En esta siempre interesante y bien
presentada publicación que es el Almanaque del Banco de Seguros, acaba de
publicarse un trabajo denominado “Hace cien años Carlos M. Ramírez exaltó la
figura señera de Artigas”.
Comienza el mismo manifestando que
cuando Artigas se retira al Paraguay, ya había comenzado la campaña negativa en
su contra y que “sus enemigos políticos
no habían cesado de arrojar sombras sobre su persona”. Muy exacto.
Pero, según el articulista, quien primero difundió una imagen positiva del Prócer habría sido un familiar de éste, el escritor y cronista don Isidoro de María con su conocida biografía de 1860. Discrepamos aquí profundamente.
Obvio resulta comentar los odios
desatados contra el Protector por el
unitarismo porteño, así como el famoso libelo de Cavia que cita el autor
tan brillantemente rebatido en 1882 por Carlos María Ramírez. Pero la prédica
porteña unida a la lusitana, hubo de hallar también fervientes aliados entre
los orientales, fuere ya por conveniencias o por una sana pero errónea
convicción.
Así, un ilustre escritor compatriota, don Pedro Leandro Ipuche, en un artículo sobre don Gorgonio Aguiar (héroes tan injustamente olvidados por nuestra historia), nos narra que al escapar de su prisión en manos de los portugueses poco antes de la desgraciada y decisiva batalla de Tacuarembó, “…entera a su Jefe (Artigas) que andan en preparativos de destruir su influencia en Montevideo, nada menos que don Santiago Vázquez y Miguel Carreras (el chileno) protegidos por los jefes portugueses y el peripuesto Barón de la Laguna…. Le asegura que Rivera, su teniente predilecto, cediendo a influencias de personas muy notables en el país, se ha dejado seducir y se halla en un estado de rebeldía, de desobediencia, de abandono”.
No es extraño pues, que del ambiente unitario defensista capitalino, sucesor del Montevideo cisplatínico, nos diga el articulista: “Cuando Andrés Lamas en 1843 concibe una nueva nomenclatura para Montevideo, ninguna calle será llamada ‘Artigas’.
“LA
NUEVA TROYA”
En ese mismo año del citado decreto oribista, viaja de Montevideo a Francia el Ministro de Guerra de la sitiada capital, general Melchor Pacheco. Su objetivo es convencer al “premier” francés Thiers del envío de diez mil soldados para reforzar a las fuerzas anglo-francesas que apoyan al gobierno de la Defensa y definir así de una buena vez la guerra. En París se vincula con un novelista que se hallaba en la cúspide de su carrera literaria: Alejandro Dumas. Y a quien, mediante un suculento argumento de cinco mil libras, convence se avenga a publicar bajo su cotizada firma, un libelo execrando a Artigas, Oribe y Rosas, promocionando la causa montevideana. Tal el nacimiento del famoso “Montevideo o la Nueva Troya”. Por supuesto que Pacheco será el autor del libreto. Porque hasta la fecha el hombre de los mosqueteros había oído tanto del Uruguay como de la más lejana galaxia. Ha sido muy controvertido si la obra le fue inspirada o simplemente dictada a Dumas. Según Eduardo Acevedo, aquel repitió “…la información que debió darle Pacheco y Obes, valga el testimonio de Alberdi”. Pero a confesión de parte relevo de prueba: En oportunidad de escribir más adelante Dumas un libro sobre Garibaldi, al glosar la actuación de éste al servicio de la Defensa confesará: “Estas explicaciones son tanto más exactas que cuanto fueron DICTADAS en 1849, al que las publica hoy, por un hombre que hizo gran papel en los acontecimientos de la República Oriental; el general Pacheco y Obes”. En el prólogo de la edición montevideana de 1941 así como en la bonaerense de 1961 que están a mi vista, el historiador Ariosto González, expresa que Dumas “pertenece al extenso núcleo de escritores que mercantilizan su arte…” y continúa: “La influencia de Pacheco sobre Dumas es clara y transparente…aquel es presentado como el centro de la obra….Pacheco es el héroe indispensable, el insustituible defensor de los intereses nacionales, el patricio incorruptible, enérgico y batallador, sin él, todo el drama de Montevideo palidece y declina…”. Su padre, don Jorge Pacheco, notorio enemigo de Artigas según el prologuista “…aparece por encima de sus merecimientos, atribuyéndole glorias que la documentación no confirma”. Posiblemente se refiera a aquello de que “…él persiguió a Artigas venciéndolo siempre donde lo encontrara…”.
