sábado, 1 de enero de 2011

TIMOTEO APARICIO

Gral. Timoteo Aparicio
Nació en Canelón Grande, Paso de Palomeque (22.8.814), hijo de Juan Aparicio, argentino, y de María Baes, radicándose tempranamente la familia en la villa de Florida. No resulta fácil detectar los primeros hechos importantes en la vida de este afamado caudillo, menospreciado por muchos por su origen humilde, su analfabetismo y el tinte oscuro de su piel - su madre era negra (1)- que le valió de parte de cierta pedantocracia capitalina el apodo - con obvia intención despectiva -  de “el mulato Aparicio”.. Es de suponer que sus primeras armas las haya estrenado en la célebre batalla de Carpintería, en defensa del gobierno legal de Manuel Oribe, a órdenes de su jefe y amigo de toda la vida, el entonces capitán Basilio Muñoz Palacios, veterano de la independencia, tras quien seguramente intervino en las batallas de Yucutujá, Yí y Palmar.

No es cierta la versión que manejan Fernández Saldaña, así como Alfredo Castellanos y también Reyes Abadie con Vázquez Romero, de que tras el derrocamiento del gobierno legal haya intervenido en la triunfal campaña argentina comandada por Oribe, ya que aparece en las listas de oficialidad de éste, recién el 15 de marzo de 1843, a dos meses de haber regresado Oribe a territorio oriental (Mateo Magariños, “El gobierno del Cerrito”), como capitán de la 4ª Compañía del 2º Escuadrón de Caballería, llamado poco después “Piquete Aparicio”, compuesto por “...cuatro oficiales y 94 plazas”.  Durante toda la Guerra Grande, Aparicio se destacó por su coraje y energía a toda prueba bajo el mando del mencionado Basilio Muñoz, pero también jugará papel importante a órdenes de los jefes esteños Juan Barrios y Bernardino Olid en la derrota de Rivera en la Sierra de las Ánimas (enero 1847).

Su famosa lanza se pondrá luego al servicio de los presidentes Giró, Pereira, Berro y Aguirre, durante cuya presidencia interina (1864/65) participó al mando de las milicias de Florida y a órdenes del mencionado Basilio Muñoz, en una contrainvasión a Río Grande en un intento de distraer fuerzas brasileñas del sitio de Paysandú, algo similar a lo intentado por Artigas en 1819. Junto al arroyo Telho, los orientales derrotaron a una columna imperial de más de 500 hombres, que Aparicio y sus floridenses persiguieron “...sableándola hasta la plaza de Yaguarón” (Arturo Ardao y Julio Castro, “Vida de Basilio Muñoz”). El pabellón imperial capturado, fue enviado a Montevideo donde fue paseado en triunfo por sus calles. Pero como en el caso del triunfo de Artigas en Santa María, el glorioso intento fue ahogado por la abrumadora superioridad numérica y armamentista lusitana.
                  
 La invasión

Luego de los asesinatos de Flores y Berro en 1868, ... los blancos eran perseguidos, arrestados y fusilados sin piedad” escribe el profesor Alfredo Castellanos en su “Timoteo Aparicio” (p.55) , repitiendo las palabras del cónsul francés, Martin Maillefer, a su cancillería. Otros, con más suerte, emigraron en masa a Entre Ríos o a Rio Grande, a tal punto de quedar desmantelado el partido de Oribe. Exiliado Timoteo en Entre Ríos, el 5.3.870 con 44 compañeros cruzó el Río Uruguay, trayendo por armamento “...cinco viejos fusiles de fulminante, algunas lanzas fabricadas con tijeras de esquilar, algunas pistolas, facones y boleadoras, un clarín y un anteojo de larga vista...” (Alicia Vidaurreta: “Argentina y la revolución uruguaya de 1870”), dando así inicio a la famosa “Revolución de las Lanzas”. Desde tierra entrerriana, Aparicio había anunciado su propósito de formar “ ... un consejo de las personas más respetables del PARTIDO NACIONAL para regir los destinos de la guerra y librar el porvenir del País”. 

Apenas desembarcado con sus compañeros, desde los mismos montes del río Uruguay, lanzará una proclama que rematará así: “¡ Orientales! ¡Excusado es deciros que el PARTIDO NACIONAL será consecuente con sus glorias tradicionales!”. Invocaba así, con esa denominación aún no muy frecuente, la memoria de don Manuel Oribe, quien desde 1855 hasta el mismísimo día de su muerte dos años después, insistió en designar con ese nombre a la colectividad política que fundara. Y Timoteo en toda su sacrificada epopeya será fiel a su memoria. Un año después (junio de 1871) desde su campamento de Mansavillagra lo veremos insistir: “¡ Viva la Patria redimida! ¡ Viva el PARTIDO NACIONAL!”. (A.Arózteguy, “La revolución de 1870” II, p.43).

