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Pte. Manuel Basilio Bustamante |
Flores – pongámonos en su lugar – tenía poderosas razones para proceder de esa manera. Aguardaba día a día un motín militar de sus correligionarios, los colorados “conservadores”, quienes contaban con la solidaridad tácita de los blancos doctorales, autodenominados “Constitucionales”. Era esta una adhesión muy poco significativa, desde que era más que dudoso el apoyo popular que pudiera concitar. Pero ¿Qué pasaría si el recién llegado se pronunciase abiertamente por dicha causa para vengarse de don Venancio, como cabía presumir?
Hacia una nueva Cisplatina
Por lo pronto, los
colorados conservadores ya han obtenido el apoyo potencial que anhelaban: los
5.000 efectivos del ejército brasilero que – a solicitud de Flores – habían
venido a instalarse en el Cerrito cuatro meses atrás, con el pretexto de
garantizar nuestra paz interna. Atentos
en verdad, al primer chistido del representante imperial en Montevideo, Juan
Teodoro Amaral, quien trataba de provocar, como bien dice en su “Venancio
Flores” el historiador Washington Lockhart,
“…las circunstancias favorables para hacer presa en nuestro territorio”.
Según el cónsul
francés Maillefer (informe del 4.09.855), Flores le dijo que acababa de
rechazar el envío de otros 10.000
hombres ofrecidos por Amaral. Porque don Venancio ya está harto de la
prepotencia brasilera, Hace unos meses
tuvo que pasar por las horcas caudinas, cuando contrató un importante
empréstito - con el alto comercio montevideano - pero “el Ministro Plenipotenciario intervino, e intimó al presidente de la
República a que se desdijera” (Maillefer, inf 2.2.855) haciéndole contratar
en su lugar uno con la banca del Barón de Mauá con sede en Río, más oneroso,
seguramente. Después de señalar otros
aspectos de ese menosprecio por nuestras leyes, concluye el francés: “El señor Amaral ha tomado la actitud de un
Virrey”.
El hartazgo, empero, ya es recíproco, porque
Amaral también está cansado de las agachadas del astuto caudillo. Quien usa la
presencia del ejército imperial para intimidar a sus rivales, pero no solicita
la tan esperada acción directa. Y se
define entonces a favor de los mas civilizados y dóciles colorados
“conservadores” quienes, envalentonados, se levantan contra el mandatario con
el auxilio de un par de batallones capitalinos, al mando de los coroneles José
M. Muñoz y Lorenzo Batlle. Ocupan la ciudad y Flores se ve obligado a escapar
hacia Las Piedras.
Tras rápida
convocatoria a sus partidarios de la
Campaña pone sitio a la ciudad con unos 2.500 hombres.
Los brasileros del
Cerrito están de oreja parada aguardando el chistido de Amaral.
A la vez que la
prensa de Río editorializa acerca de la conveniencia de “la incorporación del Estado Oriental al Imperio, restituyendo así la
antigua Provincia Cisplatina”. La de Buenos Aires – por boca de Mitre,
Sarmiento, Vélez Sarsfield y nuestro
compatriota Juan Carlos Gómez – contraataca reclamando “…la reunión de la Banda Oriental a Buenos Aires”. Según informa
Maillefer a su cancillería, “… se
anuncia que 4.000 jinetes de Río Grande ya han franqueado la frontera”.
Poco preocupados
por el inocuo sitio de Flores – sin artillería y ni un barquichuelo- la bandera
de los triunfantes rebeldes montevideanos la constituía el “Manifiesto a mis
Compatriotas” publicado en la prensa carioca por nuestro Ministro en Río,
doctor Andrés Lamas, a quien Flores no pudo sustituir, ante la negativa rotunda
del Emperador, y a quien el Senado Brasileño proponía como Presidente
Oriental. El documento, alegato
fusionista y furibundamente anticaudillista, fue recibido aquí con embeleso por
colorados “conservadores” y blancos “constitucionales”, al extremo que el padre
de su autor, don Luis Lamas, es ungido por consenso de ambos grupos como
Presidente Provisorio de la nueva situación. Ministro de Guerra, el Coronel Lorenzo Batlle, y Ministro de
Gobierno (hoy del Interior), el blanco “constitucional” Francisco Solano
Antuña.
Como último recurso antes de apelar a las
tropas brasileras del Cerrito para dilucidar la situación, Lamas y Batlle
buscan captar a la masa popular blanca – que bien saben que no se siente representada por los
“constitucionales” – y comunican a Oribe
que condenan la prohibición de su desembarco y que, ahora dueños del
puerto, podrá bajar a tierra apenas “…se
vea más despejada la situación”. Amaral coopera zalameramente ofreciéndole su propia residencia – confortable jaula de
oro para dicha eventualidad -. Por su parte, el Ministro Antuña le hace llegar
una carta en la que le propone: “De Ud.
sólo depende nuestra salvación y el medio sería que me escribiese diciendo que
no quiere bajar a tierra hasta que no se despejen las circunstancias”
(Elisa Silva, “Oribe: Defensor de las Instituciones”.
