domingo, 1 de febrero de 2004

¿LEYENDA NEGRA? (I)

Me veo obligado una vez más a responder, simplemente por no dar pie al viejo refrán de que "quien calla otorga". La causa, un artículo de bastante más de media página de El País del martes 13 ppdo. firmado por el Dr. Julio M. Sanguinetti y titulado "Don Frutos", con motivo del sesquicentenario de la muerte de dicho personaje. En la imposibilidad, por lógicas razones de espacio, de refutar todos los numerosos temas en discordia, me centraré en apenas un par de los mismos.
LAS PIEDRAS. No existe documento alguno —sólo díceres de sus partidarios— de que haya intervenido en la batalla de Las Piedras. Eso no implica demérito pues se sabe que andaba en la revolución, posiblemente a órdenes de Venancio Benavides tras la toma de San José. Lepro, su principal biógrafo, nos dice en apenas un renglón y poquito, que "...según datos que algunos consideran erróneos estuvo en la batalla de Las Piedras". Tanta cautela en una entusiasta apología de más de 400 páginas, denota descreimiento. En 1953 se publica el tomo IV del Archivo Artigas que se ocupa de la batalla mencionada y nada aparece al respecto.

LAS MISIONES. Rivera al ocupar las Misiones, estuvo en las antípodas de lo que el cronista denomina "retomar el viejo sueño artiguista", plasmado éste en las Instrucciones y que establece: "Art. 9â. Que los siete pueblos de Misiones... serán en todo tiempo territorio de esta Provincia".

Don Frutos conquistó dicho territorio —contrariando frontalmente "el viejo sueño artiguista"— para la Argentina, según previo acuerdo con el gobernador de Buenos Aires, coronel Manuel Dorrego. Oribe, que lo perseguía por órdenes terminantes y drásticas del gobernador de la Provincia Oriental, Juan A. Lavalleja, será advertido por Rivera (2.6.828) que "...se ha introducido como enemigo en una Provincia que ya pertenece a la República Argentina" (Bol. Hist. del E.M. del Ej. 128-131, "Camp. de las Misiones").

Y cuando al tratarse la paz el gobierno argentino le conmine a la devolución de aquel territorio a Brasil, le escribirá a su amigo porteño Julián de Gregorio Espinosa (12.11.828): "¡Que Glorias han rrovado a la República Argentina!" (Rev. Mus. Hist. tomo 32, p. 446). Por lo tanto jamás existió ni por un solo minuto una "reconquista" de las Misiones como contumazmente nos ha mentido desde siempre nuestra historia oficial.

SALSIPUEDES. El artículo resta trascendencia al episodio que, sostiene, "ha dado mérito a una leyenda negra" en torno a Rivera, señalando que "ese combate venía desde los tiempos coloniales", y que Artigas mismo tuvo con los charrúas "sangrientos episodios" pues, a pesar de constituir una minoría, con sus asaltos "impedían el progreso rural". Excepto en lo de la "leyenda", en un todo de acuerdo.

Pero, vayamos a la otra cara de la verdad. Que la minoría, no por serlo, debe renunciar a luchar por sus derechos, avasallados, precisamente, desde los tiempos coloniales, cuando vieron invadida su tierra y confiscadas sus "beluá" (vacas) por los españoles y sus descendientes sin compensación alguna, más aún, a sangre y fuego. Que los portugueses les solucionaron la vida, pagándoles en especie en la frontera las vacas que les arrimaran o ayudaran a arrimar. Que los Blandengues de la Frontera fueron creados, principalmente, para combatir los robos de ganado y su posterior contrabando. Que habría sido más que insólito que el Ayudante Mayor y luego Capitán del regimiento, José Artigas, se negara a matar charrúas, así se le vinieran lanza en ristre. Lo habrían acusado de rebeldía y fusilado al amanecer.

Lo que sí interesa saber es que a medida que Artigas iba cobrando más autoridad, los charrúas se iban volcando inexorablemente a la causa de la patria común que entendían que él representaba. Hubieran oído hablar o no —seguramente que la mayoría no— del Reglamento de 1815 que les favorecía con la entrega de tierras. Y tanto confiaron en aquel hombre al que conocían desde que adolescente recorría la campaña —y que alguna vez los combatió de frente y sin ambages—, que por él abandonaron a sus antiguos socios de tropelías, los portugueses, y mucho más aún, los enfrentaron en el campo de batalla. Estos, desde entonces, charrúa "...que agarraban lo mataban en el acto", según el coronel argentino Manuel Pueyrredón en su diario de la conquista de las Misiones. No obstante, una escolta de veinticinco charrúas formarán la denominada "Guardia de Hierro" en torno a Artigas, evitando que cayera en manos de los portugueses en sus últimas desastrosas batallas. Desaparecido Artigas de la escena, los charrúas se internaron en los montes para evitar la venganza portuguesa.

Al producirse la cruzada de 1825, creyeron reencontrar a Artigas en quien fuera uno de sus oficiales, simpático y dicharachero, a quien todos llamaban Frutos, y le acompañaron a las Misiones. Nuevamente por la patria y contra los portugueses, como les enseñó Artigas.