En la revolución, Timoteo llegó a acaudillar  más de 8.000 hombres para, tras victorias y derrotas - fue espectacular su asalto y breve ocupación de la fortaleza del Cerro -, obtener la significativa Paz de Abril de 1872, hecho que marcó el renacer del Partido y todo un hito, burdo si se quiere, pero inicial de la coparticipación gubernamental en el país. En dicho sentido afirma Pivel: “La revolución de Aparicio había producido un efecto vivificador, excitante, en el ambiente político”, (Hist. Part. Políticos. II pág. 239, ed. Cám. de Representantes). No cabe duda: la gesta del tan menospreciado “caudillo oscuro” marcó la auténtica resurrección de la colectividad enterrada poco más de un lustro atrás en las ruinas de Paysandú.

No queremos terminar el capítulo sin consignar un hecho sumamente enaltecedor para este caudillo, cuyo analfabetismo era motivo de mofa para tantos encumbrados doctores: El general brasileño Manoel Osorio, Marqués de Herval,  quien oficiaba de mediador entre el presidente Lorenzo Batlle y Aparicio, fastidiado por la intransigencia del gobernante que no quería ceder un ápice en sus condiciones, se trasladó hasta el campamento revolucionario, a la sazón en Mansavillagra (25.6.871). Allí propone al caudillo que “...el Brasil intervendría como en el año 1864 con su ejército y su escuadra, y pondría en posesión del poder a la Revolución...” (Abdón Arózteguy, “La revolución Oriental de 1870”). Pero “... el caudillo oscuro, metafórica y literalmente hablando”, como se regodeaban en zaherirlo desde las columnas de EL SIGLO, henchido de fervoroso sentimiento nacional - que no demostraron anteriormente en similares oportunidades muchos cultivados intelectos de nuestros partidos políticos - , dará su digna y tajante respuesta al agente imperial: “Que antes que aceptar semejante proposición, prefería que la Revolución se hundiera en los más negros abismos; que si el general Batlle no quería la paz, él seguiría la guerra y que,  cuando no fuera posible otra cosa, perecería abrazado a la bandera o emigraría nuevamente para el extranjero” (Arózteguy, o.c.)

En plena revolución, además, se ve obligado a adoptar una muy penosa medida, que nos habla elocuentemente de su estricto sentido de la justicia, ajeno a toda especulación de conveniencia. Arózteguy, soldado y cronista de la Revolución nos refiere: “ En mayo o junio de 1871, se fusiló al cirujano del ejército, Ramón González, español,  por cometer estupro en una pardita menor de edad, hija de una sirvienta del vecino Ángel Méndez”. Es el mismo Aparicio que, a los cinco días de haber invadido, toma prisionero al caudillo rival Gregorio Suárez  - responsable del fusilamiento de Leandro Gómez y sus compañeros cinco años atrás - y lo deja en libertad con la condición de no hacer armas en contra de la revolución, promesa que aquél violará con tremendos agravantes. De todos modos, la Paz de Abril de 1872 inaugurará el primer gobierno de coparticipación nacional en la Historia de la República.

Los finales y el juicio histórico

En enero de 1875, ante el motín militar contra el presidente Ellauri, el ya coronel Timoteo Aparicio le ofrece su lanza para sostener la legalidad, pero el gobernante, indeciso y sin agallas,  rehusó la generosa ayuda de su adversario político y huyó del país. Ante ese súbito vacío de poder, Aparicio apoyará la nueva situación de facto surgida, con la condición indispensable que se respetasen las cláusulas de la Paz de Abril. Dicho compromiso, que cumplirá lealmente como siempre fue su norma, le acarreará la eterna censura de muchos correligionarios quienes, por la inevitable oposición militar de Aparicio a la bipartidaria Revolución Tricolor (1875), le acusarán injustamente de “tránsfuga”.

Uno de estos últimos, Agustín de Vedia, al morir Aparicio (8.9.882) recapacitará, y escribirá en LA DEMOCRACIA una hermosa y extensa página que transcribimos parcialmente:

“... Muy pocos caudillos han tenido tanta influencia sobre las masas populares de nuestro país y ha abusado menos de esa influencia, nacida no de la imposición de la violencia, sino del prestigio que dan el valor y el heroísmo.

