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Brig. Gral. Manuel Oribe |
No podían ser más penosas las condiciones económicas de nuestro país en
1835, al ascender a la Presidencia de la República Don Manuel Oribe: la
Comisión de Cuentas del cuerpo Legislativo señalaba 250 reparos de
esencia a la anterior administración, refrendados por los Contadores
Francisco Acuña de Figueroa y Miguel Furriol. El pretendido superávit de $
271.000 resultó ser un déficit de 2.200.000. El cónsul francés en Montevideo,
Mr. Baradére, comunicará a su cancillería: “Ese
informe de la Comisión de Cuentas es realmente el monumento más raro y curioso
que representan los gastos de las depredaciones administrativas. Es difícil
llevar más adelante el impudor del robo, porque no se tomó siquiera el trabajo
de disfrazarlo o cubrirlo con la apariencia de cualquier pretexto. Creo, pues, que ese informe será de interés para V.E. y lo agrego a
esta memoria con el Num.1″.
Y continúa el diplomático: “Era
menester estar poseído de un gran amor al país para animarse a asumir la
responsabilidad de salvar al Estado del abismo al que estaba por rodar. El
primer acto de su administración (Oribe) fue proceder a una investigación sobre
la situación del Tesoro. Ella dio por resultado un déficit bien comprobado de dos
millones doscientos mil pesos corrientes (…). En consecuencia el gobierno
propuso, y las Cámaras aceptaron la creación y emisión de Bonos del Tesoro (…).
El gobierno tuvo así un momento de respiro que le dio tiempo de reflexionar, de
buscar nueva solución. La encontraron en la ley que gravó el comercio, la
industria y todas las propiedades raíces, con un impuesto por una vez, pero
restituible, bajo la designación de patente extraordinaria (…) A las dos leyes
sucedió una tercera sobre la reforma militar… ella permitió al Poder Ejecutivo
aliviar los cuadros del Ejército de ese lujo de oficiales de Estado Mayor, que
habían sido más que suficientes para un Ejército más de diez veces superior a
las fuerzas de la República y que hacían pesar sobre el Tesoro cargas que
absorbían casi el 67% de todo el presupuesto. Es decir, que… el cuerpo de
oficiales de todas las Armas ha sido reducido en más de la mitad (…) Con el
apoyo de esas tres leyes concienzudamente cumplidas, sobre todo con principios
de orden y economía, la Administración actual ha conseguido restablecer la
confianza. Llamar al crédito, hacer frente a los gastos del día y a los
pasados, y a presentar todavía, en menos de un año… una economía real de
quinientos mil pesos, aplicados a la amortización de igual suma de la deuda
exigible (…) Los hombres que se habían hecho casi un hábito de vivir y fundar
su fortuna sobre la depredación del Estado, los que habiendo tenido la alta
dirección de los negocios veían en sus sucesores la crítica o, para decir mejor
los estigmas de su venalidad, de su inmoralidad, no podrán sino contemplar con
ojos de envidia y profundo despecho al país salvado del abismo a que ellos
hubieron de precipitarlo, y de ahí el primer germen de oposición virulenta”…
… SEREMOS POBRES PERO DECENTES …!
Por su parte, el león británico afila sus garras. Ese pequeño país,
endeble económica y militarmente, se ve abocado a una rebelión en germen. El
presidente Oribe ha enviado a Europa a Don Juan Francisco Giró a solicitar un
empréstito salvador, pero Inglaterra lo condiciona a un leonino Tratado
Comercial como ya le había impuesto a Argentina en 1825 y a Colombia, Venezuela
y Méjico.
Ante ello, la cancillería de Oribe comunicará a Giró: “No dudo que el gabinete
inglés coadyuvaría a la negociación del empréstito y aún nos regalaría la
cantidad pedida a cambio de un tratado degradante; pero entiendo que nosotros
no debemos vender el país y que seremos pobres pero decentes; esta fue mi
contestación al cónsul Hood cuando me hizo una insinuación al respecto”.
Ante la presa que escapa, con visible desencanto pero también con
admirable sinceridad, Hood informa del fracaso a su gobierno (2.3.1836): “Este empréstito no se
lleva a cabo y no creo que se lleve, de modo que continúan las mismas
dificultades; pero yo debiera agregar que, debido a la buena administración del
presente Gobierno, los gastos públicos han sido grandemente reducidos y en
proporción, levantado el crédito del Gobierno”.
