miércoles, 8 de agosto de 1984

IMPERIALISMO DE ULTRAMAR EN URUGUAY (V)


EL JOVEN IMPERIALISMO YANQUI.- Ni bien despunta el siglo (1901), otro naciente pero pujante imperialismo comienza a hacerse sentir en el continente. Así lo vislumbra el novel encargado de negocios de nuestro país en Estados Unidos, Dr. Luis Alberto de Herrera.

Apenas recibido de su cargo, informa al presidente Cuestas acerca de las presiones ejercidas por dicho país, presidido por Theodore Roosevelt, política que condensaba en una frase de su cuño "Speak softly, but carrying a big stick in yor hand" (Habla suavemente, pero portando un gran garrote en la mano). Herrera comunica acerca de su política en el istmo de Panamá conducente a separar dicho territorio de Colombia: "A Nicaragua y Costa Rica se les exhibe como maniquíes para hacer entrar en razón a Colombia".

Y un año después (5.12.1902) informa a nuestra cancillería acerca del mensaje elevado por el presidente norteamericano al Congreso: "Lo indudable es que en el párrafo transcripto se avanza una grave advertencia a los países de Sudamérica.

Allí se dice a las claras que las nacionalidades latinoamericanas están expuestas a una intervención de fuerza de parte de los Estados Unidos cuando el desorden interno haga presa de ellas, más propiamente hablando, cuando los Estados Unidos juzguen llegado el caso de proceder así. Por supuesto que siendo tantas las tentaciones y encontrando cimiento en un motivo revolucionario, no importaría contrariedad asumir este papel pacificador de tan desastrosas consecuencias para los países intervenidos. El gobierno de los Estados Unidos por primera vez hace ante la faz del mundo una declaración tan radical y amenazadora. No es ella otra cosa que un nuevo inciso de esa ventajosísima doctrina Monroe, cuyas proyecciones van aumentando con los años, a medida que aumentan las energías y las voracidades del país que la creó. Queda comprobado oficialmente que Estados Unidos se atribuye derechos jugosos de inflexible tutor sobre las naciones de Sudamérica. Entero a la apreciación de V.E tan arriesgada y pasmosa innovación internacional".

Al año siguiente (1903) último de su actividad diplomática, renuncia al cargo para incorporarse a la revolución saravista.

"La actualidad de Venezuela es, señor Ministro, una ignominia que a todos nos perjudica (...) La primera arista desagradable de la reciente dificultad internacional la señala la jurisprudencia que acaban de sentar las potencias europeas, refrendadas por los Estados Unidos, de que las reclamaciones financieras de sus connacionales, por perjuicios inferidos a sus intereses radicados en territorio sudamericano, deben ser satisfechas contra los gobiernos a quienes se dirigen, sin hacer caso de la autoridad constitucional de los tribunales llamados a fallar todas las diferencias de carácter jurídico (...) Y además, arreglándose o no arreglándose la diferencia, siempre quedará fortificada la tendencia invasora de la diplomacia norteamericana, que no oculta su anhelo de ser tutora de todas las nacionalidades del Sur (...) Remoto o no el peligro del Norte va adquiriendo perfil".
En 1905, blandiendo la versátil doctrina Monroe, el presidente Roosevelt interviene en la República Dominicana para que ésta "cumpliese sus obligaciones financieras".

En 1909, nuevamente por los mismos motivos, el presidente del "garrote" trata de aplicárselo a Chile.

"El Día" del 27.11.1909 insinúa cierta decepción: "El pueblo que por intermedio de sus estadistas más ilustres como Roosevelt, ha hecho de la solidaridad americana un postulado, del respeto a las nacionalidades un principio, y de la igualdad de las soberanías una conquista de la América (...) no puede negar en un acto, en un momento, toda una historia de aleccionamiento frente a la arbitrariedad de los poderosos.