El general Aparicio ignoraba los primeros rudimentos de las letras, pero eso no impidió que escribiera su nombre en las páginas de nuestra historia y que, al frente de sus legiones, conquistara el derecho de vivir en paz en la tierra amada, y de ejercer, al amparo de las instituciones, los derechos inherentes a la condición de ciudadanos de un pueblo libre... Dueño de casi el todo el país, nunca desoyó la voz de la fraternidad y de la concordia, y estuvo siempre dispuesto a desarmarse en aras de la patria y en holocausto al bien de sus conciudadanos. Fue así que el ejército popular dirigido por el generoso caudillo abatió sus armas y convino en someter la solución de sus cuestiones, al fallo soberano de la opinión consultada por medio del sufragio.

“... Cuando las tropas militares en que el Gobierno constitucional de 1874 había depositado la mayor parte de su confianza, se sublevaron contra el orden legal y derrocaron su autoridad, las miradas del país se dirigían a la histórica villa de la Florida, donde se agrupaban instintivamente nuestros hombres de armas y nuestros conciudadanos de la campaña.  ¿Quién los convocaba allí? Era el viejo caudillo de la revolución y de la paz, que tenía la intuición y sentía la responsabilidad de su obra que aún debía complementar... Sólo queremos hacer constar que en aquella hora solemne, el general Aparicio cumplió noblemente su deber, ofreciendo sus servicios al presidente derrocado. Cuando el presidente rechazó ese ofrecimiento y se dirigió al extranjero, desapareciendo con él la última sombra del poder constitucional, el general Aparicio pactó con los generales sublevados y convertidos a la vez en Gobierno. ¿Hizo bien o hizo mal; erró en el fin o se equivocó sólo en los medios? ¿Debió constituirse a pesar de todo en paladín del principio de autoridad y alzarse contra el movimiento militar triunfante? Problema difícil de resolver desde afuera del teatro y del momento de los sucesos.

Suelen equivocarse los políticos que han pasado su vida meditando en los libros de la ciencia y en el destino de los pueblos y ¿no ha de equivocarse el hombre modesto, desnudo de instrucción, formado en medio de nuestros infortunios sociales, sin otro libro que la naturaleza, sin otra escuela que el campamento, sin otra actividad que las crueles luchas en que se vienen jugando desde hace cincuenta años los destinos de nuestra nacionalidad?

 ... Soldado de una idea política, su fuerza estuvo al servicio de esa idea la mayor parte de su vida. Proscrito, jamás alimentó odios malsanos; vencedor, jamás fue verdugo de sus compatriotas. Héroe anónimo o director ostensible de la guerra, jamás aspiró al poder ni reclamó honores para si, contentándose con la paz y la felicidad común.

... El que mandó en jefe los ejércitos populares mas numerosos que se hayan organizado en el país; el que ajustó la paz de 1872 y el desarme de 1875; el caudillo de cuya acción o inacción dependió en los últimos tiempos la paz o la guerra en la República, muere en la pobreza, y si deja algún bien escaso, lo deja gravado por obligaciones suficientes para absorberlo. Es la mejor inscripción para grabarse en la losa de su sepulcro y ella cierra digna y sencillamente el libro de su vida agitada y modesta”.

Viudo de Juana López, casó a los 63 años con la inglesa Margarita Jeminson (o Jamieson), habiendo tenido solo descendencia femenina. Timoteo Aparicio falleció en Montevideo el 8 de setiembre de 1882 y sus restos descansan anonimamente en el Cementerio Central (2). Sería justicia que el país todo le brinde los homenajes que merece.

Jorge Pelfort

(1) (2) Nota del administrador del blog: 

El original de este artículo, no estaba fechado, pero seguramente fue escrito con anterioridad al año 2008. Hasta agosto de ese año se creía, en efecto, que los restos del Gral. Timoteo Aparicio descansaban en el Cementerio Central. Tras una intensa búsqueda, se determinó por esas fechas, que en realidad, los restos del gran caudillo blanco estaban en un panteón en el Cementerio del Buceo.

En noviembre del año 2010, se exhumaron los restos del Gral. Aparicio de dicho cementerio y se trasladaron al Cementerio de la ciudad de Florida, de la cual Timoteo Aparicio fue Jefe Político e "hijo adoptivo". Con ocasión de dicho evento, se contactó con la Asociación "Patriada por la Historia" (organizadora del traslado) un descendiente directo del Gral. Timoteo Aparicio, el Ing. James Coubrough, quien aportó nueva información sobre la ascendencia materna del caudillo. De acuerdo con el Ing. Coubrough, la madre de Timoteo Aparicio no habría sido de raza negra, como hasta ese momento se creía, sino india tape, originaria del Sur de Brasil. Ello explicaría el color parcialmente oscuro de su piel.

Por más información, sugerimos consultar el siguiente enlace de la web de la Asociación "Patriada por la Historia":

http://www.patriada.com.uy/tag/timoteo-aparicio/

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