Y poco después advierte al nuevo primer Ministro, Palmerston
(28.8.1836) que: “… los
emigrados porteños y principalmente Lavalle que se refugió en esta República…
aprovechó el momento en que don Fructuoso Rivera se sintió mortificado
por la pérdida de su autoridad en el Interior, halagando su desmedida ambición
y amor al dinero, para excitarlo a la rebelión, sobre la base de que ellos lo
ayudarían a voltear este gobierno y le darían el poder absoluto, a condición de
que él a su vez cooperaría al derrocamiento del actual gobierno de Buenos Aires
y del sistema federal.”
De la exactitud del informe del diplomático británico, nos da la pauta
la proclama que desde nuestro propio suelo dirigirá Lavalle a sus compatriotas
emigrados: “Si amáis
vuestra patria, si anheláis volver a cruzar sus hermosas playas y romper las
cadenas en que un despotismo salvaje las tiene oprimidas, debéis primero
allanaros el paso, derribando y aniquilando a los opresores del pueblo
oriental.”
Y terminaremos con Hood y su informe de la situación: ” Si los generales rebeldes se
han ligado para derrocar sus respectivos gobiernos, es natural que los
gobiernos de Buenos Aires y Montevideo hagan lo mismo. El 15 del corriente el
Gobierno publicó un bando declarando fuera de la ley a Rivera y Lavalle,
privando al primero de sus honores y rango.”
UN PACTO, UN BESO Y UN DECRETO
Derrotados por Ignacio Oribe en la famosa batalla de Carpintería -
donde se estrenaron las divisas -, Rivera y Lavalle se refugian en el Brasil.
Volverán al año contando ya ambos con el apoyo riograndense. Con el
Coronel Mattos por éstos y Lavalle como representante de los unitarios
argentinos, Rivera, autotitulándose “General en Jefe Defensor de la
Constitución”, acordará el muy singular Pacto de Cangüé, celebrado a
orillas de dicho arroyo sanducero y en cuyo articulado secreto se establecía:
Artículo 1º) El General en Jefe Defensor de la Constitución se obliga a
hacerse elegir y proclamar por el pueblo oriental, en el más corto espacio de
tiempo posible, presidente de la República… Artículo 2º) El General en Jefe
Defensor de la Constitución se obliga por si, por el pueblo y el ejército que
representa, a no descender jamás de la Presidencia en el término marcado por la
ley, sin pasar a ocupar inmediatamente el lugar de Comandante general de la
Campaña… a fin de que pueda suceder a su turno a su propio sucesor en la Silla
de la Presidencia y así sucesivamente…”
A todo esto arriba al Plata una poderosa escuadra francesa. No hacía
mucho tiempo había bombardeado el puerto de Veracruz por haberse negado el
gobierno de Méjico a resarcir a comerciantes franceses allí instalados por
supuestos daños económicos padecidos durante la revolución de 1828 en aquel
país. Tres millones de francos oro hubo de pagar el gobierno mejicano ante tan
solícita demanda. Cebados, con similares pretextos, llega la escuadra del Almirante
Leblanc y bloquea a Buenos Aires.
Pero Rosas resultó hueso demasiado duro de roer para el
ensoberbecido almirante quien percibe que, sin una base de abastecimientos
cercana, Francia no podrá imponer su voluntad “al gobernador gaucho”.
Y las bases están ahí al alcance de su mano: Maldonado, Montevideo,
Colonia. Pero topa con la digna y cerrada respuesta americanista del presidente
Oribe. Remover el obstáculo que representa el gobernante oriental, se convierte
así en consigna de urgente prioridad para el almirante imperial.
¿Qué mejor entonces que aliarse con los enemigos de éste que ya habían
comenzado a ensangrentar la novel República?
Y hacia el General en Jefe Defensor de la Constitución y sus aliados se
volcará el poderío de Luis Felipe de Orleáns, previa promesa de las ansiadas
bases y derrocarán al presidente uruguayo. Tras el triunfo, veamos como el
almirante imperial relata en su “diario” su encuentro con el General en Jefe
Defensor de la Constitución (¡): “El
me recibió con una gran cordialidad , me agradeció los servicios prestados,
declarando que a ellos se debía su pronta entrada en Montevideo y, como
testimonio de su reconocimiento y de su franca amistad por mi, me pidió darme
“l’accolade”, o sea un beso a la francesa.”
