Y
aprovecharemos a cerrar páginas con otros acertadísimos conceptos enunciados
oportunidades en el seno de las Nacionales Unidas por el gran embajador y
diplomático que fuera, del país y del Partido Nacional, don Carlos María
Velázquez:
"Como el
colonialismo, en su sentido de explotación del hombre, es un estado de
espíritu, existe también, del mismo modo que un colonialismo extranjero, un
colonialismo nacional.
La explotación de nuestros pueblos, por hombres de nuestros mismos pueblos, por grupos insensibles a los requerimientos del bien común, significa a un hecho moral tan negativo como el colonialismo mismo. Y esa situación de privilegio e injusticia, ha sido la aliada más eficaz que los intereses extranjeros han encontrado siempre para avasallar la soberanía de los pueblos débiles o pequeños.
La explotación de nuestros pueblos, por hombres de nuestros mismos pueblos, por grupos insensibles a los requerimientos del bien común, significa a un hecho moral tan negativo como el colonialismo mismo. Y esa situación de privilegio e injusticia, ha sido la aliada más eficaz que los intereses extranjeros han encontrado siempre para avasallar la soberanía de los pueblos débiles o pequeños.
La independencia política y el gobierno propio constituyen el primer objetivo, pero no la última meta. La última meta es la independencia en el sentido cabal del término, la independencia que realmente nos haga dueños de nuestros destinos, dueños y soberanos en la legítima esfera de competencia de nuestras comunidades.
De otro modo,
de la independencia se camina hacia el caos y del caos se retorna al coloniaje
o a formas espurias de gobierno político, que la experiencia histórica
demuestra que han sido siempre utilizadas como instrumentos para los intereses
ajenos".
(...) Y a veces uno se pregunta si quienes tan a menudo consideran necesario mencionar, para justificar su política exterior, aquello de "los intereses supremos de la comunidad internacional", saben realmente lo que están diciendo. Mi delegación ha quedado impresionada por la frecuencia con que, cada vez más, se recurre a la explicación de que la verdadera raíz del conflicto que hoy separa a la Humanidad no radica tanto en la divergencia de orden ideológico, en la dicotomía Oeste-Este... como en el antagonismo entre aquellos Estados que ha llevado y siguen llevando la parte del león en el reparto de los bienes de la Tierra, y aquellos otros que son los vástagos desheredados de la comunidad internacional. En otras palabras, que el verdadero conflicto no sería el de Oeste-Este, sino, para llamarlo así, Norte-Sur.
No es la primera vez, en efecto, que cabe preguntarse si tiene algún sentido una "comunidad" en la que -y voy a dar cifras superadas porque las estadísticas actuales deben aún ser más crueles- quinientos millones de sus miembros padecen hambre activa y otros mil quinientos por lo menos, desnutrición.
No es solamente nuestro sentido de la justicia que se rebela contra ésto, también nuestra conciencia, nuestra inteligencia, ya que a esta altura de los tiempos, no es por cierto ni novedosa ni revolucionaria siquiera, la idea de que los bienes de la Tierra han sido creados para el sustento de toda la Humanidad, no de una porción de ella. Y que lo que esa porción afirma ser su derecho no es sino el ejercicio de una mera función social la que, con mayor razón aún que en el seno de una sociedad nacional, debe ser reconocida en el seno de la sociedad internacional.
Si es verdad que en el interior de cada sociedad, la concentración inhumana de las riquezas en manos de unos pocos, priva a las masas populares de su derecho al uso y goce de los bienes que fueron creados para provecho y utilización de todos, si un proceso similar ha venido ocurriendo en el seno de la sociedad internacional con la diferenciación entre naciones ricas y naciones pobres, es porque el problema de la justa distribución de la riqueza se plantea ahora en el orden mundial. Y si existe verdaderamente una comunidad internacional, si comunidad es una, como se dice, no sólo la función social de la comunidad debe ser una en cualesquiera manos que ella se halle, sino que la comunidad internacional debe arbitrar los medios para que a esos propietarios -me refiero a las naciones propietarias- se les exija la cuota parte que les corresponde como contribución al bienestar común".
Hoy, que el
transcurrir de los tiempos ha diluido aquellas sustanciales diferencias que
caracterizan los jóvenes años de nuestras colectividades cívicas (como bien
demostrado quedó en el reciente episodio de las Malvinas), no dudan de que
todos los uruguayos demócratas que han demostrado formar la abrumadora mayoría
de nuestros partidos políticos, no trepidarían en suscribir íntegramente como
propios estos señeros conceptos tan lúcidamente expuestos por este ilustre
diplomático compatriota en el seno del principal organismo mundial.
Al culminar la
serie de notas sobre "Imperialismo de ultramar en el Uruguay", al
autor le sería grato expresar que la presente monografía constituye un trabajo
cerrado. Es decir, que no admitiría otras vertientes de información o de
interpretación de aquí en más, que no procedieran del período estudiado. No
obstante, de momento, sólo se trata de una aspiración que formulamos como hijos
de la sufrida y soñada Patria Grande.
Para que esa aspiración se materialice, se hace imprescindible que nuestros pueblos en pie de lucha contra el extranjero imperialista neutralicen asimismo la acción de los "malos americanos" según la definición artiguista. En la medida en que los pueblos no permitan prosperar el cipayismo y los diligentes oficios de bien pagados lacayos pro-imperialistas desde dentro de nuestras fronteras; desde el instante cuando el capital monopolista, o el gran capital financiero, o aún el bucanero individual no encuentren el apoyo de estos malos compatriotas, podremos vislumbrar una América rumbo a la definitiva Independencia.
Que la vívida presencia de los Artigas, los Bolívar o los Emiliano Zapata, trascendidos desde el bronce y de la vacua retórica de oratorias de ocasión nos alumbren en la forja de esa anhelada realidad que en aquellos fue objeto de sus desvelos.
Jorge Pelfort
CONCERTACIÓN
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