NIHIL NOVUM
SUB SOLE
Solitaria
tarde dominguera. Nos disponemos a poner un poco de orden en nuestra
biblioteca. Predomina absolutamente lo histórico. El primer estante, abajo, es
mitad literatura y mitad temas históricos, pero encarados con imaginación de
literato, lógico pues que compartan el lugar.
Segundo y
tercer estantes, historia uruguaya. En el segundo, se destacan los gruesos
volúmenes De "El Gobierno del Cerrito", mientras que en el tercero,
(la mitad sobre Artigas), los tres tomos rojos de la edición oficial del
"Alegato" de Acevedo.
En el cuarto, historia argentina, atraen por su colorido azul y naranja los nueve tomos de "Historia de la Confederación Argentina" de Saldías, ese peculiarísimo unitario rosista.
En el quinto estante,
historia universal; desde allí parecen observarme Cromwell, Napoleón, Lincoln
y... al otro extremo, como perdidos, olvidados, dos viejos textos liceales me
despiertan de pronto dulces añoranzas de los primeros años de la década del
cuarenta: "Grecia" y "Roma". No puedo resistir la tentación
de repasarlos para aquilatar qué tanto habrá evolucionado la Humanidad en estos
últimos 3.000 años. Leamos algo de lo que sucedía allá por los 1000 AC.:
EN GRECIA
"En Atenas, la nobleza era la clase dirigente; sus miembros llevaban el nombre de "eupátridas" palabra griega que significa "los bien nacidos". Agrupados en familias cerradas (genos), ellas formaban el esqueleto del Estado... El gobierno de estos nobles fue muy duro, especialmente para los campesinos, cuya situación económica era angustiosa. El rendimiento de sus cosechas era poco remunerador, pues empezaban a sentir la competencia del trigo extranjero, que hacía bajar los precios. Para salir de la situación angustiosa en que los sumía una mala cosecha, los pequeños propietarios rurales pedían prestados a los ricos eupátridas, que exigían un altísimo interés por su dinero. Y, en caso de incumplimiento del pago de la deuda, hacían responder al deudor, no solo con sus bienes, sino también con la de su persona y con la de sus familiares. De este modo, los nobles fueron acaparando cada vez más tierras, en tanto que los pequeños propietarios disminuían, y aumentaban los esclavos por deudas... Los paisanos del Ática, bajo la dominación de los nobles, corrían el peligro de convertirse en una clase servil como los ilotas de Esparta. Si ello no sucedió, fue porque en la lucha contra los eupátridas, se colocaron del lado de los campesinos, los industriales y los comerciantes. (...) La situación de violencia en que se vivía hizo entrar en razón a los partidos en pugna. Se resolvió nombrar, de común acuerdo, como árbitro a un magistrado para que hiciera las reformas necesarias para asegurar la paz social. Al efecto, el eupátrida Solón, fue elegido arconte con plenos poderes. La obra de Solón comprende dos partes: una de alivio a la situación de los deudores (reforma social); otra, de reorganización del gobierno de Atenas (reforma política).
La reforma social consistió en la abolición integral de las deudas, el rescate de los que habían caído en servidumbre y la prohibición para el futuro de responder con la persona como garantía".
EN ITALIA
"Los impuestos provinciales no eran recaudados por funcionarios del gobierno romano, sino por particulares.
Estos particulares recibían el nombre de "publicanos". Formaban poderosas compañías o sociedades financieras que manejaban cuantiosos capitales. Además solían realizar pingües negocios de banca, porque adelantaban dinero a los provinciales para que pagaran los impuestos y cobraban por esos préstamos intereses elevadísimos.