Prestigio que Desequilibra
¿Qué extraño
influjo emana de ese avejentado e inerme prisionero en un barco extranjero
anclado en medio de la bahía, para que los flamantes triunfadores aguarden
expectantes su palabra solidaria?
Inútilmente, por
cierto. Imaginarnos el gesto despectivo en el semblante demacrado. ¿Él,
prestarse a farsa semejante, hurtando cómodamente el bulto a sus responsabilidades
cuando la República se halla ante tamaño peligro? Ya tiene suficiente opinión
formada y no va a alucinarlo esa decena de dirigentes de elite que están
ayudando a cocinar el pastel de Amaral.
Y escribe a Flores,
su desterrador, quien peor lo ha seguido tratando, ofreciéndole su apoyo con
una condición: que renuncie a la magistratura en favor del presidente del
Senado, José Basilio Bustamante, única salida constitucional viable para
completar el período presidencial del derrocado Giró.
Flores convoca a
Don Ignacio Oribe y le informa que acepta la propuesta de su hermano.
Entusiasmado ya, intuyendo el destrabe de la peligrosísima situación, escribe a
su amigo Francisco Vidal: “Los Generales
Oribe y toda la población de La Unión se han ligado para ayudar a la autoridad
legítima de la Nación”. Ninguna
novedad por cierto, para los anales de nuestra historia. Como ejemplo, la
similitud ¡como calcada! con otra carta – un cuarto de siglo atrás (10.8.832) –
que el entonces presidente Rivera escribía eufóricamente a su amigo Julián
Laguna, informando que el coronel Ignacio Oribe le había comunicado la
resolución de ambos hermanos de defender al gobierno constitucional contra la
revolución lavallejista, porque “… la
decisión de este jefe vale una columna en las circunstancias y la de su hermano
Manuel otra, de modo que nada habrá de temer…”.
Manuel Flores
noticia a un amigo que ahora su hermano se halla rodeado por la gran mayoría
del país, pues “... el 2 de este
mes los generales don Ignacio y don Manuel Oribe se han unido a él con todo el
Partido Blanco para sostenerlo”. Acreditados jefes como los generales Lucas
Moreno y Diego Lamas, exiliados en Entre Ríos durante el gobierno de Flores y
recién llamados a filas de los doctorales, ante el pronunciamiento de Oribe “… se han apresurado a ponerse a las
órdenes de su antiguo jefe” (Maillefer inf. 30.09). Lo mismo hará el
general Dionisio Coronel, exiliado en Río Grande.
“La prensa esta
desatada”, afirma Alfredo Lepro (“Años de forja”) difundiendo diversos rumores,
entre ellos que el Brasil envía “...14.000 hombres más para ocuparnos del
todo. Esas tropas estarían en camino. Finalmente, Montevideo estaba seguro que
Oribe reorganizaba un ejército en la Unión”.
Flores ha
despertado de su marasmo y empieza a roncar fuerte; exige a la corte imperial
el cese de la intervención y la inmediata sustitución del todopoderoso Amaral,
a quien suplirá el vizconde de Abaeté.
El 10 de setiembre
la Asamblea General – escapada de Montevideo -
se reúne en la antigua capital oribista, ahora denominada “La Unión”. El
10 de setiembre, Flores presenta renuncia y al otro día, en medio de ruidoso
júbilo popular asume Bustamante. “Afuera todos aplauden y gritan: ¡Viva el
general Flores!, ¡Viva el general Oribe! (Lepro, o. c)
Nos narra
Maillefer: “Antes y después de la
sesión, mis colegas y yo conversamos amistosamente con el Gral. Flores en una
pieza contigua, de puertas y ventanas abiertas, con sus ministros Agell y
Costa, y el general don Ignacio Oribe, hermano del célebre don Manuel y
gobernador de La Unión a cuenta de Flores.
Bustamante, aunque
escaso de antecedentes políticos y ya septuagenario, ejercerá su breve pero
espinosa tarea con admirable temple y dignidad. Su primer acto de gobierno será
autorizar el desembarco de don Manuel, quien se dirige a su querido pueblo de
la Restauración, que lo recibe en triunfo.
Porque si un decreto de cuatro años atrás pudo cambiarle el nombre, no
logró hacer lo propio con el alma de sus habitantes. El 13 se va para su quinta
del Miguelete, a la vez que Flores se
traslada a otra quinta vecina, donde “… permaneció
más de 48 horas para verse y entenderse”, según el cónsul francés.