¿Era imprescindible mencionar a
Artigas destratándolo, en un libro cuyo objeto era condenar a los enemigos de
la Defensa y ensalzar a sus defensores? Pacheco juzgó que sí, que había que
equipararlo con el enemigo del momento, Rosas, cual lo harían sus aliados como
Lavalle y Sarmiento entre otros. Pero, internémonos en el texto de la
obra:
“…Todos
los elementos de antipatía fueron puestos en juego contra Buenos Aires por el
antiguo jefe de contrabandistas. Poco le importaban los medios que utilizaba…
la vuelta de Artigas a Montevideo significaba la sustitución de la fuerza
brutal a la inteligencia…los que habían previsto esta vuelta a la barbarie no
se habían equivocado… Así, con Artigas dictador comienza un período….Artigas, menos
crueldad y más el coraje, fue entonces lo que Rosas es actualmente…” .
Reconoce luego ¡menos mal!, la patriótica lucha contra los portugueses para
terminar: “Fue entonces cuando, semejante
a una de esas trombas que se evaporan después de haber dejado tras de sí
desolación y ruinas, que Artigas desapareció y se hundió en el Paraguay”.
Gran éxito tuvo la obra difundida a todo trapo por el gobierno en la sitiada Montevideo. Publicada primeramente como folletín en los periódicos, se editó luego como libro, circulando también ediciones en francés e italiano. Admiradores de Pacheco hay, que se complacen en citar una frase suya referida a una eventual repatriación de Artigas: “Oh, traigamos a Artigas y nombrémoslo Presidente de la República”. Dejemos a criterio del lector si ello sería la expresión de un sincero anhelo como se pretende o si constituyó, en cambio, un cruel sarcasmo.
LOS BLANCOS AL RUEDO
Muy distinta fue la reacción en el Cerrito. El diario de Oribe “El Defensor de la independencia Americana” (29.IX.50) saldrá indignado a la palestra a defender, a más de la figura del fundador del Partido Blanco, la del general Artigas: Es bien mezquina la idea que el novelista da del general Artigas de quien debiera hablar con más mesura, no solo por el obsequio de la verdad, sino en consideración al respeto con que, en todos los países del mundo, es debido tratar a los hombres grandes. El nombre del ínclito general don José Artigas es conocido mucho más allá de la América Meridional, no solo por su bravura y denuedo sino por los sagrados intereses que defendió y los sagrados principios que guiaron su carrera pública. Su país fue siempre por él amado, el orden fue la religión de sus soldados y, la felicidad de todos sus conciudadanos, fue para él una necesidad de su existencia. En demanda de tanta justicia y de tan caros intereses fue que acaudilló las masas de la campaña y proclamó, el primero de todos entre todos los orientales, la independencia de la Banda Oriental”. Y sigue el diario oribista su encendido alegato contra “La Nueva Troya” durante varios números más.
A mediados del año siguiente, 1951,
don Carlos Anaya, personaje de la Patria Vieja donde se iniciara como ayudante
de Artigas durante el primer sitio, escribe sus “Apuntaciones Históricas”.
Definirá a Artigas como “…Jefe acreditado
por su Valor y Virtudes bien probadas en todo el Tiempo que había ejercido la
Comisión de Comandante de la Campaña,
con Valor y con una pureza no común entonces...tal era su carácter firme e
inspirado en un patriotismo extremo, que a todo trance no podía consentir ver a
su Patria dominada por un poder extranjero…”. Don Carlos Anaya será hombre
de la mayor afinidad con el presidente Oribe, ya durante su primera presidencia
a cuya violenta caída emigrará a Buenos Aires con él, como durante la del
Cerrito. Repuesto en su cargo de
Presidente del Senado (prácticamente vicepresidente), convocará a todos los
legisladores dispersos, restaurando dicho órgano legislativo que una siniestra
coalición disolviera.