Los abusos de los publicanos se realizaban con absoluta impunidad, pues difícilmente las lamentaciones de los provinciales encontraban oídos dispuestos a escucharlas. Si presentaban sus quejas al gobernador de la provincia, éste eludía atenderlas porque generalmente actuaba en connivencia con los publicanos. Si elevaban sus quejas hasta Roma, tropezaban allí con el interés egoísta de los dignatarios romanos, más dispuestos a proteger a sus conciudadanos abusadores, que a los esquilmados provinciales... El número de estos propietarios rurales que vivían del trabajo de sus chacras, se había multiplicado durante la conquista de Italia, gracia a los frecuentes repartos de tierra de los vencidos, con que se favoreció a los ciudadanos romanos.
La existencia de esta numerosa clase media fue un factor de paz interna y de bienestar social, pues sus integrantes, satisfechos con su situación económica, hacían pesar en la vida romana su espíritu de orden y moderación... A menudo necesitaban solicitar dinero en préstamo para hacer frente a sus compromisos y entonces caían en las redes de un régimen usurario del que difícilmente lograban emanciparse: los elevados intereses imposibilitaban la cancelación de las deudas. Como consecuencia de ellos, tenían que entregar sus propiedades para satisfacer voraces acreedores. Privados de sus tierras, les era difícil hallar trabajo y no les quedaba otro camino que marchar a la capital a sumarse a la plebe miserable... La aplicación de este régimen cruel y expoliatorio aumento la pobreza y la esclavitud, sin que el gobierno romano, dominado por los patricios, hiciera nada para remediar esa situación. Así se fue creando un ambiente de odios y que determinó al fin una sublevación plebeya".
Hasta aquí lo transcripto.
EN ESPAÑA
Resumimos: doscientos cincuenta años antes de Cristo, los cartagineses, herederos del imperio comercial implantado por los fenicios, habían incrementado notablemente sus factorías en España, lo cual facilitó la conquista militar de la península por el cartaginés Amílcar, completada a su muerte, por su yerno Asdrúbal. Nada podría expresarlo mejor que este antiquísimo verso español:
"Libre, feliz, España independiente
Se abrió al
cartaginés incautamente;
Viéronse estos
traidores
Fingirse
amigos par ser señores;
Y el comercio
afectando,
Entrar
mercando por salir mandando..."
.....................................................................................
DESDE EL
MEDITERRÁNEO AL PLATA
Mil ochocientos cincuenta y cinco años después de Cristo, muy lejos en el tiempo y en el espacio de las viejas civilizaciones mediterráneas, en la pequeña capital de la República O. del Uruguay reinaba el caos. Quien accediera a su presidencia, si bien no por medios democráticos pero al menos con notorio apoyo popular, Venancio Flores, se veía ahora acosado por la fracción doctoral y anticaudillista de su propio Partido Colorado, al extremo de verse obligado a salir de la ciudad. Pasivo pero muy atengo espectador de los hechos era el ejército interventor brasileño instalado en nuestra capital, se limitaba, por ahora, a ocupar las oficinas recaudadoras para cobrarse los gastos de intervención, según un historiador colorado, Washington Lockhart, "en aquellos tristes días en que la diplomacia brasileña continuaba enconando en sus luchas internas a los orientales, tratando de provocar la circunstancia favorable para hacer presa en nuestro territorio".
SOBERANÍA Y
RENTABILIDAD
Dice el mismo historiador ("Venancio Flores. Un caudillo trágico"): "La presencia de los 5.000 brasileños solicitados por Flores de acuerdo a lo establecido en 1851... suponía ventajas que todos, fueran del bando que fueran, tenían que reconocer, entre ellas el refuerzo económico para el decaído comercio de Montevideo".
Y por si alguien dudare de tan insólita aseveración, tomamos de otro escritor de la misma tendencia política, Alfredo Lepro ("Venancio Flores. Años de forja"), sobre el mismo punto: "Hasta motivos de índole económica influían: los consumos de esa tropa importaban un serio impulso al desfalleciente comercio montevideano"(p. 43)... La 'élite' pues, tiene un procedimiento sencillo: dominar a la chusma con la fuerza brasileña (P.53)... La prensa está desatada. 'El Nacional' anuncia que se quiere vender la Colonia del Sacramento por dos o tres millones al Brasil. Otros atribuían al Vizconde (Abaeté, ministro brasileño en Montevideo), la idea de llamar 14.000 hombres más para ocuparnos del todo. Esas fuerzas ya estarían en camino.(p.64)".