Con la decisiva cooperación del almirante imperial pues, Rivera es
nuevamente presidente. Y curándose en salud, una de las primeras medidas
adoptadas será firmar este previsor decreto con fecha 7 de diciembre que
resuelve: “Art.1º) Se
suprime la Comisión de Cuentas. Art.2º) El Contador don Miguel Furriol queda
encargado de distribuir a la mayor brevedad a las respectivas oficinas, los
expedientes y documentos que se hubieran traído a ella, dando cuenta. Art.3º)
Comuníquese y publíquese. RIVERA - SANTIAGO VAZQUEZ
- ENRIQUE MARTÍNEZ.” (Archivo
General de la Nación. Registro Rivera pág. 39)
LA VERDAD EN CUEROS
Con pasmosa naturalidad así sintetizará estos hechos antes las Cámaras
francesas un par de años después, el primer Ministro Thiers: “Así pues, por nuestra
influencia, hemos hecho triunfar a uno de los partidos, reemplazar a Oribe por
Rivera y a consecuencia de esto, el bloqueo se hizo posible”. E indignado ante los reproches de los
parlamentarios que cuestionaban el costo de esa operación en tan remotas
regiones, exclamará:
“¡ Habéis hecho caer al gobierno que existía, habéis hecho nacer el de
Rivera, habéis pagado a Rivera cerca de dos millones para hacer la guerra como
vuestro aliado y vuestro auxiliar, y decís que no hay en esto un empeño de
honor! Sea así: razonemos como esas naciones que olvidan a los que no pueden
servirles ya. ¡ Esa es una falsa habilidad!”
Bien escribiría a Rivera años después, desterrado por la Defensa en
Río, su secretario José L. Bustamante:“… el Gobierno, después de mucho
tiempo comienza a asumir su verdadero carácter, principia a restablecer la
moral apoyado por los poderes extranjeros que nos han levantado de la tumba…”(Archivo
Saldías)
A todo esto, mientras Francia volcaba sus francos en nuestro país en
conquistar posiciones y voluntades para hacer la guerra contra Rosas, con mucho
más discreción y reditualidad, Inglaterra nos había impuesto aquel “tratado
degradante” que Oribe rechazara, aún contra su salvación, por no “vender el
país”.
Extractamos de una correspondencia del nuevo cónsul francés en
Montevideo, Theodore Pichon, a su cancillería (19.7.1942): “El Sr. Mandeville, Ministro
de Inglaterra en Buenos Aires, firmó hace cuatro días con el Gobierno Oriental,
el tratado de comercio y navegación que se negociaba hace siete años (…). El
Sr. Mandeville me decía que el tratado fue aprobado en una sola sesión y que,
en menos de una hora hizo aceptar 17 artículos sobre 19 de los cuales se
compone (…).
El señor Mandeville aceptó alojarse en lo del Presidente Rivera (…) y
se entrega con una bondad irónica a las oficiosidades con que los miembros del
Gobierno los rodean…”.
Pero celoso ya, ante la creciente escalada del imperialismo francés en
el Plata, el siempre apetente Imperio Británico también se incorpora a manotear
ventajas. Aliadas así las dos potencias de la época, exigirán ahora la libre
navegación de los ríos Paraná y Uruguay, doctrina que curiosamente
ellos no sustentaban ni en el Sena ni en el Támesis, ni en el Ródano ni
en el San Lorenzo. Rosas y Oribe los enfrentaron.
Miles de vidas criollas costará repelerlos. Y a pesar de contar con
auxiliares nativos, después de una década tendrán que retirarse reconociendo en
sendos tratados la exclusiva jurisdicción argentina en el Paraná y la
uruguayo-argentina en el Uruguay. Claro que los historiadores oficialistas de
ambas márgenes ignorarán con sistemática distracción estos actos imperialistas
o, a lo más, los justificarán (como dice nuestra cita inicial de J. M. Rosa), en
nombre de la civilización o de la democracia.
“… SERA A TODOS LOS AMERICANOS A QUIENES TENDRÁN QUE AFRONTAR”
En 1846 España comenzó a preparar, concentrando efectivos en el puerto
de Santander, la reconquista del Perú. Desde Lima surgen las notas solicitando
la solidaridad de los hermanos del continente.
La cancillería de Oribe, (en su segunda presidencia con sede en el
Cerrito) contestará con fecha 5 de Febrero de 1847: “…Por su parte, el Gobierno de
S.E. el Presidente, no correspondería a sus ardorosos sentimientos americanos,
si pudiese un solo momento mirar con indiferencia el atentado que se prepara
torpemente contra la libertad e independencia de las repúblicas sudamericanas. Así
es que, uniendo el suyo al grito de todo el continente, indignado, declara sin
hesitación, que mirará como injuria y ofensa propia la que en este caso
se infiriese a cualquiera de las repúblicas de Sud-América: que pondrá en
acción, todos sus esfuerzos y recursos para combatir la odiosa invasión y
que estará pronto a correr con ellas, a donde quiera que lo haga necesario el
peligro común”. (La copia de esta nota
desapareció significativamente de nuestros archivos, pero el original fue
encontrado en Lima, en medio de elogiosos conceptos, por el desaparecido
historiador Dr. Felipe Ferreiro).