Pero, saltemos a 1853. Año y medio
tan sólo transcurriría desde que el gobierno de la Defensa arrancara, como mala
hierba cuya propagación se deseaba evitar, el nombre de Artigas sustituyéndolo
por el actual de “8 de octubre”, cuando los hombres del Cerrito vuelven al
embate sobre el tema. Sigamos con
Eduardo Acevedo y su “Alegato Histórico”: “En
abril de 1853 el senador Don Dionisio Coronel presentó un proyecto por el cual
se daba el nombre de Villa Artigas al pueblo fronterizo conocido entonces con
la denominación de Arredondo (hoy Río Branco)”. Prosigue el historiador con
el dictamen con que lo patrocinó la Comisión
de Legislación compuesta por los señores Antonio Luis Pereyra y
Francisco Solano Antuña: “La denominación
que se dé de “Artigas” a aquella Villa, será un monumento de gratitud a la
memoria del Primer Jefe de los Orientales, que levantó la enseña de la libertad
y que nos abrió la senda que debía conducirnos a la perfecta independencia de
nuestro país y su constitución. Facilitando el Poder Ejecutivo la traslación de
los nuevos pobladores a aquel pueblo fronterizo, prosperará pronto y será de
suma utilidad para la República, si se pone especial cuidado en que sus vecinos
sean en su mayor parte de origen y lengua española. De otro modo cree la
Comisión Informante que nunca recuperaremos el fruto de nuestros esfuerzos en
la fundación de pueblos en la frontera del Brasil”.
¡Artiguismo puro y genuino, aún más
allá del hecho original, en su proyección! Pero, consignemos además que en la
sesión del 21 del mismo mes, el senador Ramón Masini se honra con la siguiente
iniciativa según el acta oficial: “El
señor Ramón Masini habló en el mismo sentido y concluyó diciendo que el Senado
se honraría disponiendo que los restos del general que existían en la República
del Paraguay, fueran traídos al país y se colocaran en un monumento a su
memoria; y que, por su parte ofrecía al Senado una espada del general para que
fuera colocada en la sala de sus sesiones con una inscripción…”
¿Quiénes eran estos otros auténticos reivindicadores de Artigas? Digámoslo sucintamente: Dionisio Coronel, uno de los principales jefes militares de Oribe. Francisco Solano Antuña, ex Constituyente, jurisconsulto, habiendo sido bajo su primera presidencia Fiscal General del Estado, cargo que volvió a ejercer en el Cerrito, a más de Presidente del Tribunal de Apelaciones. Antonio L. Pereyra, abogado español naturalizado oriental, Vicepresidente del Senado en el Cerrito, codificador. Ramón Masini, conspirador junto a Oribe en los “Caballeros Orientales” y a quien siguió indisolublemente ligado, integrando la Asamblea Legislativa del Cerrito.
¿Quiénes eran estos otros auténticos reivindicadores de Artigas? Digámoslo sucintamente: Dionisio Coronel, uno de los principales jefes militares de Oribe. Francisco Solano Antuña, ex Constituyente, jurisconsulto, habiendo sido bajo su primera presidencia Fiscal General del Estado, cargo que volvió a ejercer en el Cerrito, a más de Presidente del Tribunal de Apelaciones. Antonio L. Pereyra, abogado español naturalizado oriental, Vicepresidente del Senado en el Cerrito, codificador. Ramón Masini, conspirador junto a Oribe en los “Caballeros Orientales” y a quien siguió indisolublemente ligado, integrando la Asamblea Legislativa del Cerrito.
EL FERVOR SIN ECO DE LEANDRO GÓMEZ
Gracias a todo este ambiente de
reinvindicación artiguista, producto de
las mencionadas iniciativas de los hombres del Cerrito, es que Leandro Gómez
juzga oportuno el momento para donar al gobierno la espada que Córdoba otorga a
Artigas en 1815 y que él rescatara de un cambalache bonaerense en 1842. Es que,
a pesar de la derrota de Oribe ante la avasallante presión de Urquiza y el
Brasil, al aflojar aquella, el Partido Blanco vuelve a recuperar la mayoría.
