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Juan Manuel de Rosas |
Cuando casi todos los creíamos felizmente extinguidos,
volvieron a relucir como un resabio de otras épocas en las que la pasión
competía ventajosamente con el equilibrio y la razón. La excusa para esta lamentable reaparición de
las viejas calumnias, los odios y la deformación histórica la constituyó la
publicación de un libro sobre el cuerpo de Blandengues. Los que la aprovecharon
fueron dos autores de notoria filiación colorada, los que a lo largo de su obra
muestran toda su falta de rigor académico, como también un enconado sentimiento
anti blanco, que los lleva a abundar en falsedades con el Partido Nacional y
contra su fundador, D. Manuel Oribe.
Este absurdo intento de denigrar a la vieja
colectividad, si bien revela que aún sobreviven algunos bolsones de anacrónicos
resentimientos a los cuales no alcanzó a erradicar la investigación histórica
seria ni la acción de la dirigencia política responsable, no tendría más
trascendencia que la de la propia obra que permite su exteriorización. Es
decir, ninguna.
Pero lo que concede gravedad al caso es que el libro de marras cuenta con la iniciativa de presidente de la República y fue compuesto en la imprenta del Ejército. Ahora todos estamos a la espera de las aclaraciones respectivas.
JORGE PELFORT
EL PAÍS
12 noviembre 1997
En libro prácticamente oficial de reciente
aparición (a iniciativa del presidente Sanguinetti según el prefacio, editado
en la Imprenta del Ejército y lanzado a publicidad en el edificio “Libertad”),
sus autores insisten ¡una vez más! en lo que el insigne historiador Dr. Mateo
J. Magariños de Mello calificó (“El País, 4.11.97) como “calumniosa estupidez”
de pretender enchastrar a la figura del prócer de Don Manuel Oribe y, por lo
tanto, al partido político que fundó. El eterno caballo –más bien “jamelgo” de
batalla esgrimido, vuelve a ser el tan descuajaringado sonsonete de su supuesta
sumisión política a don Juan Manuel de Rosas.
Dejemos que respondan a ello unos párrafos publicados en el semanario “Brecha” (24.10.86) por un historiador del prestigio de don Oscar Bruschera, afirmando que Oribe “…por su concepción del Estado, su americanismo y su sentido nacionales, qué duda cabe, una figura del país todo…La historia oficial le atribuye sujeción a Rosas. Falso. Basta para desbaratar el infundio, recorrer la correspondencia del cónsul argentino Correa Morales y las irritadas expresiones del mismo Rosas” Seis años después (28.8.92) en el mismo semanario, sostendrá que el programa de gobierno de Oribe le coloca en “…el rango privilegiado de ser uno de los pocos personajes de nuestra historia que merezcan el calificativo de estadista, porque él mismo señalaba las pautas ineludibles de su organización como Estado soberano e independiente”.
Repasamos alguna de la numerosa documentación aludida que avala lo sostenido por Bruschera y en la que el canciller de Rosas, Felipe Arana, escribe (8.5.1837) a su cónsul en Montevideo, Correa Morales, previendo la caída del presidente Oribe por no atender sus consejos: “Me he impuesto por sus apreciables del lamentado estado en que se halla ese Estado, sus alarmas y desconfianzas… el gobierno de Buenos Aires ha hecho todo lo que ha podido…El señor Oribe nada ha oído y ha conseguido perderse a sí, perdiendo al mismo tiempo a sus amigos…” (L.A. de Herrera, “La pseudo-historia para el Delfín” I). Tan abundante y categórica documentación se publicó hace más de medio siglo con destaque en la prensa diaria y en libros, reditados hace seis o siete años y obsequiados a quien los solicitara en el Palacio Legislativo. Pero la verdad –aunque sea sin costo- no es cosa que pueda interesar ni poco ni mucho a los discípulos del célebre Dr. Göbbels.
Dos besos y sus efectos
La intervención de la flota francesa será decisiva. El “premier” Thiérs explicará más tarde en el parlamento parisino que “…nuestra influencia ha hecho remplazar a Oribe por Rivera y a consecuencia de esto el bloqueo (a Bs. As) se hizo posible”. En su “diario” el almirante Leblanc anota que Rivera “me agradeció los servicios prestados, que a ellos debía su pronta entrada a Montevideo y como testimonio de reconocimiento…me pidió darme ‘l’accolade’, un beso a la francesa”.
