideas para que fueran mejoradas en el debate y quiénes extremaban esfuerzos protectores -por escrito- y por otro lado amenazaban a los obreros cuando una huelga se prolongaba más de lo que se pensaba". Más que amenazar: en 1914, en choque con huelguistas, balas de máuser matan al picapedrero Juan Alonso; en 1920, Anastasio Rolando, tranviario, es muerto por la policía al apoyar la huelga de los canillitas que se resistían a vender "El Día", por negarles éste un beneficio otorgado por los demás diarios; muchos chiquilines van presos y Frugoni denuncia en Cámara las torturas a que son sometidos (C. Machado, "Historia de los Orientales") El derecho de huelga propuesto por Roxlo en marzo de 1907 , jamás fue considerado. Actualizado por la Convención del Partido Nacional en julio de 1931, recién a la caída del batllismo (golpe de 1933), pudo ser incluido en la Constitución de 1934.

Retornando a los comienzos del presente siglo, el 23.3.905 os diputados Roxlo y Herrera presentaron un paquete de proyectos de índole social - al que también hicieron sus aportes sus colegas correligionarios Quintana, Borro, Ponce de León y algún otro - titulado "Ley de Trabajo". Cuando muy poco antes, algunos gremios denunciaban tener que trabajar hasta ¡21 horas diarias!, los nacionalistas proponen una jornada máxima de 9 horas de trabajo diurno 8 de trabajo nocturno. Es más, en la Convención nacionalista del 18.6.906 se incluirá entre siete propuestas sociales, según Abal y Escurra (o.c.), "La jornada de ocho horas y el descanso dominical". Ninguna de ambas, nos demuestran se incluyeron en el programa de la Convención del Partido Colorado del 23.2.907, no obstante -agrego yo- que dos meses antes (21.12.906) el presidente Batlle presentara su proyecto de limitación de jornada, es decir, 22 meses después que el inicial de Roxlo -Herrera. Consistía el de Batlle en una jornada de 9 horas para los trabajos más rudos y de 11 para los más livianos, planteando como aspiración de futuro las 8 horas en general, lo que se aprobó sobre tablas. Esto bastó para que aún hoy se repita como artículo de fe, tanto por partidarios como por comedidos, que Batlle promulgó la jornada de 8 horas en 1906. Tan bien soterrada había quedado la propuesta nacionalista de nueve y ocho, que Frugoni -quien entrara a la Cámara por la abstención blanca en las elecciones de 1910 -clamaba (10.6.913) por la jornada de "nueve y ocho horas, que es recién cuando el trabajador que en disponibilidad para entregarse a la preparación y cultivo de espíritu". Es decir, exactamente lo mismo proyectado por los blancos y lapidado a cal y canto por el oficialismo más de ocho años atrás. Frugoni, al igual que Roxlo-Herrera, se desgañitará durante años para que se discutiesen  siquiera sus proyectos, hasta que, desde "El Día", el Dr. Legnani lo llamó a la realidad: "¿Que los proyectos del Dr. Frugoni fueron presentados antes y no fueron apoyados? Tenga paciencia. No convenía prestigiar al Dr. Frugoni...Convenía prestigiar al batllismo... enójese, pero será enojo inútil" (E. Frugoni, "Socialismo, batllismo y nacionalismo", p. 45) Le cantaron la justa: el partido de gobierno no procuraba obreros satisfechos, sino agradecidos.

La "Ley del Trabajo" de 1905, capítulo II, creaba ya las indemnizaciones por accidentes o incapacitación, en tanto el capítulo III proyectaba el "Banco de Recursos para la vejez", para el cual el patrono debía aportar 2/3 de los recursos necesarios. Recogían así los diputados blancos la tradición de Oribe al crear (1838) las jubilaciones y pensiones civiles que amparaba "por achaques, avanzada edad o cualquier otro motivo" /E. Acevedo, "Anales", p. 523), y que funcionaron ininterrumpidamente durante 38 años, incluso en ambos bandos durante la Guerra Grande, hasta ser eliminadas en 1876 por Latorre. Según José Claudio Williman (h), dicha "...Ley de retiros, jubilaciones y pensiones de los empleados civiles del 5 de mayo de 1838, cubre los riesgos de cese, invalidez, vejez y muerte".  ¿No hallaría eso "inconcebible en ese tiempo" el señor Benedetti en Manuel Oribe quien, además fundó -en ese mismo mes de mayo previo a su inminente derrocamiento -la Universidad de la República y, escasos meses atrás (20.9.837) nuestra actual Biblioteca Nacional y el Museo de Historia Natural? Todo ello, un par de años después de haber heredado su Presidencia una deuda descomunal (2) un presupuesto cuyo 67% (3) estaba destinado al Ministerio de Guerra, y nada menos que ¡65 años antes que Batlle accediera a su primera presidencia!