Así lo reconoce con visible desencanto el informe confidencial del enviado de
Su Majestad Imperial, Carneiro Leao:
“O Partido Branco é inconstetavelmente o mais numeroso é, ao mismo tempo, mais rico de individuos que poseem una meia instruçao. A necessidade de transigir com o Partido Branco e filha das críticas cincustancias do pays. Porque, infelizmente, o Partido defendiú a praça de Montevideu contra as forças reunidas de Rosas e Oribe, representa una diminuta fracçao nao se contando com os extrangeiros”. (Archivos Históricos de Itamaraty, Missao Carneiro Leao).
Según el historiador Washington Lockhart (“Leandro Gómez, la defensa de la soberanía”), la adquisición de la espada “…la había concretado en momentos en que padecía verdadera pobreza…” y la ofreció al gobierno con una nota en la cual, entre encendidos elogios, expresa que por Artigas “todos los hijos de esta tierra deben sentir la más profunda gratitud y veneración”. Continúa el citado historiador: “El motín de julio del 53 y la consiguiente caída de Giró, lo obligaron a desistir de su actitud. Dentro de esa serie de motines y conmociones Leandro Gómez no constituía pieza principal, aunque no dejara de colaborar con todo movimiento nacido en tiendas blancas, en especial en aquellos que tenían a Oribe como conductor”.
El 19 de setiembre de 1855, cristaliza el proyecto de don Ramón Masini, arribando los gloriosos restos al puerto de Montevideo. Ejercía interinamente la presidencia de la República don Manuel Bustamante, hombre de Venancio Flores, ante la reciente renuncia de éste. El escritor batllista don Alfredo Lepro en su libro “Años de Forja”, nos relata “que entonces Artigas no contaba en su favor con toda la opinión nacional…” (justamente es lo que venimos demostrando) y que “había más interés en el arribo del Vizconde de Abaeté (amigo personal de Flores) y mientras, los restos ilustres quedaban en depósito sin mayores ceremonias”.
Volvamos a Lockhart: “Fue así Leandro Gómez uno de los
principales reivindicadores de Artigas… A un mes del desembarco, en un
editorial publicado en “La Nación”, Gómez pedía que los restos de Artigas no se
dejaran un día más en el rincón de la oficina pública en que yacían
abandonados. Nada consiguió, sin embargo, en aquellos tristes días en que la
diplomacia brasileña continuaba enconando a los orientales en sus luchas
internas, tratando de provocar la
circunstancia favorable para poder hacer presa en nuestro territorio… Y fue
inútil que, poniendo por encima de todo su sentimiento patriótico, alzara su voz
y exhortara a rendir a Artigas el
homenaje de su pueblo.”
LA JUSTICIA Y LAS PROFECÍAS
Recién con la asunción del presidente Gabriel Antonio Pereyra, familiar de Artigas (hombre que fue de la Defensa pero ungido candidato por Oribe con el posterior apoyo de Flores), se dispone el traslado de los sagrados restos al Cementerio Central. El mayor Gómez ve ahora nuevamente propicia la oportunidad para reiterar el ofrecimiento de su preciada reliquia y así lo hace (8.XI.56) en encendida carta de elogios al Prócer. Con fecha 17 le contesta el presidente en los siguientes términos:
“Con su estimable carta del 8 del corriente he recibido la espada de honor que la Provincia de Córdova donó en 1815 al General don José Artigas y que usted ha tenido a bien presentarme. Participo de los sentimientos de usted respecto a aquel ilustre ciudadano y considero que esa espada es una adquisición valiosa para nuestro país, y una prueba de civismo el empeño de usted para restituir a su Patria esa prenda que simboliza en parte las glorias del Patriarca de nuestra Independencia, del Fundador de la nacionalidad Oriental. Como particular y como presidente de la República, tributo a usted los más cordiales agradecimientos y lo felicito por la honorífica distinción que ha sabido adquirirse asociando su nombre al recuerdo de esa demostración de gratitud de un pueblo hermano a su protector”.
Eufórico, el día 20, Leandro Gómez escribe un extenso y fervoroso artículo en “La República” concluyendo con visionaria intuición, que la vida de Artigas “…formará parte de la educación de nuestros hijos, que también aprenderán a venerar sus virtudes”.
¡Qué abismal contradicción con la fallida profecía de Mitre en carta al también acérrimo denostador de Artigas, el historiador unitario Vicente F. López y en la que se jacta: “Lo hemos enterrado históricamente”!