En 1912 Herrera edita "El Uruguay Internacional". Dice allí: "El país de Jorge Washington no disimula ya sus voracidades, tan contradictorias con el consejo testamentario del patriarca.  El arrebato del istmo a Colombia (1903) fundaría un proceso. Si a veces no fuera ilusión el derecho de los débiles. Los anales del despojo no ofrecen una explicación más inicua que la salida de labios del presidente Roosevelt: "I took Panamá" -yo tomé Panamá... así, a capricho, como quien dispone de lo propio (...) ¡Qué infinita distancia separa a Franklin, enviado sereno de una humildad republicana, de este imperialista presidente Roosevelt, victimario de pueblos y apóstol de la política del garrote cernida sobre los organismos débiles de nuestro hemisferio!".

A fines de la segunda presidencia de Batlle, Roosevelt, quien cesara en 1909, visitará el Uruguay. En recepción realizada en Casa de Gobierno, Batlle exhortará: "Os invito a brindar... por el paladín esforzado de todas las causas justas que han requerido su apoyo... al defensor de la doctrina Monroe en interés de toda América, al partidario acérrimo de la justicia internacional y de la paz con honor, el propagandista ferviente de la fuerza y el carácter puestos al servicio del bien". Salvo que el primer párrafo estuviera referido al envío a su pedido de cuatro buques de guerra con sus célebres "marines" en 1904, por más que nos esforcemos no encontramos otra referencia a qué aludir en el frondoso prontuario del máximo depredador de las soberanías americanas. Este retribuirá los ditirambos con lo que Giúdice y González Gonzi ("Batlle y el batllismo" pág. 185) califican de "Expresivas palabras del formidable ex-presidente de los Estados Unidos" afirmando: "Estoy bien informado de cuanto se hace aquí y le presto mi aprobación. Ud. y yo somos del mismo partido.

Usted hace lo que yo digo que debe hacerse. Es así como hay que proceder".  Obvio resulta que no debe deducirse de tan categórico espaldarazo ningún atisbo de dependencia, que no era Batlle hombre de aceptarla, pero sí una buena dosis de afinidad ideológica y de carácter que los hechos no demorarían en reafirmar. Y en prenda de ella "el formidable ex presidente" dedicará al nuestro un retrato suyo que hace poco aún lucía en el "Museo de Batlle" de Piedras Blancas.

Ante los prolegómenos del ataque norteamericano (presidente Woodrow Wilson) a Méjico, sostiene "El Día" del 14.2.1914: "Wilson se presentó más bien como un amigo, como un hermano mayor que da consejos a los pequeñuelos barullentos. Bien dicen que no hay redentor que salga bien... Lo único que podía hacer lo hizo... afirmó que jamás durante su gobierno se cometería una injusticia contra las hermanas menores y que trataría, por todos los medios legales, de evitar que prosperasen revoluciones en sus territorios" ¡Cuánta incomprendida bondad!

No obstante, dos meses después (21 de abril), el mismo presidente demócrata (nos referimos al Partido), ordena invadir Méjico y ocupa los pozos petroleros de Tampico, quid de la cuestión, y tras sangrienta lucha, la ciudad de Veracruz. Su secretario de Marina, Franklin D. Roosevelt, futuro presidente de la "buena vecindad" opinó: "Es un buen método norteamericano para llevar las cosas adelante".

Consumado el atropello, Wilson sentará esta premisa ante el Congreso: "Queremos mantener siempre nuestra gran influencia para el ejercicio de la libertad, tanto en los Estados Unidos como donde quiera pueda ser usada en beneficio de la humanidad". No podían estar ausentes por supuesto, tales infaltables invocaciones. En toda Latinoamérica estalla la indignación. En Montevideo se funda una Comisión de solidaridad con Méjico, que preside el poeta nacionalista Fernán Silva Valdez, quien invita a una manifestación popular en estos términos:

