miércoles, 22 de agosto de 1984

IMPERIALISMO DE ULTRAMAR EN URUGUAY (VII)


Desterrado en la capital carioca, junto con un exiliado argentino, teniente coronel Roberto Bosch (éste se había levantado en armas contra el dictador Uriburu, el que depusiera al presidente Yrigoyen quien, oh casualidad, había nacionalizado los yacimientos petrolíferos argentinos), elaboraron un manifiesto para ambas patrias (las causas eran las mismas) y el que, por razones desconocidas de ausencia momentánea de Bosch, apareció únicamente con la firma de Muñoz. El documento que, por razones de espacio deberemos limitar a su final donde más se ajusta al tema que estamos encarando:

"En el terreno económico, presenciamos la entrega de las riquezas del suelo y del subsuelo a los representantes de la plutocracia mundial... mientras el valor adquisitivo de nuestras materias primas se supedita al capricho voraz de las grandes firmas exportadoras extranjeras. Tal es el panorama del Uruguay y de la Argentina, que sus hijos, enrolados en la revolución, solidarios moralmente, vemos agravarse día a día frente a la descomposición de las masas anhelantes de libertad política, libertad jurídica y de bienestar económico.

Desde el exilio, comprendiendo que los males de nuestros pueblos hermanados en la historia de la independencia, de la Organización Nacional y del despertar cívico son comunes, como es común el frenesí de ambos gobiernos por apoyarse y defenderse mutuamente, ratificamos francamente nuestra posición revolucionaria, que no pretende limitarse a castigar a un hombre ni a derribar un gobierno, sino a cambiar un orden económico y social malsano, por otro que haga más felices y dignos a nuestros conciudadanos en un régimen jurídico restaurado.

Tenemos fe absoluta en las fuerzas morales de la raza; confiamos en la victoria definitiva de nuestra causa de liberación política y emancipación económica, por eso ratificamos nuestras posiciones de intransigencia sagrada, absoluta, inviolable, llamando la atención a argentinos y uruguayos para evitar claudicaciones, los pactos o las actitudes cívicas que importen un reconocimiento implícito o táctico de los actuales gobernantes de facto.

Desde Río de Janeiro lanzamos estas declaraciones al Uruguay, a la Argentina y toda Latinoamérica; a sus Universidades, a los miembros del ejército, a los trabajadores del campo y a los operarios de la ciudad, a sus nuevas generaciones, y a los hombres de pensamiento, de acción y de altivez criolla, en la comprensión de que el problema de la hegemonía democrática, lucha antiimperialista en lo exterior y la antidictatorial en lo interior, es común a todo el continente americano.

Por la Libertad Política! Por la Independencia Económica! BASILIO MUÑOZ".

SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: LAS "BASES".-   1939 - De nuevo una guerra mundial golpea a nuestras puertas y el país es otra vez sometido a las tremendas presiones de las naciones beligerantes. Ante la barbarie flagrante del nazi-fascismo se impone fácilmente la apabullante propaganda aliadófila. A ella se agrega en breve el Partido Comunista, quien censurara el telegrama de solidaridad que nuestro parlamento enviara a Holanda y Bélgica invadidas por Hitler y quien justificara las masacres de civiles por la aviación nazi, tan indiscriminadas, según ellos, como el bloqueo naval de "los imperialistas anglo-franceses". Súbito viraje de 180 grados darán el 22 de junio de 1941, cuando Hitler ataque a Rusia, su aliada de la víspera, para la repartija de Polonia.

Ahora resulta que la versátil "doctrina Monroe" necesita para la defensa del continente, un par de bases "internacionales" en nuestras costas. "Panamericanas", las sugiere Estados Unidos; "...a disposición de cualquier país que esté en lucha con el nazismo" ensancha el Partido Comunista. Y en su Congreso de agosto del mismo año "...saluda calurosamente el esfuerzo que realiza el señor Presidente (Baldomir) así como el canciller Guani, tendiente a la coordinación de fuerzas para la defensa del continente".

O sea, en apoyo de las bases.

Herrera se yergue el primero en condenar el intento. Desde la prensa, desde el parlamento, desde donde sea, él y los suyos descargan a diario y sin respiro sus baterías. Escribirá al respecto: "Se insinúa para dorar la píldora, que las bases serán 'panamericanas', o sea de todos para todos. ¿Quiénes administrarán esas peligrosas fortalezas? (...) Bases extranjeras en el Uruguay o bases propias levantadas con el oro extranjero, serían, eso sí, bases de nuestra inconmovible y futura esclavitud. Bases en el Uruguay será de hoy en adelante una mala palabra que no podemos ni debemos pronunciar. ¡A otro perro con ese hueso! (...) Políticamente, la creación de semejante aparato que nosotros pagaríamos con pesos de sangre y que otros usufructuarían -yo fumo y tú escupes- nos exhibirían desmedrados ante el mundo cual simples y pasivos agentes de Washington y sus apetitos. (...) La integridad de nuestros movimientos y nuestra independencia estrangulados por el "abrazo fraterno" de Estados Unidos. Su experiencia en la materia es larga y amargamente ilustrativa: (...) En plata, una barbaridad sin disculpa, pero felizmente queda la valla insalvable del Parlamento".

Y el Parlamento, galvanizado por la prédica enardecida, candente de Herrera, resolverá por amplia mayoría que "... en ningún caso prestará su aprobación a tratados o convenciones que autorizasen la creación en nuestro territorio de bases aéreas o navales que importen una servidumbre de cualquier género para la nación o una disminución de la soberanía del Estado".

