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Muerte del Gral. Venancio Flores |
Ahora
bien: ¿existió alguna complicidad entre los revolucionarios de Berro y los
asesinos de Flores? Aparte de que la contextura moral del primero era netamente
incompatible con un acto de tal naturaleza, la mayoría de los autores coincide
en la autenticidad de su sorpresa al ser enfrentado al cadáver del ex dictador.
Y apuntalo el argumento con mi propia pregunta: ¿no resulta absurdo, de ser
todos uno, que los asesinos actuasen ocultando sus rostros de manera tal que
ninguno pudo ser reconocido, ni por los tres acompañantes del coche ni por los
integrantes de la escolta que los dispersó, mientras Berro y sus compañeros
atacaban la casa de Gobierno a cara descubierta?
Categórico
Lockhart cuando afirma que "el
propósito de los asesinos era provocar un vacío de poder, echar las culpas
sobre los blancos y hacerse cargo del gobierno". Será el propio presidente interino
Pedro Varela quien desde lo alto de su cargo, de inmediato y a voz en cuello,
dará la señal, acusando "a los blandos de Quinteros"..., a la par que
una turba enfurecida asalta el comercio de Florida y Mercedes, degollando al
comerciante y a su empleado, valiosísimos testigos del hecho. Se inicia así una
feroz y sórdida cacería humana que quizás no tenga parangón en nuestra
historia. El número de sus víctimas superará largamente la suma de las tan
difundidas matanzas de Quinteros y Paysandú (la de 1865).
A las 24 horas, el general gubernista Francisco Caraballo - en breve uno de los sospechosos del magnicidio- había dado muerte a casi cien integrantes de las fuerzas de Bastarrica quienes, recién desmovilizados, regresaban a sus hogares. A las 48 horas, según "El Progreso", se contabilizaban quinientas víctimas entre muertos y heridos (imaginar los no contabilizados). A las 72 horas, nada menos que el general Suárez se ve obligado, seguramente en aras de mejorar su imagen ante la inminente elección presidencial, a protestar ante el Presidente interino "... que se continúan algunos asesinatos escandalosos de vecinos cargados de familia, que no han tenido arte ni parte en el alevoso asesinato del ilustre general Flores". (E. Acevedo, "Anales Históricos" t. III). Sugiere Lockhart punzantemente: "Seguramente sabía el porqué de su suposición".
Continuamos con Acevedo: "Pasadas las primeras impresiones empezó a tomar cuerpo la especie de que no eran ajenos al suceso los generales Goyo Suárez y Francisco Caraballo, el primero especialmente, sobre el cual pesaba un decreto de Flores que le señalaba la ciudad por cárcel". Apenas siete días después del trágico 19 de febrero -vaya eficiencia entre tantos ajetreos- Suárez presentaba su programa presidencial "...por haberle manifestado a algunos amigos que pudiera llegar el caso de ser llamado a la Primera Magistratura". Horas después aparecía Goyo Suárez al frente de las columnas de "El Siglo" como candidato a la Presidencia" (Acevedo ob. cit.).
Realizada la votación por la Asamblea General, Suárez resulta sorpresivamente derrotado por un voto (21 a 20) por otro candidato colorado conservador -el florista Pedro Varela ni picó- el general Lorenzo Batlle. El flamante presidente nombra de inmediato a su doble correligionario y colega el general Suárez, en el cargo que le seguía de importancia: Ministro de Guerra y Marina.
Comentando estos hechos, el ya citado cónsul francés Maillefer, tan vinculado siempre a los prohombres del partido colorado, define a Suárez como "el asesino de Leandro Gómez, gaucho muy vengativo y peligroso, cuya complicidad y cuyo odio no pone en duda la familia Flores. (...) Su viuda y familia persisten en sostener que es necesario buscar a los asesinos, no entre filas del Partido Blanco injustamente incriminado, sino en las del Partido Colorado ACTUALMENTE EN EL PODER (mayúsculas nuestras). Sea como sea, el proceso no adelanta más rápido que el famoso asunto de la "mina" y, al cabo de dos meses, la autoridad no ha publicado nada al respecto".
Más que elocuente testimonio que "La Tribuna", diario del florismo, reafirmaba: "Es a la verdad extraño e injustificado el proceder de las autoridades. Aún no conocemos a punto cierto cuáles son los principales asesinos, si exceptuamos los que murieron el mismo día de la catástrofe bajo el peso de la venganza y no de la justicia".
Y en
otro libro de Lockhart, "Máximo Pérez. Caudillo de Soriano", otras
importantes revelaciones: "Si
alguien sabía quiénes eran los asesinos, ese era Máximo Pérez, con quien Flores
y sus familiares mantuvieron siempre estrechísima amistad. Pérez bregó durante
años para que se develara dicho crimen".
Del mismo libro extractamos de la correspondencia del coronel Pérez: "Los hechos han llegado a convencernos que algunos hombres que hoy rodean al Gobierno, han sido los autores del asesinato perpetrado en el Jefe de nuestro Partido (...) asesinado traidoramente por los inventores de la mina (...) hombres funestos a nuestra Patria como es el Gral. Suárez...". Y en vista del poco éxito de sus gestiones personales, en noviembre de 1869 remite al gobierno una nota firmada por 4.720 sorianenses, instando "...al pronto esclarecimiento de la muerte del inolvidable Brigadier General Don Venancio Flores". La nota es apoyada por el diario florista "La Tribuna", que aprovecha para denunciar "... las maniobras obstruccionistas que llevan a cabo los conservadores en primer lugar".
Evidentemente, nada más alejado del pensamiento de los nuevos gobernantes que iniciar una investigación a fondo.
Por eso de un extremo a otro del país, desde las bocas de las guitarras gauchas, enhebrando ranchos y pulperías, había arrancado a galopar una copla:
Dicen que fueron los blancos
los que mataron a Flores
"confieselón" y sean francos
¡fueron los conservadores!
Hoy
como ayer, pues, al decir de los viejos latinos, "nihil novum sub sole".
JORGE PELFORT
EL PAÍS
15 de noviembre 1987
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