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Brig. Gral. Manuel Oribe |
En agosto de 1855 "con la muerte
dibujándose ya en el semblante triste" regresa Oribe de su exilio en
España.
La situación en Montevideo era caótica. Los colorados "conservadores", con el apoyo tácito -aunque inocuo- de la dirigencia de los blancos "constitucionales" y el potencial pero sí que peligroso del cónsul brasileño Amaral y sus 5.000 efectivos acampados en el Cerrito, habían expulsado al presidente Flores de la capital.
Desautorizando a sus
correligionarios doctorales, Oribe exhorta a Flores a buscar una salida
constitucional, ofreciéndole para ello su apoyo. Flores, jaqueado por sus
correligionarios envalentonados y estimulados por los brasileños, y sorprendido
por el gesto de quien creyó viniera en son de revancha por el destierro que él
mismo le decretara, acepta la proposición.
El 11
de noviembre ambos firman el Pacto de la Unión por el que renuncian a la futura
candidatura presidencial y se comprometen a defender la Constitución y la
soberanía nacional. Dos de los seis artículos pugnan por la educación a todo
nivel "... para radicar en el pueblo la adhesión a las
instituciones a fin de extirpar el germen de la anarquía y el
caudillaje", delatando nítidamente a la mano que guió su
articulado.
Son los
mismos conceptos que, dos décadas atrás (15.2.36), manejara el presidente Oribe
ante la Asamblea General - al año de haber asumido el cargo- y que tanto nos
trae a la memoria el celebérrimo santo y seña artiguista. Dirá: "Sólo
ella (la educación) podrá darnos ciudadanos ilustrados... tan
buenos defensores de la Patria como de sus instituciones". Son
los mismos conceptos en que, dos décadas después, basará su campaña educativa
José Pedro Varela.
Oribe y Flores acuerdan propiciar la candidatura presidencial de Gabriel A. Pereira, viejo militante colorado, ahora fusionista. A fines de noviembre, tras dos días de cruenta lucha, Oribe, al mando de las masas populares blancas y floristas, obliga a la rendición - en plena Plaza Constitución de reciente aciaga memoria- de los batallones motineros de Montevideo, donde vuelve a instalarse la Asamblea General desalojada por aquéllos, la que ha de elegir al nuevo presidente. De los candidatos postulados, Pereira logra 24 votos, Castellanos 7, Ellauri 1, Martínez 1 y César Díaz ninguno.
Antes del mes de haber asumido Pereira, el candidato cero-voto es descubierto en conspiraciones cuarteleras para asaltar el poder a todo trance. El cónsul Maillefer informa a su cancillería: "El Presidente se dirige entonces a los generales del Pacto de la Unión y reclama su concurso... Sólo Oribe acude al llamado. Sube a caballo, galopa hasta la Unión y el 27, antes de mediodía, llega a Montevideo seguido de casi 300 guardias nacionales. Gracias a este refuerzo, el Gobierno legal es salvado por segunda vez en cinco meses... ¿Qué le hubiera ocurrido al Presidente si Oribe también hubiera permanecido neutral? Se caía "patas arriba" y el Presidente lo reconoció en otros términos en el agradecimiento oficial que acaba de dirigir al General".
Sin
duda que transido el cuerpo por jornada tan intensa - efecto acentuado por la
vieja dolencia que en año y medio lo llevaría a la tumba- Oribe, antes de
retirarse al ansiado descanso de su quinta del Miguelete, escribe al
mandatario: "La Guardia Nacional está en el mejor sentido
dispuesta a sostener al Presidente. El Mayor ha estado presente cuando hablé
con los oficiales... Ten confianza y adelante. Mañana me retiraré a mi quinta
pero dejaré aquí las órdenes necesarias para cualquier caso. Te envío los
presupuestos del Colegio de la Unión. Incluyendo los terrenos para los treinta
hombres que están en él y que duermen a suelo limpio. Pásalo bien y dispón de
este amigo" ("Corresp. de G.A. Pereira").
¿Quiénes eran esos treinta hombres que dormían sobre el piso duro y frío del Colegio, hoy Hospital Pasteur? Seguramente obreros de los proyectos ampliatorios que vemos seguir impulsando a su fundador. De cualquier modo, gente de la más humilde condición cuyas penurias, en ese día tan cargado de acontecimientos vertiginosos - así como peligrosos no sólo para el país sin también para su propia persona- ocupaban prioritariamente el pensamiento del triunfador de la jornada, al extremo de hacerlas aflorar de inmediato a la faz del gobernante agradecido, como pasándole la cuenta por haberlo asegurado en el poder.
JORGE PELFORT
EL PAIS
12 noviembre 1995
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