Así fue como Herrera nos evitó nuestro Guantánamo. En el senado colombiano se comentará que "...esa actitud elevada y digna del Senado uruguayo, ha debido causar sorpresa en las clases dirigentes de Estados Unidos".

No cabe duda.

El historiador argentino Manuel Gálvez dirá en Montevideo: "Como hace ciento dos años (Oribe), un hombre de carácter se irguió en Montevideo... un hombre que es, como era el otro, un gran patriota uruguayo y no habrá bases. Ha salvado a su patria y ha salvado a la mía. Y por eso, un puñado de argentinos hemos venido a presentarle nuestro homenaje".

YANQUIS Y BOLCHES "UN SOLO CORAZÓN".- En diciembre de 1941, atacados, entran los Estados Unidos en la guerra tañendo estrepitosa y sensiblemente la cuerda del panamericanismo. Nuestro órgano comunista, ya el 19 de dicho mes reclama "...colaboración estrecha e ilimitada", porque "... la causa de los Estados Unidos es la de la civilización y de la libertad".

Y su oficialismo es tal, que cuando un diputado socialista desnuda ante el parlamento las bochornosas condiciones del préstamo que el gobierno acaba de contratar con el Eximbank, (1943, la diputada comunista Arévalo de Roche, acusa a su colega "... de arrimar agua al molino de los enemigos de la democracia". Así yanquis, comunistas y el muy célebre e influyente ministro inglés en el Uruguay, Eugene Millington Drake, presionan para que declaremos la guerra a Alemania.

Con lógica demoledora Herrera argüirá: "Para ir a la guerra se necesita una razón fuertemente poderosa. Los Estados Unidos vieron cómo Polonia era torturada, cómo Noruega era traicionada (e invadida) cómo Bélgica y Holanda eran violadas, cómo Francia era arrasada, sin declarar la guerra a Alemania, sin siquiera romper relaciones con ella. Si los Estados Unidos (con todo su poderío) pudieron presenciar la hecatombe de Europa y la trágica resistencia de Inglaterra sin negar el saludo a los diplomáticos del Reich bien podemos admitir que existan razones para mantenernos alejados de la beligerancia".  Y también: "Matarnos nosotros para mayor auge y esplendor de los Estados Unidos.... sigue enriqueciéndose con su comercio de armas; a peso de oro las cobra por anticipado con pedazos de territorio ajeno". Se refiere aquí a la venta a Inglaterra, asfixiada por la campaña submarina alemana, de 50 destructores a cambio de posesiones inglesas en América. 

Al final surge la apremiada declaración de guerra con el entusiasta apoyo del comunismo y el del socialismo "con reparos". "Justicia" editorializará: "No es posible dejar ni un solo día más en libertad a Herrera...encarcelar al Quisling (noruego entregador de su patria a los nazis) y clausurar su prensa".

Nuestra actividad guerrera se limitó a la incautación de un par de barcos mercantes alemanes e italianos surtos en nuestro puerto, el Tacoma entre ellos. Dos serán hundidos por submarinos alemanes en el Caribe, pereciendo algunos marinos uruguayos. Pero nuestro entusiasmo bélico nos llevó a cesar el "estado de guerra" recién en setiembre de 1953, a más de ocho años de firmada la paz.

No bien obtenidas las urgidas declaraciones de guerra, Estados Unidos convoca a sus "aliadas americanas" a la conferencia del Chapultepec, Méjico. Allí se sanciona una "Carta Económica" por aquellos presentada, que encadenaba a éstas económicamente al albedrío norteamericano. Dirá Herrera: "¡Viva el patrón!, pueden exclamar al despedirse los que acaban de ceñirse a gusto la cuerda".

En Chapultepec, el delegado uruguayo devolverá gentilezas al comunismo declarando: "El comunismo no constituye un peligro en el Uruguay y colabora pacíficamente con el Gobierno".

"DOCTRINA LARRETA" Y PACTO DE RIO.- En mayo de 1945 termina la guerra y a fines de dicho años, Uruguay presenta en la OEA un despampanante proyecto que embestía directamente contra el tradicional y vital principio blando de la "no intervención". El gobierno colorado del presidente Amézaga había nombrado Canciller al Dr. Eduardo Rodríguez Larreta, de la minoría nacionalista, quien se consideraba gestor del proyecto y quien, al menos, lo presentó y defendió con la más absoluta convicción. Era, en lo inmediato, un golpe bajo contra el gobierno de Perón, en irreductible pugna contra el intervencionismo norteamericano personificado en la prepotente figura de su embajador Spruille Braden. En lo permanente, la concreción de la teoría esbozada por Batlle cuando lo de Veracruz (1914). Pero, en concreto, de nuevo se esgrime la dislocante teoría de que el lobo pueda ser el mejor guardián de la majada. O sea, como reza el proyecto, que "...la notoria y reiterada violación de alguna república de los derechos del hombre y del ciudadano y el incumplimiento de los compromisos libremente contraídos acerca de los deberes internos y externos del Estado..." podía justificar "...una acción colectiva multilateral, ejercida con total desinterés (...) en beneficio de todos, incluso de aquel país que tan duro régimen soportaría".

Vía, como resulta innecesario resaltar, rigurosamente flechada en la práctica, porque, quién imaginaría a las naciones sudamericanas interviniendo militarmente en los Estados Unidos en defensa de los derechos, tantas veces escarnecidos, de sus minorías étnicas o raciales. 

Jorge Pelfort
CONCERTACIÓN

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