Cuando el presidente así “remplazado” arribe a Buenos Aires en procura de asilo para sí y para su larga comitiva de fieles, se llevará la gran sorpresa: aquel gobernante cuyas “irritadas expresiones” había provocado, por no haber atendido sus reiterados consejos, no lo recibe como exiliado sino en carácter de “…Supremo Magistrado de un Estado por cuya dignidad e independencia había combatido con honor” (Magariños de Mello, “El Gobierno del Cerrito” I). Cargo que prefirió perder en aras de ese americanismo que destacó Bruschera, antes que treparse a la tabla salvadora de la inicua gestión, besos o no mediantes.
En Buenos Aires, todas las jerarquías civiles y militares rinden homenaje a aquel “aliado natural” –el cónsul británico Samuel Hood así lo define a su cancillería- quien lógicamente pone su espada en la lucha contra los enemigos comunes. Tras su decisiva intervención en el triunfo de Sauce Grande contra Lavalle y la flota francesa –socios de Rivera en su derrocamiento- Rosas lo designa General en Jefe interino de las Fuerzas de Mar y Tierra de la Confederación Argentina. Pone así bajo su mando hasta a su amigo de la juventud, el general Ángel Pacheco, veterano de Ituzaingó al igual que Oribe, quien lo designa su segundo. Unos 1.500 orientales le acompañan. Y sólo orientales serán los jefes de Estado Mayor del denominado Ejército Unido: Eugenio Garzón y Francisco Lasala Oribe. La situación militar de los federales –derrotados consecutivamente en Cagancha, Yeruá, Don Cristóbal, El Tala y Merlo- se revierte totalmente. Pacheco triunfa en San Calá y Rodeo del Medio , mientras Oribe vuelve a derrotar a Lavalle en Quebrachito (Córdoba) y Famaillá (Tucumán); a López en el Salado /Sta. Fe) y, finalmente, a Rivera en Arroyo Grande (Entre Ríos), donde ambos comandaron similar número de orientales y argentinos. La generosa hospitalidad de Rosas fue retribuida con triunfos decisivos. Estaban más que a mano.
Pacheco sustituido
Una de las primeras disposiciones de
Oribe al retornar a suelo patrio y reasumir
la conducción política, es sustituir a su segundo, el argentino Pacheco –a
quien confina a la línea sitiadora de Montevideo con 4.000 efectivos de sus
compatriotas y 25 cañones- por su hermano Ignacio Oribe, en quien delega el
mando militar supremo. Conviene recordar que en la bahía de Montevideo, en
apoyo de Rivera, había 416 cañones y 3.540 infantes de marina anglo-franceses.
El general unitario Iriarte anota en sus “Memorias” (t.VIII) que Montevideo “…está
guarnecida por los marinos ingleses y franceses; aquellos cubren la derecha
desde el centro y los últimos desde el centro hasta la izquierda. Su número
durante la noche es de cuatrocientos; el resto duerme en sus cuarteles”. Además, se organizan de inmediato en la
capital las legiones argentinas,
españolas, italianas, francesas y similares. Ingleses y franceses suministran
armas y municiones.
Pacheco renuncia después de aguardar en vano respuesta de Rosas a la nota de protesta por su desplazamiento, yéndose a Buenos Aires. Lo sucede el coronel Quesada en el mando –supeditado a Ignacio Oribe- de los cuatro mil argentinos que quedan en el país, pues, tras derrotar a Rivera en India Muerta (marzo 1845), Urquiza regresa con los suyos a Entre Ríos. Al mando de los Oribe están formando de diez a once mil orientales.
Delgado arrestado
Este coronel del ejército auxiliar argentino cometió una falta disciplinaria en julio de 1843 que, sancionada por Oribe, le insumió veinte meses de arresto. Durante el mismo, su hija Mercedes –futura madre de nuestros compatriotas Dr. Alfonso Lamas y coroneles Gregorio y Diego Lamas – apeló ante su amiga Manuelita Rosas para que su padre influyera en la atenuación de la pena. Como en el caso de Pacheco, Rosas se negó a intervenir por su compatriota: “Si yo lo hubiese puesto preso lo pondría en libertad, pero debo respetar la decisión de Oribe” (Fernando Gutiérrez, “Vida de Diego Lamas”).