Por su parte, entre otras expresiones de agradecimiento y solidaridad,
el gobierno de Chile manifestará:“Los sentimientos que a este respecto
ha desplegado el gobierno oriental, son dignos de la actitud que, hace tiempo,
ha tomado en defensa de sus (propios) derechos”.
Pero para aquilatar debidamente el valor de tan digno documento, nada
mejor que parangonar la situación con la suscitada dieciocho años después
(1865), cuando la amenaza se concreta, ocupando España las Islas peruanas
Chincha y atacando el puerto de El Callao, así como sometiendo a despiadado
cañoneo a la ciudad chilena de Valparaíso.
En América, solamente tres países, Estados Unidos, Brasil y Uruguay,
tomaron partido más o menos solapadamente, por España. Mientras el pueblo
montevideano manifestaba públicamente su adhesión a las repúblicas hermanas, el
gobierno de Venancio Flores, muy influido por “el ministro español en nuestro
país Carlos Creus, apoyaba notoriamente la causa de Su Majestad Isabel II,
incluso censurando a la prensa no oficialista. El gobierno español, por nota
del 25 de junio de 1866 “…aprobaba
la satisfactoria conducta del Gobierno Oriental”, que abastecía
permanentemente de carbón y víveres a la escuadra española, a la vez que negaba
la entrada a nuestros puertos de los corsarios chilenos.
Las cancillerías hermanas acusarán (2.1.1867) airadamente a nuestro
gobierno de que: “…
convertir las aguas neutrales en lugar de asilo y espera, en base de
operaciones hostiles al enemigo, es evidentemente un servicio prestado a uno de
los beligerantes y por lo tanto, manifiesta violación de la neutralidad” y que “… escasamente sería mayor el
daño que las Repúblicas Aliadas padecerían, en el supuesto absurdo de una
alianza de la República Oriental con España”.
Ni tan supuesta ni tan absurda era la certidumbre de que el motivo de
la posición uruguaya radicaba en el muy fructífero abastecimiento de la
cuantiosa flota hispana.
Antecedentes en qué basar dicha presunción no faltan: el historiador
colorado Guillermo Lockhart dice sobre el primer gobierno de Flores en 1854
(diez años antes de Paysandú): “La
presencia de 5.000 brasileros solicitados por Flores… suponía ventajas que
todos tenían que reconocer, entre ellas el refuerzo económico para el decaído
comercio montevideano. Así es que el 4 de mayo de 1854 entraron las fuerzas
brasileras”. Y
confirma su correligionario Alfredo Lepro: “Hasta
motivos de índole económica influían: los consumos de esa tropa importaba un
serio impulso para el desfalleciente comercio montevideano”. Señalamos especialmente de qué manera
valores tan fundamentales como los que estamos encarando, eran afectados por
una filosofía política en medio de la cual Flores se formara. Así lo demuestra
esta carta (20.7.1850) del entonces presidente de la Defensa don Joaquín
Suárez: “Hoy ha desembarcado el primer batallón de Infantería francesa, mañana
desembarcará el segundo y pasado el tercero. Esta fuerza asegura la existencia
de la plaza, da una fuerza moral al Gobierno… y bienestar a la población por el
dinero que correrá de sus sueldos”. (”Joaquín Suárez, el Gran Ciudadano” J.González Albistur). Como antítesis ante tanto desvarío, estas diferencias de concepto,
frontales, irreconciliables, definitorios de esa larga pugna de nuestros
partidos que emanan de estos párrafos que el presidente Manuel Oribe dirige al
General Lucas Moreno, en ocasión de fundar éste la localidad de Nueva Palmira
(30.10.1848): “Pero los
agraciados con solares deben ser todos naturales y no extranjeros… NO ME
IMPORTA EL PRODUCTO QUE POR LA COMPRA PUEDAN DAR LOS TERRENOS QUE PASAN A
EXTRANJEROS PORQUE ME HACE MÁS FUERZA LA MIRA POLÍTICA QUE TENGO…”
Notable diferencia entre dos gobiernos uruguayos separados por menos de
dos décadas, en la forma de interpretar aquellos señeros conceptos que
dirigidos al Cabildo el 9 de mayo de 1815, Artigas estableciera categórica e inequívocamente
así: “… A donde quiera
que se presenten los peninsulares, será a todos los americanos a quienes
tendrán que afrontar”.
Jorge Pelfort
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