No sé si Benedetti halla también "inconcebible en ese tiempo" que Oribe, al año de haber asumido, en mensaje a la legislatura del 21.3.836 plantease respecto al agro: "Una de las causas impeditivas de su desarrollo particularmente en los departamentos de la campaña, es sin duda alguna la acumulación de mucha tierra en pocas manos; pero el remedio pronto para este mal se oculta bajo el sagrado de la propiedad y es necesario librarlo enteramente a los progresos de la población, del comercio y de la industria..." (remarqué "enteramente" porque el término no figura en "Oribe y los proyectos del Partido Blanco Nacional" de Jacinto Carranza -único en informar del mensaje -, pero  sí en el manuscrito original en el Palacio Legislativo, p.35). No sé lamentablemente, si el tema llegó a considerarse pues, antes de cuatro meses, Rivera invadió el país junto con unitarios y riograndenses, e inexorablemente, la guerra civil y sus desoladores efectos se tornó en la prioritaria preocupación de todos. Lo cierto, empero, es que ningún otro presidente hasta la fecha osó elevar el tema al Parlamento en esos ni en parecidos términos. El propio Batlle, considerado por sus discursos y artículos periodísticos como el más grande enemigo del latifundio, al descender de su primera Presidencia declaró al diario "El Siglo" (30.7.910): "No reconozco la existencia en el país de un problema agrario que reclame con urgencia la atención de los poderes públicos. Entiendo que la subdivisión de la tierra se ha operado y seguirá operándose por el desenvolvimiento de nuestra riqueza rural. No hay que pagar tributo a impaciencias nobles pero peligrosas" (énfasis agregado). Quince años después reafirmará esa convicción en "El Día" (25.6.925): "Los que poseen la tierra no son culpables de lo que pasa, porque ellos la poseen por un consenso general. No se les podría quitar tierra. No sería justo". Esto escrito a 89 años y pico del peligroso mensaje de Oribe al Parlamento. ¿Qué será en tan urticante tema lo concebible y lo inconcebible para Benedetti? Bueno sería que lo explicitara.

c) "...implantó el voto secreto". Macaneo en estado puro. Batlle se decía partidario del voto secreto en "El Día" pero todos sus legisladores lo combatían a muerte en las cámaras, en los clubes y en cuanta reunión política se armara. La bancada oficialista firmará su condena como factor de "coacción, corrupción, traición, intriga, actitud cobarde y desorganización partidaria". Manini ("Anoche me llamó Batlle") califica el documento de "desopilante"  y agrega:  "Sólo seis diputados oficialistas se negaron a firmar el engendro, entre ellos Gabriel Terra". En la Asamblea Constituyente de 1916, Frugoni acusa a Batlle y a "El Día" porque  "...diciéndose partidarios del voto secreto, han publicado el famoso documento de los legisladores gubernistas negándolo y calumniándolo, en sitio preferente y en negrita". Y rebatirá a Julio Ma. Sosa: "De sobra saben esto los enemigos de este gran instrumento de emancipación política, al que repudian porque impide al Gobierno obtener los sufragios forzados de miles de funcionarios públicos a quienes se coloca en vergonzosa disyuntiva de votar por los candidatos oficiales, o listos a quedar en la calle".  Confirma Manini (o.c., p.75) la metodología de la época: "En toda oficina importante se creó un comité político; la Tesorería y los 'habilitados', fueron autorizados a descontar de los sueldos la cuota partidaria que el comité fijaba; y para los renuentes, se previno un proyecto de ley cambiando las denominaciones a los cargos para burlar la inamovilidad".

En "Los nuevos fundamentos" se explaya también Frugoni sobre el voto secreto y sus enemigos abiertos o embozados, mas no creo necesario abundar más para desnudar la soberbia de quienes, por ser exitosos en un par de disciplinas, se creen con derecho a irrumpir de hacha y tiza en las que le son tan notoriamente ajenas.

d) "introdujo el sistema colegiado".  Vaya elogio. Real de Azúa en "El Impulso y su freno" considera que para Batlle el colegiado podía constituir "una tentativa de afirmar la continuidad de su influencia, viendo en su inquina a la Presidencia de la República, la posibilidad de que pudiera ser otro el director nato del partido oficial" Y culmina con una metáfora que, por ser pasible de una interpretación grosera, obviaré. La cuestión es que, por lo visto, aún queda un hincha del impotable colegiado bicéfalo de tan triste como ineluctable fin y esa rara avis es Benedetti.

Conclusión: En la mencionada carta publicada por el Dr. Tarigo, éste califica a Benedetti de "...mal poeta, mejor cuentista y discreto escritor". No puedo pronunciarme, entre otras cosas por no haberlo leído en ninguna de dichas facetas. Pero tengo la certeza de que, aún en la de menor brillo, tiene que ser infinitamente mejor que como historiador.

(1) Vanger (o.c., p.296) niega que existiera eso, afirmando, con toda soltura, que en realidad era Herrera quien se les anticipaba a los colorados por motivos proselitistas.

(2) Autor tan riverista cuan oribófobo como Eduardo Acevedo, admite que "esa suma enorme, amortizada en medio de una franca bancarrota como la que dejó Rivera, demuestra que si los demás años de la Administración Oribe hubiesen sido de plena paz como el de 1835, la deuda hubiera quedado totalmente extinguida" ("Anales" I p.519)

(3) Una mala traducción -difícilmente inocente- de ese 67% que denuncia en su informe el cónsul francés Baradére, lo convirtió en una "sexta parte" (16%), trampa en que cayeron casi todos, incluso Herrera en su "Seudo Historia para el Delfín". Basta con mirar la gráfica que publica E. Acevedo en sus "Anales I, p. 436, para percatarse de la falacia.

JORGE PELFORT
BÚSQUEDA
10 febrero 2000

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