Pinedo “arrancado”
El coronel José M. Pinedo fue oficial naval de destacadísima actuación a órdenes del almirante Brown en la guerra contra Brasil, y había sido designado por Rosas como comandante de la escuadrilla del río Uruguay, que tenía su base en Paysandú (Oribe no tenía buques de guerra). Pero su jurisdicción estaba limitada al puerto de dicha ciudad. Al Oribe convenirlo, advertido (15.4.1844) a su ministro de Guerra y Marina general Antonio Díaz: “Recomiendo a Ud. y ordeno que al coronel José Ma. Pinedo…no le dé mando en tierra por nada y para nada, ni aún sobre un Comisario de Policía, porque me vería en la necesidad de arrancarlo de ahí y mandarlo a B. Aires”. Poco después Pinedo se extralimita –narra Magariños (o.c)- y la advertencia se concreta: el encumbrado jefe aliado fue remitido a la capital porteña, donde Rosas lo confinó en un pontón de la rada. “…Imponiéndose un largo arresto, no obstante las consideraciones que le discernía a su hermano, el general Agustín Pinedo”. (Jacinto Yaben, “Biografías Argentinas y Sudamericanas” IV). A don Agustín le debía Rosas su vigencia política, al encabezar en 1833 la Revolución de los Restauradores, cuando él y Pacheco andaban por el “desierto”.
Urquiza reconvenido
Enterado Rosas de que Urquiza –su
principal jefe militar, retirado ya Pacheco- retenía en Entre Ríos prisioneros
orientales, le advierte (11.3.1847) acerca de “…de los deberes de alianza que ligan al Gobierno de la Confederación
con el legal de la República Oriental que preside el Excmo. Presidente,
Brigadier Manuel Oribe… Sin la resolución del Excmo. Señor Presidente del
Estado Oriental, ni puede este Gobierno disponer de los prisioneros de origen
oriental, ni de los extrangeros domiciliados en aquella República, ni de los
que tengan carta de ciudadanía de ella…” Y prosigue, “…ordena A V.E que a todos los conserve en seguridad hasta que el
Excmo. Señor Presidente resuelva y disponga de ellos… V.E. no tiene otra
resolución que adoptar, sino respetarlo en el de la soberanía de un Estado
Independiente, beligerante en causa común contra los enemigos de las dos
Repúblicas” (Julio C. Vignale, “Oribe”).
Miller cesado
En enero de 1848 Oribe reconvendrá a su Comandante del Litoral Norte, coronel Diego Lamas, por haber puesto una pequeña fuerza al mando del coronel argentino Agustín Miller –cuyo cese ordena- manifestándose “…extrañado le hayan dado mando de una fuerza por pequeña que sea, ya que a nuestros soldados no deben mandarlos sino oficiales del Ejército”. (Magariños, o.c). Y esto lo ordenaba el oriental a quien Rosas otorgara durante tres años “…el rango de General en Jefe de los ejércitos de mar y tierra de la Confederación, y en su virtud, el de Director único de la guerra. Este mandato no se limitaba al terreno militar, se extendía al político”. (Julio Irazusta, “Rosas a través de su correspondencia”). En vista de lo hasta aquí expuesto -que razones de espacio me impiden ampliar- cabe preguntarse si Oribe, lejos de sumiso, no habrá sido bastante desconsiderado con su poderoso aliado.
Ramos expulsado
El coronel argentino Pedro Ramos
había sido oficial de San Martín en Chacabuco. A órdenes de Pacheco –entonces
segundo de Oribe- fue uno de los triunfadores en Rodeo del medio contra
Lamadrid y, al mando de Oribe, sobre Rivera en Arroyo Grande. Servía en el
sitio de Montevideo en 1851 cuando, invadido el país por los 6.000
entrerriano-correntinos del recién “transferido” Urquiza y los 20.000
brasileños de Caxias, Oribe decide pactar la paz. Para informar de su decisión
a Rosas, envía a Buenos Aires a su secretario Iturriaga con el coronel Ramos.