Estos conceptos crudamente mercantilistas y utilitarios al extremo de enfocar hasta el sagrado tema de nuestra soberanía bajo el punto de vista de la rentabilidad, no era algo por cierto demasiado extraño en algunos gobernantes formados en tiempos de la "Defensa", cuyo propio presidente, honesto "eupátrida", sería capaz de "abrirse al cartaginés incautamente" con tanta naturalidad como la que emana de estos párrafos de su correspondencia (20.XI.50):
"Hoy ha
desembarcado el primer batallón de infantería francesa; mañana desembarcará el
segundo y pasado el tercero. Esta fuerza asegura la existencia de la plaza, da
una fuerza moral al gobierno... y bienestar a la población por el dinero qe
correrá de sus sueldos" (J. González Albistur, "Joaquín Suárez. El
Gran Ciudadano" p.326).
Bien había sostenido en 1932 otro de aquellos gobernantes, el Dr. Lucas Obes, acérrimo enemigo de Artigas, que "...la utilidad para las naciones cultas es sinónimo de lo lícito". Es que Artigas, no tan culto como el Dr. Obes, sin duda no compartía dicha teoría cuando en 1815 lo hizo llevar preso a Purificación por turbios negociados con los españoles más adinerados y antiartiguistas.
LOS
CARTAGINESES EN MONTEVIDEO
Aprovechados de estas filosofías político-económicas, los "publicanos" y "cartagineses" que entre los años 40 al 70 campeaban por Montevideo, nada tuvieron que envidiar de sus antecesores del Mediterráneo. Banqueros y comerciantes con poderosas vinculaciones en todo el mundo, los ingleses Lafone y Hocquart o el francés (alsaciano) Buschental y el brasileño Mauá, hicieron estragos en las economías y soberanías platenses. Samuel Lafone consiguió de la "Defensa" el monopolio comercial de nuestra bahía y el de la pesca en nuestro litoral atlántico, comprándole a los efectos la Isla Gorriti en $ 1.500 y Punta del Este en $ 4.500. Como compensación por sus préstamos al gobierno percibía el 35% de nuestras rentas de aduana y se garantía con hipoteca sobre la plaza Matriz y el Cabildo, mientras Hocquart hacia lo propio con la Plaza Independencia y el cuartel de Dragones.
Lafone, incluso, ordenaba acciones bélicas a la flota británica del comodoro Purvis, para proteger sus barcos mercantes y pesqueros, compensándole, por supuesto con una cuota parte de sus negocios saladeriles y corambreros, cuya exportación también monopolizaba.
Hocquart fundó el Bando Montevideano cuyos billetes de 20 y 100 pesos, impresos en Nueva York, circulaban en nuestra ciudad con la efigie del "estimado caballero inglés" según expresión de Fernández Saldanha.
Mauá, respaldado por la poderosísima banca europea de los judíos Rotschild, financió aventuras empresariales y bélicas brasileñas en Uruguay, Argentina y Paraguay, denotando como Lafone, un singular apego por nuestras rentas aduaneras. A un chistido suyo, ejércitos brasileños podían cruzar en cualquier momento nuestra frontera. Y terminó empapelándonos con los billetes de su Banco de aciaga memoria. Buschental, principal protagonista y prófugo de estrepitosas bancarrotas en Brasil y España, representante de un grupo prestamista francés, arribó al Plata prestándole dinero a Urquiza y cuatro años después, le arrendaba las aduanas de la Confederación Argentina (Rosario y Coronda). Gustaba residir en Montevideo y en enero de 1870, el presidente Lorenzo Batlle lo designó miembro del Consejo de Hacienda.