El Pacto de La Unión
El 11 de noviembre
firmarán el llamado Pacto de La Unión. La impronta de Oribe surge nítida a lo
largo de sus seis cláusulas, especialmente las últimas dos, dedicadas a
promover la educación a todo nivel “…para
radicar en el pueblo la adhesión al orden y a las instituciones, a fin de
extirpar por este medio el germen de la anarquía y el sistema de caudillaje”. Eran los mismos conceptos básicos
presentados por el presidente Oribe a la Asamblea General en su mensaje del
15.2.836, veinte años atrás. Los mismos que manejara José Pedro Varela para su
reforma educacional veinte años
después.
Sus fieles acuden
desde los diversos puntos del país a ponerse a las órdenes del viejo jefe,
porque como bien dice Stewart Vargas, “...la masa del partido no había ni por
asomo recusado a Oribe después de la derrota”, a pesar “de
todas las superabundantes y falaces declamaciones y el vocinglero pregón de la fusión,
únicamente creída y aceptada por la ingenua buena fe de los políticos
intelectuales blancos”.
Confirma Elisa
Silva: “Quienes sinceramente
creyeron lograr la fusión por el olvido
de las disidencias pasadas, no advirtieron que éstas no se habían
originado meramente en torno a personalidades, sino que habían respondido a
razones de orden ideológico, a concepciones disímiles tanto en el orden interno
como internacional, por cuya razón la fusión sería en los hechos una utopía”. (“La Paz de Abril y el reencuentro del Partido
Nacional con sus tradiciones”).
Yo me permito
descreer en cierto grado de tanta “ingenua buena fe” y “sincera inadvertencia”
de algunos fusionistas, quienes, desde eminentes cargos, habían vivido día a
día y minuto a minuto la Guerra Grande. No creo ser demasiado suspicaz al
sospechar que predominó en más de uno la tentación de desligarse de la figura
del notorio perdedor – tras la aviesa zancadilla del 8 de Octubre – y reemprender
sus carreras políticas libres de quien podía considerarse a tales fines un
lastre, la conexión con un pasado que
convenía olvidar… y aún acaso condenar.
Pero se equivocaron
feo. Porque el pueblo blanco les dijo
que no. Porque su corazón intuía algo que, en acertada expresión, sintetizara
un día el doctor Haedo “Cada vez que el Partido erró el rumbo fue
porque olvidó a Oribe”
El pacto de la
Unión ha tenido efectos inmediatos. Dice Lepro (o.c) “La incógnita brasileña se
despeja y el 13 comienza el movimiento de retirada… Al otro día los soldados de
Brasil desfilan frente al Cabildo, despidiéndose en medio de la indiferencia de
la población” Con sus
sueños Cisplatinos en sus mochilas. Y desnudando la frase una gravísima
realidad: a qué grado se había desnacionalizado
y mercantilizado la población montevideana durante la Guerra Grande, para vivir
un suceso así “con indiferencia”…
Afirma al respecto
Eduardo Acevedo (o.c) “Cuando
esas tropas se retiraban en dirección a la frontera, avanzaba desde Río de Janeiro
con rumbo al territorio Oriental otro fuerte ejército brasileño… si el manotón
no se dio fue porque el país entero lo habría rechazado, confundidos los
floristas, los conservadores (?) y los blancos en un solo movimiento (signo de interrogación nuestro).
Oribe reorganiza rápidamente a su querida
Guardia Nacional de la Unión, aquella que en su ausencia había sido
arteramente masacrada en plena Plaza de
la Constitución por los batallones de línea a órdenes de Melchor Pacheco y de
Palleja. Pero ahora sus cartucheras no
cargan balas de fogueo como dos años atrás, sino de plomo. Previa venia del presidente Bustamante y al Grito de
¡Viva Oribe! – según Elisa Silva (“Oribe, defensor...”) – avanzan tras su viejo
caudillo hacia la capital. A las 48 horas de combate, en aquella misma plaza de
aciaga memoria, obtienen la rendición de
los batallones molineros.
Continuamos con el
trabajo de Silva: “El triunfo de la causa legal aumentó aún más
el prestigio de Oribe, tanto en lo nacional como en filas partidarias. Muchos
blancos que no se habían resignado a que Oribe pactara con Flores,
comprendieron que solo mediante la conjunción de ambos podría consolidarse la
Paz pública. Y la
independencia nacional, sin la mínima duda.