"Tropas yanquis han invadido Méjico, patria hermana de nuestra patria. Después de Puerto Rico, después de Cuba, después del desmembramiento de Colombia... Para protestar contra este acto de imperialismo vejatorio, invitamos a todo el pueblo a una manifestación. ¡Viva Méjico y América Latina!"
Adhirió la Federación de Estudiantes, el Partido Nacional, el Centro Internacional (anarquistas) y algún colorado no batllista como José Enrique Rodó, quien ya había alertado en "Ariel" sobre el peligro norteño:  "La admiración por su grandeza y su fuerza es un sentimiento que avanza a grandes pasos en el espíritu de nuestros dirigentes". La manifestación en inmensa columna, se dirigía a la legación norteamericana para hacer efectiva allí su protesta, cuando la caballería cargó sable en mano, dejando una cincuentena de heridos.
Dice un historiador izquierdista, Carlos Machado: "El canciller de Batlle (Dr. Baltasar Brum) presentó al otro día las excusas gubernamentales a la legación por los "muerus" a los Estados Unidos formulados por los manifestantes. Lo interpeló por eso Luis A. de Herrera".
Desde "El Día", Batlle justificará la agresión norteamericana sosteniendo que "...cuando una nación incurre en desvaríos internos, es un derecho legítimo que deben aplicarlo con urgencia sus vecinos, intervenir por las armas y llevar la tranquilidad a ese hogar convulsionado por la anarquía".
En la interpelación (30.4.1914) el Dr. Washington Beltrán estimará "...sumamente grave que la Cancillería de un país como el nuestro llegue a sostener y aceptar el principio de intervención de un país fuerte en una nación débil... erigiéndose en juez soberano el país que lleva la agresión".  Según admite el diputado oficialista Buero -al ser solicitado por el Secretario de Estado William Bryan- "...el asentimiento o apoyo moral de las mismas naciones sudamericanas", la actitud de Uruguay fue la de "...dar su apoyo moral". Otro líder batllista prominente, Julio María Sosa, apoyó la posición del gobierno sosteniendo que "...no se dirige contra Méjico, sino contra su gobernante, que no quiere desagraviar a una nación ofendida".
Y cuando, mosca blanca en el enjambre, un diputado oficialista, Rodríguez Fabregat, denuncia la "...codicia yanqui por los que tengan una mina de oro, un pozo de petróleo o un ferrocarril que explotar" otro correligionario, Minelli salta presto a cortar ese brote de antiyanquismo: "No es posible que en el Parlamento del Uruguay se emitan opiniones sobre el proceder de un país amigo, que ha demostrado ser el verdadero campeón de la justicia y la democracia..."
Respecto a la teoría intervencionista de Batlle, dirá Herrera en su interpretación: "Encuentro que esa afirmación del señor Presidente de la República, es de verdadera gravedad y que no debe pasar en silencio. Ningún país de Sudamérica, ni aún los más fuertes y capaces... se permiten conceder a nadie, ni en doctrina, el derecho de intervención en las sociedades infortunadas. ¿Cómo es posible que en este país, esa tesis, a la que debemos tantos desastres y más de una mutilación territorial, como es posible, repito, que éste país la acepte como buena? Conformando esta doctrina que, como oriental juzgo esencialmente peligrosa, el poder Ejecutivo creyó del caso enviar al Señor Ministro de Relaciones Exteriores a dar explicaciones al Señor Ministro norteamericano sobre excesos que no habían existido, colmando sin necesidad, las manifestaciones de cortesía. Estas actitudes de actualidad despiertan otras memorias complementarias y que es del caso subrayar. Se ha dicho que durante aquel trágico desgarramiento de 1904, el Poder Ejecutivo solicitó, categóricamente, la intervención norteamericana para resolver así los asuntos internos de la familia uruguaya. Por mucho tiempo me ha parecido tan enorme, tan fuerte de toda presunción lógica tal aserto, que me he rehusado a creerlo...". 

Jorge Pelfort
CONCERTACIÓN

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