O con aquella otra, lamentablemente proveniente de un oriental, Juan Carlos Gómez quien escribiendo desde la prensa porteña, río por medio a su compatriota Alejandro Magariños (mayo 1879), se despachará con el siguiente brulote: “La generación que cuenta diez años, formada en una concepción más vasta de la verdad, va a reírse grandemente dentro de dos lustros de sus ídolos como Artigas, el gaucho enchalecador convertido en Washington”. Atribuíale así gratuitamente a Artigas aquella famosa tortura que don Jorge Pacheco denominaba “retobo” y que se vanagloriaba no solo de usarla, sino de haberla inventado. Y en otra de sus publicitadas polémicas, esta vez con Mitre, Juan C. Gómez se referirá a “…los bandidos como Artigas y Rosas”.
EVOCANDO A ARTIGAS
HASTA EL FINAL
Terminado el mandato de Pereyra, le sucede Bernardo Prudencio Berro. Dice Eduardo Acevedo en sus “Anales Histórico” que “…no podía quedar olvidado Artigas en ese período de reconstrucción nacional que presidía don Bernardo Berro” Este eleva pedido a la Asamblea para cancelar los sueldos devengados desde el retiro de Artigas en 1820 hasta su fallecimiento en 1850, con el más alto grado militar, Brigadier General, en favor de su nieto don José P. Artigas. También se hizo colocar en su tumba una placa de mármol con la inscripción: “Artigas, Fundador de la Nacionalidad Oriental”. Fue también durante el brevísimo período de paz que pudo disfrutar la presidencia de Berro, que el diputado Tomás Diago, ex constituyente, propone en 1862 levantar el primer monumento a Artigas en el país, en el centro de la plaza Independencia. ¿Qué actuación política había caracterizado al ex constituyente? Magariños de Mello en “El gobierno del Cerrito” lo define como “´…íntimo amigo y fanático partidario del presidente Oribe…” Y acendrado artiguista, consecuentemente, como vamos viendo.
Imposible transcribir todos los actos y escritos de reivindicacionismo artiguista de Leandro Gómez. Ese sentimiento indisoluble de Artigas–Patria, pareció exacerbarse con carácter de obsesión a medida que el trágico fin del gobierno blanco y con éste el de las instituciones se vislumbraba. Rara vez en sus proclamas dejaba de enfatizarlo, asociándolo también al recuerdo de los Treinta y Tres: “Constancia, valientes hijos de Artigas, que el sol de la libertad brillará un día eterno para los descendientes de los Treinta y Tres…Las instituciones habrán de salvarse merced al valor heroico, al valor sublime de los hijos del inmortal Artigas, fundador de la nacionalidad oriental...arde en nuestro pecho el valor tradicional de los hijos del inmortal Artigas…” Los acontecimientos se precipitan, produciéndose el primer choque con el invasor: el vaporcito “Villa del Salto”, que trae refuerzos para Paysandú, es enfrentado por una flotilla brasileña frente a la Meseta de Artigas. Dando vivas a la patria, el capitán Pedro Rivero se abre paso con el fuego de un par de cañoncitos y los fusiles que traían para la ciudad adonde llegan, embican el barquichuelo y desembarcan el armamento.
Y refiriéndose ya a la escuadra
extranjera presta a iniciar el bombardeo de la casi inerme cuidad, otra
proclama de Leandro Gómez denuncia ese: “…elementos
de vasallaje y conquista con que pretende, el Imperio dominador, la patria
inmortal de Artigas, a la patria de esos héroes que la Historia gloriosamente
denomina con el dictado de los “Treinta y Tres” y cuyos hijos somos nosotros”.
ARTIGUISMO Y
ORIBISMO
Manifiesta el ya citado historiador
Lockhart en su “Leandro Gómez”: “En 1824
decidió emigrar a Buenos Aires…Seguía el camino tomado por Oribe, frustradas
las tentativas de independencia que encabezara el Cabildo y en las cuales Oribe
fuera pieza de fundamental importancia. Siendo como era, un adolescente de
catorce años, la personalidad de Oribe, con cuya familia tuvo tempranos y
frecuentes contactos, ejerció desde entonces decisiva influencia que en años posteriores se evidenciará con rasgos
elocuentes”. Será su ayudante en el Cerrito. Oribe será su padrino de
casamiento. Ante la abierta tumba del prócer, será Leandro Gómez quien le
brindará la postrer despedida.
