María Josefa Oribe |
Día internacional de la mujer. Buena oportunidad para
comenzar a hacer justicia a nuestra gran heroína.
María Josefa Oribe nació en Montevideo el 13/9/789. Muy
joven, se casó en 1805 con el comerciante naviero portugués Felipe Contucci
quien, decidido por la causa de España, será importante figura en la lucha
contra las invasiones inglesas de 1806/7. Producida la revolución oriental en
1811, Contucci proseguirá fiel a la casa de Borbón (España y Portugal),
peleando tenazmente contra los artiguistas en la región del Yaguarón,
levantando un célebre fuerte a orillas del Quilombo, subafluente de
aquel.
Josefa, por el contrario, permaneció en Montevideo,
abrazando con pasión la causa americana con sus hermanos menores Manuel e
Ignacio. Una de sus primeras hazañas será posibilitar en 1812 la fuga de las
mazmorras españolas de la Ciudadela, del oficial de marina Manuel Blanco
Encalada, quien ansiaba ir a luchar por la libertad de Chile, de cuyo país se
constituirá en uno de sus héroes nacionales. Estas y otras notorias
actividades, tan diametralmente opuestas a las de su esposo, le valdrá, según
Flavio García (1) quedar fichada en el Archivo Histórico Nacional de Madrid
como “… insurgenta o sea
Tupamara (que es como allí la llaman). Complementa
Agustín Beraza (2) que su “…notoria
actividad revolucionaria le valió en repetidas oportunidades, persecuciones,
prisión y vejámenes en la Ciudadela de Montevideo”.
Producida la invasión portuguesa, vemos a un lacayo del Emperador del Brasil –como antes lo fuera de Portugal y de Buenos Aires –el Dr. Nicolás Herrera, escribir (12/3/825) indignado a su cuñado Lucas Obes, detentador de idéntico currículum: “Las Oribes cantan en las ventanas canciones patrióticas y vestidas de luto, manifiestan con descaro sus sentimientos”. No dudamos que fuese “Pepita” la que dirigía los “descarados” cánticos de sus hermanas.
Para la concreción de la Cruzada Libertadora, Josefa trabajó afrontando costos y riesgos, levantando el espíritu alicaído de los escasos patriotas que quedaban en la capital – cuya alta sociedad era decididamente abrasilerada- recolectando dinero y armamentos. Consiguió incluso conectarse con los sargentos del Regimiento de Pernambucanos, a los que comprometió a apoyar la causa oriental, “…para cuyo efecto fueron enviados a la señora de Contucci una cantidad de cartuchos a bala y algún dinero que envió el señor Luis de la Torre”, según nos narra Francisco Berra (3).
Complementa Luis Arcos Fernández (4): “El gesto de la iniciadora de la arriesgada conspiración tiene demasiado elocuencia y relieve para agregarle un comentario, baste señalar que la perspectiva terrible de la ISLA DAS COBRAS no doblegaba su audacia”.
La indiscreción de uno de los conspiradores frustrará la
trama y Josefa deberá huir hacia la inhóspita campaña donde, expresa Julio
Lerena Juanicó (5), “…cual nueva Doña María la Brava, recorre día y
noche los campos a fin de lograr prosélitos para la causa sagrada”.
Producido el desembarco de la Agraciada y establecido el sitio por los patriotas, su alma de mujer percibe y sufre las absolutas carencias que en materia sanitaria padecen los heridos, y resuelve solucionarlas. Se tiñe cara y brazos con negro humo y acomodando, continúa Lerena Juanicó, “…dos líos de ropa sobre uno y otro flanco de un mísero caballejo” entra en la ciudad en la que está requerida ante la mirada escrutadora de los centinelas, pasando por una de las tantas negras que volvían de lavar ropa en las inmediaciones de las murallas. Se dirige entonces a casa del cirujano militar brasileño José Pedro de Oliveira, amigo de la familia en tiempos de paz y le solicita todo el instrumental y material médico que pueda proporcionarle. Estupefacto, se resiste el hombre a tan insólita solicitud, aduciendo su juramento de fidelidad al Emperador. Ante ello, Josefa contrapone en el otro platillo de la balanza su juramento hipocrático. No pudo resistir el noble galeno el tremendo coraje y poder de convicción que emanaba de aquella grácil figura y, vencido, accedió.
Al amanecer, vuelve a atravesar la “lavandera” las celosas guardias del portón de San Pedro con sus bolsones atiborrados de tan preciados elementos que, poco después comenzaban a “…aliviar las laceradas carnes de las primeras víctimas del asedio”, termina Lerena Juanicó.
Por el mismo sistema, posiblemente, fue que
empezó a realizar tareas de espionaje en la capital, utilizando en buena medida
sus vínculos pernambucanos. El 26/6/826 el entonces teniente José Brito del
Pino (6) anota: “Volvió a venir Pepita
Oribe y nos dijo que los portugueses nos habían puesto una emboscada por el
punto en que habíamos andado ayer (es decir por lo del Granadino) para que, si
volvíamos, aprovecharnos”.
Pepita Oribe para las orientales, la Tupamara para los españoles, o la Pernambucana para los portugueses y brasileños, falleció tempranamente el 15/1/835, quince días después de que su hermano Manuel asumiera la Presidencia de la República, o sea más de un año y medio antes de la creación de nuestros partidos políticos, en cuyas luchas, por lo tanto, no participó. Esta circunstancia torna aún más inexplicable – a la vez que inicua- su contumaz exclusión de nuestra Historia Oficial así como de nuestro Nomenclator ciudadano, tan generoso en cumplimentar a meras esposas de personajes – por más respetables que hayan sido- como las de Rivera, Lavalleja, Batlle o Herrera.
Y si algo faltare, el ridículo: Felipe Contucci, el
esposo de quien la separó su sentimiento patriótico, el combatiente
antiartiguista, el agente de España y luego de Portugal, ha sido homenajeado
con una calle de seis u ocho cuadras en el barrio Brazo Oriental. Es hora de
reparar aberración tamaña.
JORGE PELFORT
“BUSQUEDA”
6 abril 1995
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