viernes, 14 de enero de 2011

LA CANTARAMILLA

"Las Carretas", óleo de Tito Saubidet
Días pasados visité el museo de la Posta del Chuy, a tres leguas escasas de Melo. En esos momentos, unos turistas preguntaban a un paisano del lugar aspectos referentes a una carreta allí expuesta. Tercié en la conversación y derivamos en una especie de competencia en explicarles las diferentes partes que componen el vehículo y sus muy particulares nombres. el pértigo, el muchacho, los cabezales, los limones, los candeleros, las mazas, las camas.


Íbamos como empatados en conocimientos, cuando le hice a mi ocasional contrincante el gol sobre la hora, preguntándole si sabía qué era la "cantramilla". Muy desconcertado me contestó que no.


Comencé por aclararle que mi jugada había sido un tanto tramposa, ya que el citado elemento jamás había sido usado en nuestro país, sino exclusivamente en la pampa argentina. Y le recordé los versos del "Martín Fierro" en boca de Vizcacha, referidos al Juez:

"Allí sentao en su silla
ningún güey le sale bravo,
a uno le da con el clavo
y al otro con la cantramilla".

Consistía dicho implemento en una especie de cono de hierro invertido y punta bien aguzada, de unos doce centímetros de largo, que pendía de un tientito de dos cuartas, del medio de la picana. Fue uno de los tantos elementos camperos hijos de la topografía del lugar, única en la cuenca del Plata en la que el "carretero" (1) podía darse el lujo de timonear sentado desde el pescante, mientras su caballo tranqueaba a la culata de la carreta; atado a uno de los "candeleros" (especie de manijas de hierro, nada que ver con luces). En aquel inmenso "lago de tierra" no se necesitaban más de tres a cuatro yuntas: Los "pertigueros" que, como su nombre lo indica, son los que van a cada lado del pértigo, el anca casi contra la carreta, debiendo ser los más fuertes porque, aparte de su función de arrastre como los demás, deben mantener el imprescindible equilibrio del vehículo. A ello debe coadyuvar el carrero al cargar la carreta, distribuyendo cuidadosamente el material de modo que la misma no quede "delantera" ni "trasera", es decir "bien balanceada". A los bueyes "delanteros" se les ha conferido esa posición en base a haber acreditado notoria docilidad y serenidad (¿inteligencia?) en su tarea, condiciones muy apreciables en terrenos abruptos o accidentados, donde el carrero, con sólo llamar a uno de ellos por su nombre, elude un pozo o una piedra. Por último, mencionemos a las yuntas centrales, integradas por los menos aptos o los más débiles, o simplemente por los más novatos, es decir, aprendices de buey, los que, según sus aptitudes de fortaleza o de capacidad, algún día serán ascendidos a pertigueros o delanteros respectivamente.

Con una picana de hasta seis metros -como las que describió Darwin en Argentina por 1833-, el carretero pampeano picaba a los delanteros, dejaba caer la cantramilla sobre los del medio y con una picanilla de menos de un metro azuzaba a los pertigueros.

En nuestro país, así como en el resto de la Argentina y el Brasil, la cantramilla no se utilizó a causa de la topografía más abrupta, debiéndose guiar a los delanteros entre cañadas, zanjas, piedras, pozos, algo imposible de realizar desde el pescante de la carreta, máxime cuando la abundancia de repechos obligaba a uñir (2) cuatro, cinco o aún seis yuntas si entre ellas iba alguna de novillos en amanse.

Es sintomático que nuestro compatriota y eximio poeta gauchesco Romildo Risso, quien vivió tres décadas en la provincia de Santa Fe en la explotación de montes con la carreta como esencial herramienta, en una cincuentena de hermosos versos dedicados a la misma, jamás hace la más mínima referencia a la cantramilla, así como tampoco usa el más lógico término porteño de "carretero", sin el muy oriental (¿y entrerriano-santafecino?) de "carrero".

El paisano oriental pues, al carretear de a caballo,  se mantenía, con muy breves desplazamientos, por la mitad del tiro y así, con una picana de unos tres metros, alcanzaba a todos los bueyes, aunque las más de las veces bastara con llamarlos por sus nombres y sólo picaneara al que no obedeciera a la exhortación.

Para el carrero como para el arador, en las yuntas no existen izquierda ni derecha: el de ésta es buey "de vuelta" y el de aquella, buey "de mano". Si el carrero desea que la carreta vire hacia la derecha, grita el nombre del delantero "de mano", hasta que éste, acelerando el paso -pues sabe que de lo contrario sentirá el clavo-, obliga a todo el tiro a tomar el rumbo deseado, y exhortará al delantero "de vuelta" si de virar hacia la izquierda se trata.

Las posiciones "de mano" y "de vuelta" no son intercambiables, pues es prácticamente imposible reeducarlos para trocarlos de puesto. Es posible sí, aunque con bastante trabajo, en caso de accidentarse un buey, el integrar una nueva yunta con dos que no hayan sido amansados juntos en el mismo yugo. Lo que resulta relativamente fácil es intercambiar yuntas en profundidad, por ejemplo, improvisar como pertiguera una yunta que nunca lo ha sido (eligiendo siempre los más fuertes), o utilizar como delanteros otra que jamás lo hubiese sido, lo que obviamente demandará una mayor atención del carrero.

Al grito de "uuuúsh!" todos los bueyes se detienen; recuerdo haber leído que dicha voz vino a América con los españoles, por lo que supongo que sea de uso general en Hispanoamérica. En los cuesta abajo, el único freno de la carreta son los poderosos pertigueros, ya que las otras yuntas están unidas a aquella por cuartas de cadena (o en su defecto cuero), tan apropiadas para arrastrarla como inservibles para contenerlas en las bajadas. Por la misma razón, la única "marcha atrás" radica también en los pertigueros -debiendo a los efectos el carrero desenganchar las otras yuntas- y a la orden de "¡ceja, ceja buey!", hacer retroceder el vehículo. Resumiendo: en la carreta todos los bueyes ofician de motor, pero los pertigueros son, además, freno y marcha atrás, y los delanteros la dirección.

En nuestro país, en condiciones más o menos normales, una carreta cubría una distancia de veinte quilómetros por día. Obviamente el clima y el estado de las pasturas era factor determinante, considerando que siempre debía hacerse un buen alto a mediodía en un lugar que hubiese bastante pasto y una buena aguada disponible, donde debían llenarse razonablemente bien, para luego echarse a rumiar un buen rato. En mi adolescencia recuerdo haber oído a gente anciana que, de Montevideo a Melo (unos 400 quilómetros), las carretas  -con buen tiempo- demoraban un mes.

Sin duda que los carreros tenían que disponer de un carácter muy especial, hecho de infinita paciencia y una muy particular filosofía de la vida. Como decía en uno de sus versos el ya citado Romildo Risso:

"Güena la vida 'e carrero
pal que no tiene querencia..."

Notas:
(1) - Absurdamente, en nuestro país no se utiliza en absoluto el correcto término de "carretero" -como en la pampa- para el conductor de la carreta, sino el de "carrero", al igual que para el conductor de los carros de caballos, pese a sus notorias diferencias. Allá también suele decírsele "boyero".
(2) - Empleamos el término "uñir" porque es el utilizado unánimemente por nuestros paisanos, y tan castizo como su sinónimo "uncir", absolutamente desconocido por éstos.


JORGE PELFORT
"SOMOS IDEA"

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