sábado, 8 de enero de 2011

DE APARICIO SARAVIA Y SU ÉPOCA

Gral. Aparicio Saravia
Del notable "Aparicio Saravia" del profesor Enrique Mena Segarra, reproducimos: "Después del 97, alguien le preguntó a Diego Lamas por qué él, un miliar de prestigio, había admitido subordinarse a un 'gaucho'".  A lo que aquél respondió: "Porque ese gaucho puede enseñarnos mucho a los militares".
           Para mejor aquilatar tanto la pregunta como la respuesta, debemos recordar cuánto de despectivo el término "gaucho" implicaba entre la gente culta del siglo pasado, siendo el insulto más recurrido del unitarismo contra Artigas, Quiroga, Rosas y demás caudillos. Esto denota que el héroe de Tres Arboles fue mejor conocedor de hombres que otro personaje de indiscutible inteligencia y que formó por breve lapso en las mismas filas quien, sin haber tratado personalmente a Saravia, pero atosigando del intelectualismo europeizante tan de la época, condenó a Saravia como hombre de "...una escasa cultura moral y un espíritu celular con recovecos llenos de esa suspicacia aviesa, chocarrera y guaranga que se cristaliza en el gaucho americano". Es decir, típico representante de la barbarie. Sarmiento lo habría aplaudido de pie (1).

Sin embargo, bien conocido fue su proverbial trato afable -sin parar mientes en condiciones sociales ni económicas de su interlocutor- así como su inusual respeto por sus adversarios políticos desde el más encumbrado hasta el más modesto.

Así, cuando a principios de 1903 su entonces principal subordinado, Abelardo Márquez, se refirió al presidente Cuestas como "El viejo canalla", Aparicio pierde súbitamente su natural afabilidad y le contesta (11.2):

"Lamento que un hombre de sus condiciones se haya dejado influenciar hasta el punto de hablar por boca de ganso... Cuando me vuelva a escribir le pido que lo haga en términos más delicados. Con tal motivo lo saluda su afectísimo amigo. APARICIO SARAVIA".

Cuando en agosto de 1904 los revolucionarios se apoderaron de la villa de Santa Rosa -confluencia del Cuareim y el Uruguay- los prisioneros tomados fueron conducidos por el propio Saravia hacia las márgenes boscosas de este último. ¿Para qué? Sin duda que en sus mentes bullía el temor sobre las intenciones de aquel "gaucho bruto" como solían calificarlo sus enemigos. Llegados a la orilla del agua, se les ordenó abordar un par de botes y remar hacia la ciudad argentina de Montecaseros, en la ribera opuesta. Recelosos, iniciaron la travesía. Si quizás no ellos, seguramente el río epónimo recordaría aquel episodio de junio de 1831, cuando los comandados por Bernabé Rivera y Fortunato Silva acribillaron a balazos los botes en que huían los guaraníes rebeldes del cacique Comandiyú, en la frustrada esperanza de salvar sus vidas en tierra argentina. Con mucho mejor suerte, los enemigos del gaucho "avieso, chocarrero y guarango", llegados a mitad del río y conscientes de que gozaban de plena libertad, prorrumpieron en estruendoso griterío: "Viva el general Saravia!... ¡Viva Aparicio!" Y ya eufóricos, hasta algunos lo hicieron con un "¡Viva el Cabo Viejo!", apodo cariñoso con que en el ejército blanco se le distinguía". (Nepomuceno Saravia García, "Memorias de Aparicio Saravia").

José Virginio Díaz, capitán del ejército gubernista en 1904 - primo de la esposa de Saravia- alternó con cierta frecuencia en el ámbito doméstico del caudillo, dejándonos muy vívidas y agudas observaciones en su "Historia de Saravia", narrando la actuación de Aparicio en la revolución riograndense, así como en las nuestras de 1896/7. En el quinto y último capítulo dedica unas veinte páginas a una cálida apología de su biografiado.