Y continuando con la tumultuosa época que culminara con el heroico holocausto de Leandro Gómez quien, según Pedro Leandro Ipuche “…cierra el pasaje de nuestros libertadores, en el último acto de la Independencia Nacional”, debemos recordar que la Guardia Nacional, fundada por Oribe, principal sostén militar del presidente Berro, había sacado a luz un periódico denominado “Artigas” en cuyo primer número se lee: “Cuando la independencia de la patria peligra por el doble amago de los esclavos del Imperio y de los traidores de la rebelión ¿qué nombre pudiéramos poner al frente de nuestro diario como símbolo del pensamiento que preside su fundación como programa sintético de las doctrinas que propagará, sino el venerado nombre del vencedor de Las Piedras, padre glorioso de la Independencia de esta tierra que tanto amamos? El nombre de Artigas resume la primera y más gloriosa tradición del pueblo oriental… Artigas es la Independencia. Él enseñó el camino de la redención de la patria a los Treinta y Tres… Por eso levantamos su nombre como bandera, cuando la ambición imperial y la ceguedad de los republicanos del otro lado del Plata parecen ponerse de acuerdo para ofrecernos esa alternativa. Queremos la patria como Artigas la concebía, libre de traidores, independiente de extranjeros envidiosos… La Patria digna de su fundador para que no tenga que avergonzarse de sus hijos aquel padre venerado”.
Por segunda vez el advenimiento de Flores implicará la desaparición de los artiguistas de la escena nacional. Primero disolviendo aquellas cámaras de 1853, las de Dionisio Coronel, Solano Antuña, Antonio Pereyra, Ramón Masini…
Resumiendo: Carlos Anaya, Dionisio Coronel, Solano Antuña, Antonio L. Pereyra, Ramón Masini, Bernardo P. Berro, Tomás Diago, Leandro Gómez, fueron todos reivindicadores de Artigas con hechos tan concretos como los que hemos documentado, tan documentados como la estrecha ligazón que los unía al ínclito presidente del Cerrito.
Y tan demostrado, por fin, como que aquel decreto del 24 de mayo de 1849, que luce al pie las firmas de Oribe y Berro denominando “General Artigas” la principal vía de la capital oribista, fue el primer homenaje público rendido en nuestro país a don José Artigas.
EL HONROSO DECRETO DEL 49
Así fue. Se homenajeó a Colón, Solís, Zabala, Maciel, Alzáibar, Pérez Castellano, Washington… Pero nos parece de rigor mencionar, ante la referida omisión del nomenclátor defensista que, pocos años después y once antes que la sugerida primer reivindicación artiguista de De María, el gobierno del Cerrito emitirá el siguiente decreto, verdadero homenaje público a nuestro Prócer:
“Cuartel General del Cerrito de la Victoria, mayo 24 de 1849: Art. 1º) Queda erigida en pueblo con el nombre de la Restauración la nueva población formada en el Cardal. Art. 2º) La calle que ha tenido hasta aquí el nombre de calle de la Restauración, se denominará en lo sucesivo “Calle del General Artigas”. Art. 3º) Los nombres de las demás calles y plazas se designarán por decreto separado. Art. 4º) Comuníquese y publíquese. ORIBE. BERNARDO P. BERRO.
Acto de contrición por su deserción tras su jefe el Cnel. Bauzá cuando era un joven capitán de veinticuatro años. Pero ni es el primero ni será el último.
Nos refiere el historiador Felipe Farreiro que el fortín erigido por las fuerzas de Oribe en las Tres Cruces será designado “Fortín Artigas” en evidente homenaje al Congreso de Abril. Y agreguemos que también fue designada “Batería de Artigas” la ubicada en lo que hoy es Palmar y Duvimioso Terra.
Breve vida tendrá empero el hermoso homenaje del 49. Antes de tres años, inmediatamente de la derrota de Oribe ante la invasión brasileño-urquicista, el gobierno del presidente Joaquín Suárez decretará la eliminación del nombre de Artigas, sustituyéndolo por el de la fecha que aún luce: “8 de Octubre”.
JORGE
PELFORT
“La
Democracia”
16
de junio de 1982
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