En su profusa correspondencia (tomos 30 a 35 de la Revista del Museo Histórico) con su gran amigo porteño Julián de Gregorio Espinosa, Don Frutos le adelanta (28.3.831) con notoria fruición la hazaña que estaba urdiendo (ortografía corregida por mí): "Yo voy a marchar esta noche, todo tengo listo en muy buen estado para la operación de los charrúas, nada he querido decir al Gobierno de mis disposiciones, el buen estado en que las tengo para tener el gusto si logro como lo creo que esta operación aparezca como de los abismos... una obra que los desvelos de 8 Virreyes por más de 40 años no lograron realizarla, será grande, será lindísimo..." (Rev. M. H. tomo 34, p. 318). Todo trasunta el orgullo que le embarga por esa obra tan personal que ¡hasta al Gobierno que presidía se jactaba de ocultarla!

La operación para reunir a todos los charrúas en el lugar indicado para el sacrificio, quedó súbitamente a cargo del general Julián Laguna, quien debió suplantar al general Eugenio Garzón, a quien el Primer Magistrado acababa de asestarle con un tintero por cierto desacuerdo. Ante Gregorio Espinosa, justificará, menos mal, su arrebato, pues lo del tintero "...si loice fue en un ato familiar y no como Precidente..." (Rev. M. H. tomo 34, p. 316).

De inmediato instruirá a Laguna (10.3.831) para que use de "...todo su tino y destreza para hacer entender a los Caciques que el Ejército necesita de ellos para ir a guardar las Fronteras del Estado", obvia apelación al patriotismo que Artigas había conseguido inculcarles, y días después, "...asegurándoles de la buena disposición y amistad del Presidente hacia ellos" (E. Acosta y Lara, "La Guerra de los Charrúas").

Lo que sigue es más conocido. Don Frutos cabalga charlando amistosamente con el cacique Venado, le pide su cuchillo para picar tabaco y, ni bien lo recibe, le descerraja un pistoletazo cuya bala apenas roza al indio, pero que era la señal para comenzar el traicionero ataque. Lo iniciaron tres escuadrones de guaraníes misioneros al mando de José M. Luna, dos escuadrones de brasileros y fronterizos organizados por el coronel riograndense Rodrigues Barbosa, y uno de unitarios argentinos comandado por el general Juan Lavalle, experto en la matanza de indios pampas y ranqueles. Las fuerzas nacionales fueron las que menos intervinieron, experimentando —según el parte de Rivera— sólo un muerto contra 40 de los charrúas, cifra esta última deliberadamente disminuida. E. Acosta y Lara ("Salsipuedes 1831. Los protagonistas") estima en unos 150 a los indios muertos. Nunca se supo respecto a las bajas de las tropas extranjeras. Por último, el previo y generoso suministro de alcohol a los indios jugó buena parte en estos resultados.

A los fugados, el presidente les chumba a su sobrino (seudo hermano) Bernabé, quien va cumpliendo con la implacable eficiencia su cometido. En Queguay, Mataojos Grande, Mataperros, Infiernillo, Sepulturas —significativos nombres—, las órdenes se cumplen con la impiedad más absoluta. En la estancia de Bonifacio Penda (o Benítez), Bernabé le prepara a Venado y los suyos la más vil e inicua de las trampas, fusilándolos inermes en un galpón preparado a tales efectos.

Eufórico, Don Frutos escribe a su amigo porteño, al tanto que le enviaba algunos indiecitos para el servicio doméstico (ortogr. corregida por mí): "Se te habrá caído la baba como me ha sucedido a mí al ver que Bernabé solo y sin otros recursos ha sujetado todo y vuelto al reposo alterado a nuestra patria..." (Rev. M. H. tomo 35, p. 421). Ocho días después a Bernabé se le caía la sangre en Yacaré Cururú, ante una súbita vuelta cara del pequeño resto de charrúas al mando de Sepé, al que pretendía exterminar.

En 1834, último año de la presidencia Rivera, el genocidio está culminando en el Arapey donde, según Cázeres —quien integraba una expedición de 300 hombres de tropa)— perseguían a los últimos 22 guerreros y algunas familias, cuando estos, en una inesperada media vuelta mataron siete soldados, con la pérdida de uno de los suyos (Rev. M. H. tomo 29, p. 451/3).

Tal, pues, lo que el articulista denomina "leyenda negra en torno a Rivera" y que explica que la población charrúa descendiera abruptamente —según los cálculos más confiables— de 500 individuos en 1827 a "...18 entre hombres, mujeres y niños" (A. Barrios Pintos, "Los aborígenes del Uruguay" p. 56) tan solo trece años después, en 1840.

Pero simultáneamente a la de los charrúas, procedió Rivera también a la matanza de los revolucionarios lavallejistas al fusilar a 14 de ellos en San Francisco y Conventos, y al "...decapitar a una infinidad de desgraciados... que a todos o a su mayor parte no los conocía", según escribe a su amigo porteño (Rev. M. H. tomo 35, p. 448).

Ello desnuda al desolador desconocimiento histórico que trasunta la tan desgastada frasecita de nuestro entrañable Rodó —que el articulista parece pretender de cierta validez—, a la vez que exhibe como elogio, ¡harto manijeada media verdad!, la tremenda diatriba de "Id y preguntad..." de Manuel Herrera y Obes. Este, por lo contrario, uno de los más acres y drásticos censores de Don Frutos entre sus correligionarios, llegó a calificarlo en dicha oportunidad —y en otras más— de la manera más dura imaginable (Rev. M. H. tomo 34, p. 14, E. Acevedo "Anales" II p. 179, Lepro "Rivera" p. 387, "Clás. Urug." vol. 110 ps. 39 y subs.). Daría para muchísimo más.

Jorge Pelfort
EL PAÍS, 1/02/2004

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