Extractamos: "Decir que Saravia era un hombre excepcional en su doble personalidad de ser moral y de individualidad subjetiva, podrá parecer un pecado mortalmente grave a mis correligionarios políticos, los colorados tradicionalistas. Pero nosotros no tenemos la culpa de que la verdad pueda ofender a terceros... Periodistas sin escrúpulos que escribían en el sentido de embaucar la opinión y movidos por conceptos falsos, durante mucho tiempo vivieron mistificando respecto a la individualidad de Saravia. El hombre resultaba muy diferente de como lo describían y pintaban".

Es obvio pues que, cuando a los 25 años de edad nuestro futuro gran dramaturgo Florencio Sánchez, vertió en "Cartas de un flojo" la denigrante descripción inicialmente transcripta, seguramente no lo hizo por falta de escrúpulos ni por embaucar a la opinión, pero sí -indigestas teorías en boga mediante- imbuido de ese mismísimo desdén sarmentino hacia lo nativo.

UNA PINCELADA INÉDITA.- Para mejor pintar ese carácter jovial que tanto placía a sus amigos, referiremos una anécdota escuchada en mi adolescencia a un entrañable pariente mío, don José Villamil y Casas (Pepe Villamil), designado por Saravia Jefe Político de Melo en abril de 1903, y tesorero del ejército revolucionario en 1904:

Frío amanecer fogonero. Alrededor de las llamas, Aparicio y sus más íntimos colaboradores. Entre ellos su secretario, el Dr. Luis Ponce de León, gallardo y culto luchador por los derechos ciudadanos. El general comienza a hacer derivar la conversación hacia los problemas económicos de los particulares: "Ahí tenemos el caso de don Luis, quien jamás podrá hacer fortuna". Se manifiesta intrigado el Dr. Ponce ante tan tajante aseveración de su jefe y éste se explaya: "Es por su manera de ser don Luis, usted es un hombre demasiado desprendido". El secretario se defiende, reconoce no ser "amarrete" pero cree que tampoco puede acusársele de derrochón. "Sí, don Luis -insiste severamente Saravia- no me niegue que usted últimamente está demasiado desprendido". Continúa defendiéndose Ponce, hasta que se percata de que los únicos serios en la rueda son él y el general, mientras los demás, a duras penas contienen la risa. Recién entonces cae en la razón de su aducido "Desprendimiento": al levantarse en la oscura madrugada había olvidado abrocharse el pantalón... La clásica estentórea carcajada de Aparicio "hizo punta" a la ya incontenible de sus compañeros y por supuesto, a la del propio "desprendido".

Y que me perdonen algunos si opino que lo precedente está más próximo de un fino humorista que no de un guarango chocarrero.

LAS ÓRDENES GENERALES DE 1904.- Los ciudadanos en armas distaban años luz de constituir la horda levantisca y depredadora -con las mínimas excepciones inherentes al caso, alguna vez castigadas hasta con fusilamiento- que solía pintar la prensa capitalina. Las órdenes generales dictadas por su Estado Mayor, inicialmente firmadas por el propio Saravia, y a partir de la Nº 6, una vez incorporado al ejército el coronel Gregorio Lamas por éste, reflejaban el concepto que de la manera de hacer la guerra tenía Saravia. Por razones de espacio sólo transcribiremos algunos artículos de las cuarenta órdenes generales que se alcanzaron a emitir. La primera, al otro día del resonante triunfo de Fray Marcos.

Nº1 - Para conocimiento de los señores jefes, oficiales y tropa, se hace saber que todo individuo del Ejército que en acción de guerra o fuera de ella, atente contra la vida o infiera innecesariamente malos tratamientos a enemigos rendidos, será sometido a Consejo de Guerra. Cuartel General, febrero 1º de 1904. APARICIO SARAVIA.

Nº 2 - Art. 1º. Queda terminantemente prohibido registrar bajo pretexto alguno, casas y galpones, y hacer a sus dueños o encargados exigencias de cualquier especie (...) Art. 3º. Los infractores de estas disposiciones serán aprehendidos por cualquier jefe y entregados para su castigo a los Jefes de las Divisiones que sirvan. Cuartel General, febrero 6 de 1904. APARICIO SARAVIA.