EXTORSIÓN A
ALTO NIVEL
En julio de 1862 una escuadra anglo-francesa bloqueó Montevideo, exigiendo al gobierno del presidente Bernardo Prudencio Berro, abonar a sus compatriotas, comerciantes industriales radicados en nuestra capital durante la Guerra Grande, una suma indemnizatoria por los perjuicios supuestamente padecidos durante la conflagración. La cifra, ¡faltaba más con tan poderosos padrinos!, fue fijada por los presuntos damnificados, con la muy obvia preocupación de no quedarse cortos. Por ley del 12 de agosto, nuestro gobierno hubo de emitir una deuda de 4 millones para tan solícito requerimiento. No cabe duda que Lafone y Hocquart, los más poderosos capitalistas británicos de la ciudad sitiada, han de haber sido de los mejor "compensados". No sabemos si Buschental, radicado recién en 1849, alcanzó a pellizcar algo.
A los tres los recordamos con calles, plazas, escuelas y monumentos porque, aparte de esas actividades someramente esbozadas, practicaron la beneficencia juntos con sus esposas, dejando algunas obras de progreso material.
Pero volviendo a 1855 y la triunfante revolución de los colorados conservadores en la capital, queda al frente del gobierno don Luis Lamas, quien obtiene el apoyo de la clase doctoral del Partido Blanco. Era la alianza de los "eupátridas" -mal llamada "principistas-".
UN DESTERRADO
REGRESA
En esos turbulentos días, la atención comienza a centrarse en un buque español surto en nuestro puerto, "El Patriota", a bordo del cual se encuentra un desterrado que vuelve a su país. El nuevo gobierno ratifica la anterior orden de Flores de impedir el desembarco de aquel hombre de cabellos canos, que traía enjuto el cuerpo, macilento el semblante y adusto el ceño nublado por quién sabe qué hondas preocupaciones. La nueva prohibición le será trasmitida por uno de los principales jefes conservadores, general Lorenzo Batlle, el mismo que durante la Guerra Grande le impidiera acordar la paz con Rivera, desterrando a éste. Nuevamente temen que pueda ponerse de acuerdo con la fracción popular del Partido Colorado, ahora acaudillada por don Venancio.
Pero el viajero consigue por fin desembarcar y se dirige a su querida villa de la "Restauración", ahora denominada "Unión", así como a su principal calle que él bautizara "General Artigas", le habían endilgado el ominoso nombre de "8 de Octubre". Viejos y gloriosos jefes de los tiempos del Cerrito y parte de sus leales y aguerridas huestes acuden a saludarle, poniéndose a sus órdenes. Y Oribe se entiende con Flores, de caudillo a caudillo, cada uno con medio pueblo detrás. Es el Pacto de la Unión (11.XI.55) por el cual, en uno de sus principales puntos ambos se comprometen a: "4º Sostener la independencia e integridad de la República consagrando a su defensa hasta el último momento de su existencia".
Buenos entendedores, dos días después los brasileños comienzan a marcharse y "...desfilan frente al Cabildo, despidiéndose en medio de la indiferencia popular". (A. Lepro ob. cit.)
Los pactantes avanzan sobre la capital donde, tras varios días de lucha, los conservadores y sus tropas de líneas "tienen que rendirse ante el ultimátum que les dirigió Oribe, quien les dio 15 minutos para deponer las armas.... Muchos blancos que no se habían resignado a que Oribe pactara con Flores, comprendieron ahora que sólo mediante la conjunción de las fuerzas de ambos, -podría consolidarse la paz pública que era un anhelo nacional".
Por supuesto que el Pacto tendría antes de una década su Judas Iscariote, quien se mostrará eufórico y triunfante entre banderas brasileñas que entrarán a Montevideo, para mayor escarnio, en el aniversario de Ituzaingó. Pero con ese postrer servicio a la patria, aquel anciano que a los dos años exactos caería definitivamente minado por su vieja enemiga, la tuberculosis, había vuelto a demostrar, una vez más, que para la inmensa mayoría de los orientales su soberanía no era materia comercializable.
JORGE PELFORT
SOMOS IDEA
9 Junio
1983
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