Medular al respecto
lo de Stewart Vargas; “Lo que para algunos de sus contemporáneos
resultaba un enigma, cual si las huellas de Oribe en la Historia hubiesen sido impresas con tinta simpática, para
nosotros parece patente con toda
claridad… Oribe, al llegar tras dos años de ausencia, no podía permanecer ajeno
a los acontecimientos que se
desarrollaban en Montevideo. ¡Qué importaba que Flores lo hubiese tratado como
enemigo confinándolo en “El Patriota”! Consolidar la autoridad constituida y
salvar la independencia de la República frente a Brasil, significábanle tan
primarios y esenciales estímulos, que ahogaban
los que podían haberse originado en el amor propio herido y en la
revancha… La actitud de Oribe nos salvaba cuando la República estaba sobre el
filo de la navaja… El Imperio había soltado el bocado”.
“Defensor de las leyes” hasta el fin
Completado el
período de Giró por medio del interinato de Bustamante – según lo determinara
Oribe desde su prisión flotante -, la Asamblea General, instalada nuevamente en
la capital, procede a la elección del nuevo presidente. Triunfa ampliamente el
candidato prohijado por Oribe y Flores, Gabriel Antonio Pereira, con 24
sufragios, obtuvo 7 Florentino Castellanos, 1 José Ellauri, 1 Miguel Martínez y
ninguno César Díaz
El nuevo mandatario
dirige una proclama a la nación, en la que se destaca esta frase: “Mande
quien mande, la mitad del pueblo oriental no puede ni debe mantener a la otra
mitad en eterno vasallaje”.
Tales propósitos
conciliadores no parecieron concitar adhesión unánime, y antes del mes, al
candidato cero voto se le descubre conspirando con el principal batallón
capitalino.
Con fecha 5 de
abril informa Maillefer a su cancillería: “El Presidente se dirige
entonces a los generales del Pacto y reclama su concurso en términos
apremiantes. Sólo Oribe acude al llamado. En el mismo instante sube a caballo,
galopa hasta la Unión y el 27, antes del mediodía, llega a Montevideo seguido
de casi 300 guardias nacionales... Gracias a este refuerzo de blancos de la
Unión, el Gobierno legal es salvado por segunda vez en cinco meses”.
Por Oribe, obviamente.
Y continúa “¿Qué
le hubiera ocurrido al Presidente legal si Oribe también hubiera permanecido
neutral? Se caía “patas arriba”... y el presidente lo reconoció en otros
términos en el agradecimiento oficial...”. Concluye el diplomático “Será
necesario que el mango lo tenga D. Manuel, único hombre en la República que
sabe mandar y organizar... y ahora se confiesa, aún dentro del desorientado campo de los colorados, que su
administración fue la única que dejó ejemplo de regularidad, de economía y de
justicia”
Y un mes después
reitera: “La autoridad legal estaría muy mal guardada si el general Oribe no
mantuviera, más o menos secretamente, la organización militar de sus amigos de
la Unión, con la ayuda de los cuales salvó ya por dos veces el orden público...
Permaneciendo siempre aparte, no deja por eso de ser el verdadero sostén del
Gobierno actual”
.
Año y medio
después, al fallecer Oribe, ese diplomático francés, quien al arribar a nuestro
país – recién finalizada la Guerra Grande – se había embebido en los calumniosos eslóganes de las
autoridades y de la prensa de entonces y que, honestamente convencido, los
había hecho suyos en sus primeros informes, termina calificando en ellos a
Oribe como “... ese campeón tenaz de la autoridad legal... el adversario
celoso de las usurpaciones imperiales...”
Homenaje postrero, acto de contrición de
aquel diplomático cuya nación había combatido tan dura como injustamente al
ilustre muerto por su indeclinable defensa de la soberanía nacional. Ese fue, pues, el Oribe al regreso del
destierro, el Oribe en el llano, el Oribe viejo y por ello, más glorioso que
nunca.
Jorge Pelfort
Texto del Pacto de la Unión (recuadrado)
Programa
1°.- Trabajar
por la extinción de los odios que hayan dejado nuestras pasadas disensiones,
sepultando en perpetuo olvido los actos ejercidos bajo su funesta influencia.
2°.- Observar con fidelidad la Constitución del
Estado.
3°.- Obedecer y respetar al Gobierno que la Nación
eligiere por medio de sus legítimos representantes.
4°.- Sostener
la independencia é integridad de la República, consagrando á su defensa hasta
el último momento de la existencia .
5°.- Trabajar
por el fomento de la educación del Pueblo.
6°.- Sostener
por medio de la prensa la causa de las luces y de los principios, discutiendo
las materias de interés general, y propender á la marcha progresiva del
espíritu público, para radicar en el pueblo la adhesión al orden y á las
instituciones, a fin de extirpar por este medio el germen de la anarquía y el sistema del caudillaje
Villa
de la Unión, 11 de Noviembre de 1855
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