domingo, 22 de febrero de 2004

¿LEYENDA NEGRA? (II)

Gral. Fructuoso Rivera

"El día 1o. de febrero, EL PAIS publicó bajo el título "¿Leyenda Negra?", un par de precisiones mías respecto a numerosas apreciaciones acerca del general Rivera por parte del Dr. Julio M. Sanguinetti, con las que discrepo fundamentalmente.

El día 8 mi ocasional contendor vuelve al tema en la sección ECOS, y ante mi demostración —cartas de Rivera mediante— de que la conquista de 1828 constituyó algo muy distante a lo que él aludió como "retomar el viejo sueño artiguista de las Misiones", entra en una extensa serie de consideraciones imposibles de evaluar aquí por simples razones de espacio.
A continuación replantea el Dr. Sanguinetti el tema de los charrúas, del que me ocupé a raíz de su afirmación de que sus enfrentamientos con dicha tribu, han dado mérito a "una leyenda negra en torno a su figura". Discrepé —sin perjuicio de algunas coincidencias muy obvias— con tal aseveración, y documenté que planificó prolija y entusiastamente la extinción de la etnia ("... será grande, será lindísimo"), de la que hasta entonces se proclamaba amigo con el evidente fin de facilitar la operación.

Responde el Dr. Sanguinetti que no se puede "reducir una confrontación de 300 años al combate de Salsipuedes", muy de acuerdo, por supuesto, y agrega que "la mayoría indígena era guaraní y odiaba a los charrúas, como que en el ejército riverista también la mayoría era indígena y por supuesto guaraní", todo lo cual nadie osaría discutir. Reitera luego, aproximadamente, lo por mí expresado acerca de los Blandengues y Artigas.

No tengo conocimiento, en cambio, lo de que Rivera, en los hechos, al menos, "defendió los planes de integración de los indígenas, a quienes protegió y asentó aún en ciudades". Confieso conocer sólo dos intentos en ese sentido: el de la colonia de Bella Unión con todas las cuantiosas riquezas extraídas de las Misiones —especialmente humana y ganadera—, y fracasada ésta en menos de dos años —rebeliones de colonos mediante— el ensayo con sus restos en San Borja del Yí, apenas algo más durable.

De los miles de guaraníes traídos de las Misiones, admirable grupo humano producto de décadas de educación jesuítica, sólo pudieron integrarse más o menos masivamente los varones jóvenes y también adultos, que en carácter de lanceros reclutó Rivera constantemente para sus ejércitos, en los que lógicamente, devinieron mayoría, según destacó el Dr. Sanguinetti.

En cuanto a los demás pobladores de la colonia, abandonados a su suerte, comenzaron a padecer hambre por la absoluta carencia de semillas y enseres agrícolas, y además porque el ganado traído de las Misiones —44.000 reses de acuerdo con el coronel argentino Pueyrredón, representante del gobernador Dorrego ante Rivera, según el muy citado informe del periodista francés Jean I. Aubouin "...había sido repartido entre los principales jefes del ejército que lo habían enviado a las campiñas o vendido a los especuladores" (González Rissotto y Rodríguez Varese, "Los últimos pueblos guaraníes en la Banda Oriental", y A. Barrios Pintos, "Historia de los pueblos orientales"). Remata el francés: "Allá reinaba el hambre y las enfermedades y todo lo que la miseria tiene de más horrible".

Desesperados, los colonos guaraníes misioneros se insurreccionan al mando de Cumandiyú, Gustavo Tacuabé, Cairé, pero son duramente reprimidos por los coroneles José M. Raña en Cañitas y Bernabé Rivera en San José del Uruguay. Finalmente, la colonia es disuelta, haciendo instalar Rivera a la mayoría de los que quedaban en una nueva colonia en las cercanías de Durazno, nominada San Borja del Yí. Sus condiciones de vida y carencias serán las mismas, por lo tanto, cuando el hambre acose, igual que los salvajes, incultos y paganos charrúas, también los civilizados, industriosos y cristianos guaraníes, no tuvieron más alternativa que salir a depredar, concitando la creciente hostilidad del vecindario afectado. Al igual que el espeluznante informe Aubouin sobre Bella Unión, se conoce el no menos estremecedor del párroco de San Borja, José J. Palacios, sobre la agonía de esta segunda "colonia" ("...el Viernes Santo un indio degolló en la noche a otro para quitarle unos calzoncillos"). El informe de varias páginas uruguaya", de los ya citados González Rissotto y Rodríguez Varese (Rev. Museo Hist. t. 54). Como mejor aficionado a la Historia, confieso no conocer otros ensayos sobre integración de indígenas y asentamientos en ciudades por parte de Rivera como se me sugiere.

Por supuesto que no ignoro que la eliminación de los charrúas era un anhelo de vieja data en la campaña oriental y aún en los centros poblados, afectados también en buena medida por las tropelías que perpetraban en su afán por sobrevivir, por más que fueran minoría ante los guaraníes y otros diversos conceptos de su nota inicial —e incluso de mi anterior (tema Blandengues), que el Dr. Sanguinetti trae de nuevo a colación.

Dentro de ese contexto anticharruísta generalizado se inscribe el oficio que, por medio de su Ministro de Guerra Juan A. Lavalleja, dirige el Gobernador Rondeau al Comandante de Armas Rivera, con fecha 24 de febrero de 1830, y no 24 de noviembre como, por fortuito error establece el Dr. Sanguinetti. La diferencia no es irrelevante desde que, en dicha segunda fecha el ex Comandante de Armas hacía un mes exacto que era Presidente.

Llama mucho la atención que durante los ocho meses que la orden represiva del Gobernador estuvo en vigencia, no se haya sabido de la menor acción del Comandante de Armas en ese sentido. Ello indica que su anticharruísmo comenzó a manifestarse siendo ya presidente, muy posiblemente tras sus primeros contactos como tal, con el terrateniente inglés Diego Noble. Este, desde el 17.01.830 reclamaba a las autoridades que se le mensuraran campos que decía ser de su propiedad (¿) en Cañas, Paso de los Toros, Rolón, Puntas de Queguay y... Salsipuedes (Acosta y Lara, "La Guerra de los Charrúas"). Por su parte, Sala, de la Torre y Rodríguez, ("Después de Artigas" ps. 153 y 228) se refieren a "...las transacciones del latifundista inglés Diego Noble con Fructuoso Rivera para que éste le limpiara el campo de indios en principio y de poseedores después...". Alonso, de la Torre y Rodríguez ("La oligarquía oriental en la Cisplatina") y el coronel Antonio Díaz Soriano ("Hist. Mil. y Pol. de las Rep. del Plata") amplían al respecto. A más del manuscrito de un contrato de cuatro páginas sobre el tema, fecha 12 de enero de 1835, que no creemos del caso entrar a considerar por razones de espacio, entre otras.

Jorge Pelfort
EL PAÍS

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