El primero extralimitándose, sugirió a Rosas –según el Informe N1 86 del cónsul
británico Henry Southern a su Cancillería (Rev. Histór. XLI)- “que
impartiera órdenes a su general para que luchara. S.E. me expresó que nunca había impartido –ni lo haría- orden alguna al
General Oribe, en cuyas operaciones jamás había intervenido…”
No obstante, lógicamente, Rosas
quería recuperar sus cuatro mil efectivos y sus armamentos, antes de que fueran
copados por Urquiza y vueltos en su contra, y a tales efectos instruyó a Ramos.
Dice el Informe Nº 96 de Southern: “El
coronel Ramos fue autorizado para colocar las fuerzas argentinas bajo el
mando real del coronel Quesada, convertido en General para esa ocasión”. Ello implicaba otorgar autonomía al contingente
argentino en territorio oriental –lo que Oribe jamás toleró- mientras trataban
de salir del mismo. Continúa el informe anterior: “Sin embargo el coronel Ramos, al regresar al cuartel general del
General Oribe, fue colocado bajo la estricta vigilancia de éste. No se le
permitió conferenciar con sus oficiales
compatriotas y el General Oribe lo
amenazó con ejecutarlo inmediatamente si trasmitía las órdenes que había
recibido del General Rosas…”. Finalmente, con los buenos oficios de
Oribe, la oficialidad argentina pudo regresar a Buenos Aires en el buque de
guerra “Tweed”, pero la relación entre ambos aliados quedó resquebrajada. Sigue
el Informe: “El General Rosas recibió a todos
entusiastamente; al único que negó autorización para verlo fue al Coronel
Ramos… prorrumpió en invectivas contra su imbecilidad y cobardía al desobedecer sus órdenes por mandato del
General Oribe”.
Y basta ya de tan desigual cotejo entre la verdad documentada contra la calumnia reiterada, ya sea espontánea o inducida. Comprendemos que, dadas las condiciones lamentables en que aún se desarrolla la enseñanza de nuestra historia, resulte fácil –y aún redituable en más de un aspecto- enchastrar al Partido Nacional y a su fundador. Porque el ya citado Dr. Göbbels no hizo más que proclamar abiertamente lo que nuestra enseñanza venía practicando impunemente desde siempre a la chita callando. La indecorosa teoría de “la luna de queso”.
En cambio estoy seguro de que se debe a ignorancia pura la afirmación –falsa de toda falsedad- de la página 176 de esta publicación cuasi oficial, acerca de la traición a Artigas de parte del paraguayo Ojeda, caudillo de Tacuarembó y su “afectísimo amigo “, emotiva despedida de Artigas a aquel, fecha 11.1.1815, que Ojeda no recibió por haber muerto un par de semanas atrás, combatiendo por la causa común contra el porteño Viamonte. ¿Sería una traición post-mortem?
“En las fronteras de la canallada” tituló mordazmente Lincoln Maiztegui su comentario sobre la obra de marras en la contratapa de un semanario, habiéndose tomado incluso el trabajo de relevar una larga chorrera de faltas ortográficas del calibre de “hurnas”, ”bejámenes”, o “empeyones”, olvidando ¡entre tantas! alguna como “orqueta del Yarao” (p.111). Además, si bien no los autores, en la Imprenta del Ejército debieran saber que, por más méritos que hubiera hecho Liniers en la marina, ni borrachos lo ascenderían a “general Santiago Liniers” (p.167), grado exclusivamente de tierra firme. Pero obviamente, la culpa de estas barrabasadas, las mayores o las menores, no la tienen ambos autores notoriamente ávidos por trascender, sino –parafraseando al conocido refrán- el (o la) que les rasca las espaldas.
Finalmente, de los coroneles Antúnez de Olivera y Corrales de Elhordoy ni de los profesores Flavio García, Celia Colombo y algún otro –sobre cuyas exhaustivas investigaciones se armó mayoritariamente la publicación, ninguna referencia. Mera cuestión de ética.
JORGE PELFORT
Semanario BÚSQUEDA
Cartas al Director
20.11.1997
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