Nº 11 - (...) Art. 4º. Se recomienda a los Jefes de fuerza que siempre que se acampe próximo a poblaciones, estancias, puestos, etc., no permitan que nadie vaya a alojarse a esos puntos. Única forma en que el Ejército no pesará sobre el habitante sino puramente en artículos de guerra. Campamento en Zapallar, abril 18 de 1904. P.O. GREGORIO LAMAS.

Nº 22 - (...) Art. 13º. Se recomienda a los Jefes de fuerza que siempre que tengan que carnear y que no esté determinado de quién será el ganado, antes de hacer la carneada traten de enterarse por los medios a su alcance de la situación económica de los vecinos, a fin de carnear con relación a los bienes de cada uno, siempre evitando hacerlo con quien tiene menos (...). Campamento Paso Sarandí de Cebollatí, mayo 5 de 1904. P.O. GREGORIO LAMAS.

Nº 27 - (...) Art. 6º. Se ordena a todos los miembros del Ejército que deben respetar todos los útiles de las oficinas públicas y no tomar sino lo que está autorizado, debiendo respetarse los cuadros, retratos, etc. sea cual fuera lo que represente o simbolicen, pues no es cometiendo actos tan inútiles como reprensibles que se muestra el no acatamiento al Gobierno. Sobrada ocasión se le presenta al soldado en el combate, si sabe cumplir con su deber, para no hacer uso de esas pequeñeces, que no dañan sino al que las ejecuta (...). Campamento Cerro de las Cuentas, mayo 22 de 1904. P.O. GREGORIO LAMAS.

Nº 29 - (...) Art. 2º. Habiendo llegado a conocimiento del señor General en Jefe de que fuerzas de su mando han tomado como prisioneros de guerra a los soldados de las fuerzas gubernistas Carmelo Torres y Epifanio Cuello, dados de alta en el Hospital de Melo y sin que este hecho haya podido ser verificado, se dispone: Art. 3º: Que en caso de ser cierto, se pongan a los referidos soldados inmediatamente en libertad y de acuerdo con la norma de conducta que se ha trazado el Ejército, en lo sucesivo queda terminantemente prohibido a todos los miembros de él, atentar contra la libertad de los que estuvieran hospitalizados o dados de alta por los hospitales. Campamento en Zapallar, mayo 30 de 1904. P.O. GREGORIO LAMAS.

DOS CONDUCTAS CONTRAPUESTAS.- Al mes exacto de la precedente Orden General y cual desafiante respuesta a la misma, el gobierno emite una suya estableciendo que los heridos y enfermos del ejército nacionalista serían tratados como prisioneros de guerra. Sucedió esto una semana después de la sangrienta batalla de Tupambaé, tras la cual la gran mayoría de los 800 revolucionarios heridos eran atendidos en el desbordado hospital de Melo y en casas particulares de la ciudad.

La Junta de Auxilios - entidad gubernamental equivalente a la Cruz Roja- que presidía nuestro eximio pintor Pedro Figari, discrepando obviamente con la insólita resolución, envía urgente telegrama a su filial de Melo alertando: "Montevideo, julio 1º de 1904. A Junta de Auxilios Melo: Gobierno comunica a esta Junta que caso de entrar fuerzas legales Melo, podrán tomar como prisioneros de guerra insurrectos heridos o no que halle en esa plaza, lo que pongo en su conocimiento para que lo haga saber a los mismos. Pedro Figari (Pte)".

Desde Melo, Gregorio Lamas será informado al respecto: "La Junta de Auxilios, a fin de salvar responsabilidades en lo futuro, resolvió poner en conocimiento de los heridos ese inhumano decreto que dejaba sin efecto lo convenido anteriormente y éstos prefirieron emigrar al Brasil antes de caer en manos de los enemigos, produciéndose desde ayer un éxodo de heridos en toda clase de vehículos, con manifiesto perjuicio de su salud... Creen los médicos que la mayoría de eso compañeros llegarán a su destino en pésimas condiciones y que algunos morirán por el camino, y como los que firmamos pensamos de idéntica manera, hemos resuelto aconsejar a los heridos que vuelvan a los hospitales... Debemos prevenir a V.S. que el Dr. Luis Piñeiro del Campo, presidente de la comisión delegada de auxilios ha telegrafiado al Sr. Batlle, pidiéndole deje sin efecto su extraña resolución aunque aún no ha recibido contestación a su despacho... N.B. Escrita la presente se ha resuelto, en virtud de que la mayoría de los heridos ha emprendido viaje, constituir el hospital de sangre en Buena Vista, a la espera de la resolución de V.S. Dr NAVARRETE. VICENTE PONCE DE LEÓN".

Javier de Viana, una de las víctimas de este episodio, nos narra muy vívidamente como, padeciendo una aguda neumonía con alta fiebre, fue sacado de la casa de un vecino que lo albergaba, puesto sobre un destartalado carruaje y llevado al campamento del general en jefe gubernista, Justino Muniz: "En vano protesté con el justísimo motivo de mi enfermedad, con el apoyo de tres médicos que atestiguaban mi estado delicado... Por instantes me imaginaba que todo aquello era una alucinación producida por la fiebre y pasaba la mano por la frente que ardía, mientras mi cuerpo temblaba de frío..." Muniz lo remitió preso a Montevideo, pero ya mejorando, pudo escapar al pasar por San Ramón.

OTRA ANÉCDOTA INÉDITA.- Se la oí en 1975 a don Atanasio Delgado, estanciero de Cerro Colorado y caudillo batllista durante casi medio siglo en la zona, fallecido luego a muy avanzada edad.

Estábamos en el local-feria de Reboledo charlando junto a mi camioneta. De pronto se percata de la calcomanía que llevaba en el vidrio trasero: "Ah, con que lo tiene a Saravia ahí". "Sí -contesto- sospecho que no le tendrá demasiada simpatía..." Don Atanasio se yergue, me mira fijo y me sorprende con un categórico "¡Se equivoca, mi amigo! ... ¡Tengo gran admiración por Aparicio Saravia! Lo vi una sola vez...yo tenía quince años...". Y me narra la anécdota:

Plena revolución de 1904. La familia Delgado, aglomerada en el patio de la estancia, ve acercarse una columna revolucionaria. Los Delgado son colorados de nota en el pago. ¿Qué propósito trae el enemigo? ¿Quién será el jefe que cabalga a la cabeza? Este ordena detenerse al escuadrón, se adelanta solo, se apea y se da a conocer: "Aparicio Saravia"... Expectante y tenso silencio en la familia... ¿Y sabe usted para qué venía?, se entusiasma ya don Atanasio: "Para preguntarle a mi padre si tenía alguna queja de su gente y si venían carneando y quemando postes de alambrado parejo a blancos y colorados, como era su orden... Mi padre contestó que así era, en efecto, que por el momento no tenía ninguna queja que formular. Después de recomendarle que si la tuviera no vacilara en hacérselo saber, saludó muy cortésmente, montó y se alejó al frente de los suyos...Sí, mi amigo -concluyó don Atanasio- yo conservo gran respeto por la figura de Aparicio Saravia".

(1) Barrán y Nahum ("Historia social de las revoluciones de 1897 y 1904") entienden que el juicio es "...injusto pero contiene una porción de verdad". Tarea del lector, pues, detectarla. Si bien un “maleta” jamás podía llegar a ser un caudillo, es absolutamente ridículo machacar con el sonsonete –como lo hace más de un historiador- que alguien llegase a dicha jerarquía por “su destreza en dominar al caballo” o por su habilidad en las faenas rurales, en tiempos en que todos andaban a caballo diariamente desde un par de años después de aprender a caminar.  En la materia, las mínimas diferencias, que siempre las habrían, no podían ser determinantes en tal sentido. Claro que siempre hubo quienes se destacaron netamente en alguna especialización, ya como pialador, ya como “jinete” pero en la acepción gauchesca del término: “diestro en aguantar los corcovos de los baguales”. Cosa diferente a ser “muy de a caballo”. Y el mejor sableador o lancero de caballería, bien podía así, no  ser buen “jinete”.

               (2)  No olvidemos, que para quienes así pensaban, Europa recién comenzaba al norte de los Pirineos.

JORGE PELFORT

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